sábado, 30 de noviembre de 2019

La Fuerza del Jebumataro



  

Una carpa en un jardín lleno de árboles. El tiempo detenido en las miradas amorosas, familiares y desconocidas hasta hoy. El padre, mensajero de su hija Valeria, una compañera de la universidad que ya no está en Venezuela, ha venido en nombre de los que están lejos pero con el corazón de estas tierras. Mis guías sentados junto a mí: Liza, Alfredo, Manuel, Monsonyi. Mi primer libro La Fuerza del Jebumataro acompañado por la historia de los objetos que comparten la mesa con él: unas cestas y una curiara hechas por el pueblo warao que he traído de mis viajes; otra cesta yukpa que le compré a Opirashi cuando vino a Caracas y vendió artesanía para poder comer; una maraca fabricada por un artesano de nombre Kia-Barú Gómez.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Octubre 2019



Saco mis raíces de la tierra, las meto en la maleta y parto a Roma navegando desde el río Orinoco, surcando el Atlántico, pasando el Mar Tirreno, aquietándome en el Tíber. Voy en el vientre de mi wajibaka (curiara) hecha del árbol de cachicamo rojo. Mi jai (remo) es la palabra de los pueblos. Soy periferia que va al centro. Todavía tengo el sabor del aurosá en mi boca, el viento de la Gran Sabana y la lluvia que los waranipi desataron golpeando las nubes. Hace nada estuve en la Amazonia venezolana ahora en Ciudad del Vaticano, nada es casual.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Grotte dell’ Acqua



Apunto los encargos: “Pregúntale a zia por los nombres de las personas del árbol genealógico por parte de mamá. Yo conozco hasta mis abuelos (Domenica y Alessio) y a mi  tatarabuela nonna Vittoria. Pregúntale como se llamaba el esposo de Vittoria y como se llamaban sus padres.”. “Pregúntale a Mimi cuando hacia labores humanitarias en otras partes del mundo”. “Pregúntale a José por el árbol genealógico de tu abuela”. “Que te lleven a la pila baustimal de Roselli donde bautizaron a papá, mamá y nuestros antepasados. Cuando la vi me estremecí, saber que la vieja chiquita estuvo ahí”. “Dile a Mimí que te lleve hasta la capanna (cabaña). Está a unos 3 km de ahí. Sales a la vía principal, baja a mano derecha y luego buscas un camino que se interna a mano izquierda. Fue la última construcción que hizo papá antes de venir a Venezuela en 1956 con 19 años de edad. Adentro creo que cosas muy viejas como arados, ruedas de carreta, etc. Afuera hay un gran roble (si no se ha caído) con unos cuantos centenares de año. Bajo él descansaron nuestros antepasados luego de las faenas”. “Debes conocer a Gigino Colella un hombre de 95 años que es muy sabio”. La casa donde nació la abuela, la fontana donde lavaban las mujeres, el cementerio...

domingo, 3 de noviembre de 2019

Funghi en la capanna



Mi padre me ha dicho que le pida a Mimí que me lleve a la capanna. Allí está la última construcción que hizo mi abuelo en 1956 antes de irse a Venezuela. Tenía 19 años. Hemos quedado para ir después del almuerzo. La zia Benedetta también irá para recoger funghi (hongos).

Nos montamos en el carro. Junto a mí una de las cestas que la zia Benedetta ha tejido. Mimí arranca y Melambo corre junto al carro. Va libre, todo su pelo blanco en movimiento rozando con la hierba, su peso convertido en viento. Los árboles en coro vegetal, juntos o dispersos, altos, cubiertos de trepadoras. Llegamos a un bosque lleno de flores blancas, hojas secas, bosta de caballo, árboles y en algún lugar del suelo: los hongos.

Benedetta lleva la cesta. Camina lentamente apoyada en su bastón, la última operación de cadera la ha dejado un poco débil. Le han recetado una inyección cada seis meses y eso la ayuda a caminar mejor, la próxima será en noviembre. La zia estuvo enferma del corazón, pero poco a poco se recupera y tiene la fuerza de sus 80 años.  

sábado, 2 de noviembre de 2019

Tutti santi, tutti morti



Camino por el medio de los armarios de mármol que guardan a mis muertos. Los velones de parafina y las luces artificiales danzan en una llama eterna. Benedetta va apoyada en su bastón, Mimí y yo la seguimos con las flores y la luz. Yo pregunto por una cosa y me responden con la loza sin nombre. “É per me”, me dice la zia con sus 80 años y sonríe. Yo la abrazo y le digo que no diga eso. Niego la muerte. Descubro que Mimí no es de piedra.