El ritual del velatorio,
por muy doloroso que sea, siempre es un punto de encuentro, con aquellos que
dejamos de ver por distancias geográficas, porque la rutina nos consumió y
nunca sacamos “un tiempo”, o porque simplemente las diferencias políticas
pesaron más en un determinado momento de nuestras vidas. Admito que tenía mucho
tiempo sin asistir a un funeral, ya no recuerdo la fecha del último. Lo cierto
es que hoy hubo demasiadas cosas que me sorprendieron y que supongo tienen que
ver un poco con lo criollo del asunto.
Vamos, venimos, damos, recibimos, estamos y huimos. Contar historias es el principal objetivo de este blog. La finalidad: Estar. [Rostros, crónicas de viaje, poesía]
miércoles, 26 de febrero de 2014
martes, 10 de diciembre de 2013
Subiendo hasta el Pico El Ávila

Luego de 20 minutos llegamos y quedamos
impactadas por la tranquilidad del
ambiente. Creo que desde que regresé al país a finales de agosto no había sentido
tanta paz y tanto agradecimiento. La palabra aquí fue reconciliación. Luisanna
estaba maravillada y comenzó a explicarme muy detalladamente cómo se llamaba
cada parte de Caracas en esa gran maqueta vista desde el cerro. El Banquito,
muy pequeño, tenía dos banquitos de madera y un troco, justo al frente de la
ciudad, ahí mi amiga y yo nos sentamos a respirar profundo.

Mientras caminábamos podíamos notar cómo la
vegetación cambiaba. Ahora veíamos helechos rosados y las cortezas de los
árboles muy pronunciadas, tanto que Luisanna comentó que sentía como si el
árbol en cualquier momento nos hablaría. El camino ahora era más angosto, la tierra
húmeda, las pisadas distantes, y siempre en subida.
Cuando llegamos al Refugio No te apures no lo
podíamos creer. Estábamos felices. Eso había sido lo más alto que habíamos
subido, ya que siempre llegábamos hasta Sabas Nieves. Solo había dos pequeños
grupos de personas conversando. Y nosotras emocionadas sacamos nuestros
celulares para tomarnos fotos. Fue hasta ese momento cuando nos dimos cuenta
que teníamos poca batería en nuestros equipos y como provisiones un paquetico
de Dandys (chocolate en forma de esferas) y una botella de agua de 500
mililitros. Fue en ese momento también cuándo decimos preguntar cuánto tiempo
teníamos que caminar para llegar hasta La Silla.
—Una hora—un muchacho respondió.
Y las dos nos vimos nuevamente, sonreímos, y dijimos:
“¡Vamos!”.
En busca de La
Silla
Comenzamos a subir y a subir, y poco a poco la
neblina nos cobijó, rosaba nuestros rostros, y también hacía sonidos al chocar
con las plantas. Veíamos, de vez en vez, a alguien venir en sentido contrario.
Era muy solitario. Hasta que el mismo muchacho al que le preguntamos sobre el
tiempo pasó con un acompañante y con un par de cornetas con música celta o algo
por el estilo. Fue inevitable pensar que eran de una secta pero igual
continuamos detrás de ellos, a una distancia prudencial o más bien a nuestro
ritmo, sin ánimos de decir que caminamos lento jajaja.
Mientras caminábamos sentíamos que se nos hacía muy
larga la llegada hasta La Silla, ya estábamos muy cansadas y Luisanna comenzó a
distribuir el paquetito de Dandys. Nos tenía que rendir, así que comíamos uno
cada una, cada 20 minutos o menos. Cuando raramente veíamos a alguien que venía
regresando le preguntábamos sobre el tiempo.
—Bueno… A su ritmo… Como dos horas…—decían
“chistosos”.
—¡Qué! ¿En serio?— replicábamos nosotras.
—No vale, como hora u hora y media— agregaban al
final.
Yo pensaba que igual era el mismo tiempo. Así que
Luisanna y yo decidimos que si a las 2pm no habíamos llegado a La Silla
abortaríamos la misión. Ya era la 1pm.
Siempre el camino se hacía más angosto, la tierra
cambiaba de color y parecía que más bien nos estábamos metiendo en el cauce de
una antigua cascada, por lo profundo, rocoso e irregular, por lo alto. Ya
teníamos casi cinco horas caminando desde que habíamos comenzado
aproximadamente a las 9:30am. Nos encontramos un boliviano-ecuatoriano (aún no
sabemos con certeza su nacionalidad) y nos dijo que faltaba como una hora
(“pero a su ritmo”… bla bla bla), y como dijo que podríamos ver el mar, eso nos
animó. Pienso que mucho más que nuestra dosis calculada de Dandys.
