Hoy
Gonzo está preocupado. Ni el mate que tomó en la mañana ni llegar temprano a la
presentación lo han relajado. Quizás para calmar la ansiedad camina con sus
chalupas negras alrededor del escenario de concreto, recoge un par de papeles,
una lata de refresco y los bota en la papelera. También puede ser porque es muy
meticuloso con todo lo referente a su acto. Habla con las personas de sonido,
con la moderadora del evento, mira a su alrededor y hace mover las barreras
rojas que rodean el lugar, porque ante todo es un hombre de contacto. De todos
modos Gonzo está preocupado: “El público del boulevard de Sabana Grande es
bastante complicado”. Se refiere a que hay que mantenerlos enganchados,
entretenidos y hacer que participen, de otra forma se irían por donde vinieron.
Transcurridos
unos minutos el espacio se empieza a llenar de mujeres con bolsas de zapatería,
niños con cotufas, hombres con cascos de motos y jóvenes con celulares. Todos
aguardan debajo de los generadores de sombra, seis toldos blancos en forma de
pétalos de flor con base alargada, que hoy son el techo de una carpa invisible.
Primer
intento
—¡Buenas!
¿Qué tal? Mi nombre es Gonzo. ¿Cómo se llaman?—sale a escena rápido, eufórico, con
su maleta.
Nadie
responde.
—Cheeeee.
¿Acaso son una congregación de sordomudos?—bromea y es inevitable que se escape
la ironía que lo caracteriza.