Cuando se sentaba con su autoridad
aplastada en la mecedora que habíamos comprado durante uno de nuestros viajes,
Rafaela parecía inmortal, la matrona más poderosa del mundo. Salvo por sus
piernas casi siempre forradas de cataplasmas de sábila, menjurjes hechos de
brandy y el cadáver de una serpiente (destinada a flotar por siempre en el
líquido marrón), o de cualquier crema que oliera a mentol. Las varices nunca la
dejaron descansar.
Vamos, venimos, damos, recibimos, estamos y huimos. Contar historias es el principal objetivo de este blog. La finalidad: Estar. [Rostros, crónicas de viaje, poesía]
domingo, 26 de mayo de 2019
sábado, 4 de mayo de 2019
Abril
“Yo
no tengo casa, dejé las puertas abiertas y se fue”.
Ana María
Hurtado.
La oscuridad de marzo
me vomita a un abril de sed derramada por las calles, azulejos muertos,
atardeceres atrapados en la calima, temor de la feligresía de un domingo de
ramos sin ramos (hasta las palmas se dolarizaron), y de otros domingos para
seguir contemplando esa forma aplazada de muerte que es la demencia. Y en medio
de toda esta vorágine, algo dentro de mí se mueve y me lanza a la casa que
dejé:
Abro la puerta. Arrastro
mis pies con pasos de placenta. Tengo miedo por lo que voy a encontrar. Veo las
cajas. ¿Qué contienen? Libros de bachillerato, primaria, preescolar. Los
ordeno. Lo segundo son los zapatos, meto la mitad en bolsas. No necesito más,
ni siquiera la otra mitad. Hago un paneo del resto de las cosas. Es el primer
día y salgo aturdida, con dolor de cabeza, pero prometo volver. Transcurre una
semana.
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