Luego de mucho tiempo, pero creo que antes de las
2 pm, llegamos a un lugar con dos rocas gigantes, había un grupo de cinco
personas. Nosotras decidimos pasarles por un lado, pero en ese instante, como
si una fuerza en el ambiente nos obligara a preguntar (de nuevo) cuánto faltaba
para llegar a La Silla, lo hicimos.
—Está es La Silla— dijo uno de los chamos.
Y nosotras no lo podíamos creer. Dos piedras,
muchísima vegetación por todos lados. No era para nada como un mirador y para rematar
el cuadro: neblina, mucha neblina, excesiva neblina. Adiós mar, no te podríamos
ver.
Al ver nuestro aspecto, solo un koala, nuestra
“reserva” de agua” y nuestras caras (pienso que estaríamos pálidas) nos
preguntaron si era nuestra primera vez y nosotras orgullosas les dijimos que
sí. Le explicamos lo de nuestras “provisiones” y fue inevitable que todos
riéramos. Nos ofrecieron un par de cambures, que para mí fueron la gloria. Casi
que sentía cómo el potasio se incorporaba a mi cuerpo. En ese instante nos
presentamos y fue que nos propusieron el inicio de nuestra verdadera aventura,
esa que Luisanna soñaba y anhelaba con todas sus fuerzas, esa que yo no tanto,
solo por hacerlo porque lo había escuchado. El argumento-excusa fue que si nos
regresábamos por Sabas Nieves nos dañaríamos las rodillas, que serían cuatro
horas, y que dos mujeres solas es muy peligroso. Nos dejamos convencer y se
vino la propuesta.
—Vamos hasta el hotel Humboldt (desde La Silla) y de
ahí bajamos en teleférico— dijo Edwin, a partir de ahora nuestro guía.
Y sin miedo aceptamos.
De La Silla hasta el Pico El Ávila
De La Silla hasta el Pico El Ávila
Resulta que él solo había subido con su amiga Yoha, y
que el otro grupo (Dayana, David y Virginia) los había conocido en las mismas
circunstancias que a nosotras, solo que éstos si tenían comida y agua. Ellos
también estaban impresionados de lo que era La Silla.
Formamos nuestro grupo de desconocidos y nos fuimos.
Luisanna y yo no sentimos miedo. Y yo no dejaba de pensar en qué nivel de
confianza teníamos entre todos, unas personas que apenas se habían conocido
unos minutos atrás.
Edwin, un muchacho de 22 años, moreno, delgado y muy
extrovertido, era el guía. (En ese momento no sabíamos su edad sino Luisanna me
dice que lo hubiera pensado “dos veces antes de aceptar”). Él nos iba contando todo sobre la ruta, los picos, sus travesías.
Nos dijo que comenzó a subir al Ávila desde los 18 años y desde entonces ha
explorado sus distintos caminos, con amigos o solo, el siempre sube los
domingos. También sacó su cámara y nos mostró fotos de mariposas, monos,
plantas, todas de ese día. La verdad que su espíritu aventurero nos contagió y
nos hizo arriesgadas.
Nos montamos en grandes rocas, esquivamos ramas,
atravesamos caminos muy angostos, tanto que pienso que hasta hay que tener un
peso adecuado para poder transitarlos. Caminamos (y esa es mi parte favorita)
por la cima de la montaña donde los picos que vemos en las imágenes se pierden
y solo quedan senderos que parecen de sal, con el sol en todo su esplendor, con
los frailejones a nuestro lado. Caminamos y caminados y nos íbamos llenando de
tanta belleza, de tanto agradecimiento por tener esta majestuosa montaña en
nuestra ciudad.

Pero ya eran las cinco de la tarde y no habíamos
llegado al Pico El Ávila (Hotel Humboldt), empezaba a bajar el sol, buena parte
de grupo estaba muy cansado y ya había dos lesionados, Dayana y yo, que me caí
de primerita como siempre, con un tremendo golpe con una piedra en una nalga y
todo el brazo rasguñado. Ya me sentía mal y mareada, mis piernas iban por un
lado y no coordinaba. Luisanna le daba ánimos al grupo gritanto: “Apúrense,
vamos, ánimo, sí se puede”. Y luego alarmando: “Quedan 15 minutos de sol, apúrense,
vamos”. Edwin siempre iba adelante, hasta que también se lesionó, se torció el
tobillo. Afortunadamente pudo caminar.
