miércoles, 30 de septiembre de 2020

Agosto 2020

 


Los dictados me atraviesan. Yo me dejo. Toman mis ojos, oídos, boca, pecho, manos, vulva, piernas, pies. Toman mi piel. Me quedo quieta, escuchando con toda mi casa, su casa, dejando que esta posesión hable a través de mí. No soy nada, solo un medio para que todo lo demás se diga. Demás es lo otro. Lo otro también soy yo o no. Se cumplen dos años con este mensuario y apenas comienzo a entender que debo dejar decirse a lo otro. Agosto con sus mariposas blancas apareciendo insistentemente, con sus sueños levantándome a escribirlos en la madrugada, con todo su universo simbólico preparándome para La Muerte. Su Muerte. Mi muerte.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Primer recuerdo consciente

 


La niña transita por el salón de clases de su madre como una chispa. Se detiene en los rincones temáticos, juega. Le gusta uno que huele a madera: tiene una camita, un armario, un mueble, un teléfono con una rueda para girar los números. Todo grande, todo de verdad. Ella prefiere el salón de su madre. A sus tres o cuatro años, presiente lo frágil del vínculo. La otra maestra de preescolar puede esperar, luego tendrá todo el tiempo para calmar el llanto y esa angustia muscular que te pasma cuando las madres se van.  

jueves, 10 de septiembre de 2020

Mi madre resucitó



Mis hermanos y yo estamos en la parte de abajo del edificio donde vivía mi madre. Les doy la noticia de su muerte. Caminamos rápido. Mi hermano no deja de repetir que cuando entremos al cuarto pongamos a mi mamá boca abajo. Mi hermana llora. Cuando llegamos al apartamento entramos al cuarto de mi mamá, el verdadero, el que estaba junto a la cocina. Mi madre está muerta: acostada sobre su lado izquierdo, ojos cerrados, boca abierta. Mi hermana vuelve a llorar a cántaros. Mi sobrino ve a su abuela. Mi hermano llora y observa. Yo estoy parada en el umbral de la puerta y por primera vez pienso que puede sanar. Mis hermanos y yo la llamamos: “¡Mamá!”, con un llanto estridente. De pronto mi mamá comienza a temblar. Sus piernas de alzan y recogen como las olas del mar, mi hermano se las intenta sujetar y mi hermana le agarra la cabeza. El cuarto de mi madre se ha convertido en un balcón lleno de plantas. Yo observo todo con atención, mi mamá abre sus ojos. Al principio son solo dos puntos negros, muertos, montados en la esclerótica roja, luego se transforman en ojos sanos que miran, la membrana que envuelve el ojo blanca. Mientras contemplo la escena una fuerza me hala del suelo y comienzo a levitar. Todos me ven. Yo comienzo a orar. Siento por todo mi cuerpo una fe ardiente que me hace confiar que mi mamá sanó y que luego pensaremos en cómo seguir afrontando su enfermedad. Sigo levitando, flotando irregular en el espacio, mi cuerpo ladeado, las piernas sin control, soy de aire. Poco a poco voy bajando frente a un altar donde está María. Me percato de que mis hermanos y mi sobrino están sentados en una mesa con la imagen de la virgen de Coromoto pintada en una tabla. Ella también está sentada en una silla, es nuestra mamá. Todos en la mesa en aquel cuarto-balcón. Mi abuela Rafaela entra y le contamos que nuestra madre resucitó. Nos ve sorprendida.

martes, 8 de septiembre de 2020

La muerte de mi madre



Mi madre murió en la madrugada del 31 de agosto de 2020. Dos días después de mi cumpleaños. Aun no sé cómo se nombra este dolor. Tampoco creo que llegue a saberlo. A veces lo siento, otras es tan leve que me asusto. No es como el dolor que sentí con la muerte de mi abuela, el 26 de agosto de 2018, no, aquel dolor aun lo tengo incrustado en los huesos. Es el dolor que sientes por alguien que te crio. El dolor que siento por mi madre es un dolor distinto, un dolor extendido en el tiempo, tan dilatado por su larga enfermedad, que se volvió dolor cansado, un dolor que se siente como rasguño dentro del pecho.