domingo, 18 de noviembre de 2018

Octubre


Se rasgan las nubes grises en el mudo horizonte. Con tristeza nativa. Octubre y sus cordonazos bebiéndose el cielo. Tauná, una estrella muy brillante que aparece este mes, anuncia la llegada de tormentas eléctricas y ventarrones. Lo saben los pemón. Los waranipi, que viven en las nubes, tienen una escopeta pequeñita que produce un gran estallido, y que se puede convertir en bastón. Ellos son truenos y cuando se les antoja se convierten en huracán. Su casa está en el cerro Seita, cerca del río Kukenan, pero nosotros los escuchamos hasta acá, en las ciudades, donde se espera al cordonazo de San Francisco, que no es uno, ni dos, ni tres.

Amazonas


I
Llegamos a ti por tierra. Sorteamos tres bombas de gasolina, vimos un camión cava repleto de bidones, “quédese calladita, póngase en un ladito y espere, sino no le van a echar”, le dijeron a nuestra compañera. Seguimos por la carretera agujereada, cansada de esperar. Nos montamos en la gabarra con la oscuridad sobre nuestras cabezas, mientras una parte del cielo se rasgaba amenazante iluminando las ondulaciones frenéticas del Orinoco. Si Venezuela fuera un rompecabezas, tu, Amazonas, estarías despegada por esa anchura líquida, agua paterna. Tú eres la pieza que no termina de cuajar, no porque no cuadres, sino porque te olvidan.