Llegamos al Tanque. Y a partir de ahí una subida de
tierra que nunca olvidaré. Vimos el cielo cuando llegamos a el marco de lo que
fue una reja para cerrar el acceso al hotel Humboldt, roto y roído por el
óxido. Ese fue el marco de la gloria. Luego otro tanque, unas escaleras y
finalmente el hotel Humboldt ahí, de pie, desnudo en cemento, aun sin remodelar,
este ícono en la arquitectura venezolana y un símbolo de la ciudad capital
gracias a su exótica ubicación y a su moderna arquitectura, construido entre
los meses de mayo y noviembre de 1956.

Y con el hotel nosotras podíamos decir con todo el
orgullo que habíamos llegado caminando desde Sabas Nieves hasta el Pico El
Ávila. Solo hasta el Pico Occidental habíamos recorrido 2480 metros, después de
ahí perdimos la cuenta. Eran las 6pm.
Cotiza de
noche
Lo que sigue en la historia es la parte fea. Durante
todo el trayecto obviamos un pequeño y gran detalle. Que eran elecciones.
Luisanna estaba preocupada porque teníamos que bajar a tiempo para poder votar,
pero los planes no salieron como esperábamos. También durante todo el trayecto,
ya después de la unión con el grupo, los pocos vecinos que nos encontrábamos
nos decían que el teleférico no estaba trabajando. Edwin nos daba confianza:
“Tranquilo muchachos los jeeps de Galipán siempre trabajan”.
Cuando llegamos al hotel solo había tres trabajadores
y uno comunicándose con radio para contactar al jeep. Los militares, como seis,
que estaban en la parte donde se ubican los binoculares no movieron ni un dedo
para ayudarnos. Solo escuché que uno, con voz ebria dijo, “nadie los manda, son
elecciones”. No sabía que porque hubiera elecciones todo se tenía que
paralizar, incluso ese día habían cerrado el Parque Generalísimo Francisco de
Miranda, mejor conocido como Parque del Este.
Canache, uno de los trabajadores, nos acompañó a la
parte de los teleféricos y llamó a alguien para que abriera el portón donde se
ubican los jeeps que van a Galipán. Obviamente no había ni un jeep y tuvimos
que bajar caminado (caminar más). Ya era de noche y ahora la aventura se
tornaba en horror. Perros ladrando, caminar en zic zac para no dañarnos más las rodillas y un vallenato a lo lejos
que al menos nos daba la esperanza de que abajo, en Galipán, había movimiento.
Llegamos y tuvimos que esperar un jeep por cuarenta
minutos. Parte de nuestro grupo se fue en el primero que salió. Para nuestra
sorpresa no éramos los únicos locos a las 7pm, un domingo de elecciones en Galipán.
Había un grupo que había decidido que ese era el día perfecto para comerse un
sandwiche de pernil allá arriba.
El jeep nos dejó en Cotiza. Eran como las 8pm. No
había autobuses y tuvimos que bajar caminando-rezando para que las bandadas de
motorizados, típico en todas las elecciones, no nos robaran. Caminamos San
Bernardino y llegamos a una parte que la verdad sigo sin reconocer donde
finalmente tomamos un bus hasta Capitolio.
Luisanna y yo sentíamos que nuestro aspecto deportista
un domingo a las 9pm desentonaba de manera increíble. Yo velaba a la gente que
entraba con sus bolsitas marrones de panadería. Coño Lu, una canilla.
Y bueno cada una llegó a su casa. Yo comí (más bien
tragué) y recuperé todas las calorías de nuestra caminata de 12 horas.
Al rato recibo un mensaje de Luisanna: “Mi mamá me
acaba de decir que el señor negro que nos encontramos en el Ávila podía ser un
espíritu”. Era verdad nos habíamos encontrado un señor en plena cima del Ávila,
con un botellón de agua de cinco litros y una bolsa marrón, como la que venden
los buhoneros en el mercado. El señor no nos dijo ni una palabra y la verdad yo
nunca voltee para ver qué había pasado con él, solo bromeé, “ese seguro va
hacer una diligencia”.
“Ahora analizo el velón que encontramos de la nada y
mi mamá me preguntó que cuántos éramos y le dije que siete y me puso una cara”,
otro mensaje de texto de Luisanna. “Mi mamá me acaba de decir un montón de
cosas malas”, otro mensaje. “¿Qué te dice Lu?”, pregunté. “No te lo diré. En
fin gracias papa Dios por cuidarnos durante todo el trayecto y traernos sanas y
salvas”, dijo Luisanna.
Y es cierto fuimos muy arriesgadas en recorrer todo
eso sin planificarlo, pero lo disfrutamos demasiado. Tenáimos tiempo sin
sentirnos tan vivas, tan capaces. Cada paso que dábamos era un “sií, puedo”.
Nos retamos y lo logramos. Como dice Luisanna, tratando de resumir nuestro día:
“Somos unas locas que se dejaron llevar por la adrenalina, inconscientes de los
peligros. Ayer no sentí miedo alguno, solo lo sentí en Cotiza, cuando llegué a
mi casa, no en la montaña. El miedo lo sentí en la selva de concreto”.
Recomendaciones
Capaz si un excursionista o alguien más experto ve
estas recomendaciones nos dirá que estamos erradas en algunas. Pues bien, nos
atrevemos a recomendar con nuestra poca experiencia y por lo vivido allá
arriba. Estas fueron las principales cosas que nos afectaron-faltaron:
1. Lleva
buenos zapatos, preferiblemente de trekking, que te cubran un poco el tobillo.
También buenas medias, si no tienes las de trekking, ponte doble media.
2. Lleva
frutas, sándwiches, chocolate y mucha agua.
3. Usa
protector y lleva un labial con protector solar.
4. Lleva
un buen suéter, pantalones largos, camisas manga larga.
5. Son
muy pocos los carteles que verás mientras subes, especialmente cuando llegues a
La Silla, así que pendiente de las marcas que hay en las piedras. Por ejemplo
en La Silla hay una piedra que tiene escrito Pico Oriental y una flecha. No
busques el cartel que dice La Silla, desapareció. El Pico Occidental y El Lagunazo si tienen
carteles.


Recorrido:
2480 metros+ la ñapa hasta el Pico El Ávila. Nuestra ruta caminando (casi 12 horas): Sabas Nieves- El Banquito-
No te apures- La Silla- Pico Occidental- Lagunazo- Pico El Ávila-Galipán-Cotiza-San
Bernardino.
¡Con nuestro guía, Edwin!

¡Con nuestro guía, Edwin!

martes, 5 de noviembre de 2013
Caminando entre la basura
Estas fotos fueron tomadas hoy 5 de noviembre de 2013 a las 8:13am. Ya van varios días que los vecinos de Palo Verde caminamos entre las moscas, los malos olores y os desperdicios. Las aceras ya no tienen mucho espacio para que pasen los transeúntes así que hay que hacer malabares entre la calle o los bordes de las aceras. Las autoridades responsables deben abocarse a este problema de inmediato.
martes, 22 de octubre de 2013
Metro, motos y trogloditas piroperos
Existen tres cosas que día a día me
aportan una dosis de amargura: el metro, las motos y los hombres “piroperos”- trogloditas- falta de
respeto. En cualquiera de los tres casos es muy difícil no pasar rabia y perder
el control. Por ejemplo: “Dejar salir es entrar más rápido”, que se traduce en
(si estás adentro del vagón) prepárate y pon tus codos en posición de ataque
porque absolutamente nadie te va a dejar salir, y menos si lo intentas a las
6:30am, tratando de bajarte en Palo Verde. Hoy no me reconocí, golpee a un
montón de gente para poder salir, y lamentablemente me sentí muy bien al
hacerlo. Es increíble que siempre deba llegar con un moretón o un rasguño a
causa de la cantidad de personas salvajes que diariamente toman el metro. En
este momento debería escribir la frase, políticamente correcta, de que no es la
mayoría. Pero señores, si es la mayoría, y de vez en vez uno se convierte en
uno de ellos para poder defenderse.
Otro ejemplo: las motos. E inmediatamente
viene a mi mente la imagen de un montón de moscas, que se meten por todos
lados, se le lanzan a la gente, las atropellan y encima les reclaman. Todos,
sin excepción, incluye policías y guardia nacional, quebrantan la ley, y uno
debe esperar un montón de minutos para poder cruzar una calle “sano y salvo”,
cada vez que los miro es inevitable que desee que se caigan de su “trono de
impunidad”.
Y por último, mi dosis diaria la
completan los “hombres”, y es que en este país ya uno no se puede poner absolutamente
nada, es que ni con pantalones te respetan. Y te podrás imaginar si te colocas
short o falta. Por Dios, no podemos ser libres de vestir como nos da la gana,
porque en las calles transita una cuerda de depravados esperando la menor
oportunidad para decir una asquerosidad. Un día escuché como una tipo decía un “piropo”
con las palabras vagina, pelos y chupar, incluidas.
Bien, a esto me debo enfrentar
diariamente. Y lo siento, en este momento no puedo pensar que esto va a mejorar en el futuro próximo. Hay
una crisis de valores muy fuerte y, ahora sí puedo decirlo, la mayoría de los
venezolanos-as no ayudan a que esto cambie.
miércoles, 2 de octubre de 2013
La violencia también viste de verde militar
Hoy fui testigo de uno de los tantos
actos de ira que he presenciado desde que llegue al país, hace aproximadamente un
mes. Sucedió aproximadamente a las 8:30am en uno de los vagones del Metro de
Caracas, en la estación La Hoyada. Un señor se montó y comenzó a pedir dinero,
como ya es habitual, explicaba que tenía leucemia y que no podía trabajar. “Miren
mi brazo izquierdo, tengo una vía y desde anoche no he comido”, indicaba. En
ese instante, un militar que estaba sentado le dio dinero y le dijo que se
dirigiera a Miraflores, que ahí le iban a solucionar, porque esta revolución si
servía y sentenció- grito- provocó en todo el vagón: “Y a mí no me importa si aquí
hay escuálidos, me saben a mierda”. Con ese modo salvaje y ofensivo era
inevitable que alguien se quedara callado. Un señor, que estaba de pie agarrado
de una de las barras del vagón le dijo que respetara, que aquí en este país la
gente podía pensar distinto. El militar se levantó, comenzó a manotear mientras
se acercaba al señor, y gritó que le sabía a mierda, que el si se metía en el
barrio. El señor le contestó: “¿Y tú qué crees que yo vivo en el Country Club?,
yo también vivo en un barrio”. El militar más agresivo le dijo: “Mientras tú
vives cagado en tu rancho, yo estoy en el barrio protegiendo”. Me pregunto ¿eso
es un argumento para insultar? Si eso es proteger, ¿qué será agresión? Un tipo
que ni siquiera respeta lo que representa el uniforme, ¿merece portarlo?
jueves, 24 de enero de 2013
Casi me roban, casi me matan...
Hace aproximadamente 20 minutos casi pierdo la vida a manos
de un ladrón y su navaja. Iba bajando por la urbanización Palo Verde rumbo a
una entrega de premios de Derechos Humanos cuando un hombre me interceptó y me
dijo que le diera mi cartera o “me cortaba”. Yo hice resistencia, y sé que
muchos me criticaran, pero cómo le voy a dar mis pertenencias a ese tipo, cómo
voy a perder los contactos, información que llevaba en mi bolso. Pero mi
resistencia casi me cuesta la vida, y justo cuando su mano con su navaja casi
alcanza mi abdomen solté el bolso. Llena de rabia empecé a correr detrás del
hombre, gritando que me había robado, que ahí llevaba mi trabajo.
Como una
cuadra más adelante unos hombres lo agarraron pero lo dejaron ir. Yo seguí
corriendo, pero los tacones me quitaban velocidad. Tres cuadras más arriba, en
la panadería de Palo Verde, me detuve y entré en crisis, lloraba, gritaba. De
repente una señora me trajo mi cartera, mientras tanto una cuadra más arriba al
hombre lo caían a golpes. La gente me compró agua, me trajeron azúcar. Y un
motorizado, el que lideró el rescate de mi bolso y mi dignidad, se me acercó y me dijo que él vivía desde
hacía 40 años en Palo Verde, que él tenía que cuidar a su gente.
Con todo esto
y aun en crisis decidí regresar a mi casa, el señor de la moto me escoltó y me
dijo “tranquila sube a tu casa y tómate una manzanilla”. Yo le pregunté su
nombre y a estas alturas me siento mal porque lo olvidé por completo, solo
recuerdo que tiene 46 años me dijo: “aquí todo el mundo me conoce, cualquier
cosa pregunta en la licorería por el señor de las palmeritas”.
Me da rabia sentir que estoy perdiendo la esperanza en la
gente de este país, yo que siempre he amado esta tierra, que he apostado por
Venezuela. Hoy estuve a punto de ser herida o muy probablemente perder la vida
por poner resistencia ante un delito, por defender mis cosas que más que algo
material es mi dignidad.
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