El 15 y
16 de noviembre estuve en el Pico Naiguatá, el más elevado de la Cordillera de
la Costa (2765 msnm). Una cima espiritual ubicada entre los estados Miranda y
Vargas, en el sector centro-occidental del Parque Nacional El Ávila al norte de
la ciudad de Caracas, Venezuela.
Para hacer esta ruta
contacté a la gente del Centro Excursionista de Caracas (CEC). Y aunque al
principio estuve a punto de rendirme, porque necesitaba hacer varias rutas con
ellos antes del Naiguatá, un amigo me motivó a resistir, principalmente porque desde
hace un año (y ya varios meses) me había estado preparando para este ascenso.
Para mí el Naiguatá fue
liberarme de mis miedos y lanzarme a la aventura, esa que no se toca, que solo
se siente con cada gota de sudor derramada y el gozo en el alma. Con esta ruta
descubrí que en la montaña estaban muchas de mis respuestas, porque Dios está
en las alturas. Una lectura que me regalaron antes de subir fue mi guía, por
eso compartiré con ustedes algunos fragmentos.
Prepárate para la
subida
“Cuando
vas a subir al monte preparas tu cuerpo y las cosas que vas a llevar, eligiendo
las que quieres cargar y las que dejas porque no necesitas, subes con lo
necesario”
Admito
que lo único que me daba miedo era que tendría que subir con peso, mi morral
terrenal. Así que a pesar de que serían solo dos días, había que planificar lo
que iba a vestir y a comer, porque mi cuerpo no resistiría tanto exceso.
Luisanna,
mi consejera y proveedora estrella para esta aventura, se había encargado de
echarme lo cuentos de su subida en agosto. De los consejos más valiosos que
recibí les digo algunos: meter una bolsa grande, como las de basura, abierta en
el bolso y en ella colocar cada cosa en bolsas separadas. Como no tenía un
impermeable para mi bolso apliqué esto al pie de la letra.
En
mi morral de 35 litros (lo más cómodo por mi tamaño) distribuí las cosas de la
siguiente manera (de abajo hacia arriba): sleeping, pijama, ropa de cambio, cepillo
y pasta de dientes, una cajita (curitas, adhesivo, tijera, baterías, roll-on de
árnica), comida, suéter polar y chaqueta impermeable. Luego en el bolsillo de
arriba: linterna frontal, bálsamo para los labios, repelente, guantes,
pasamontañas. Al lado del bolso, en una de las mallitas, coloqué una botella de
agua de 1.5 litros (porque no tengo camel back). Y en la parte baja amarré mi
mat de yoga (porque no tenía aislante). Muy importante: bloqueador solar,
yesquero, navaja (o esas que traen mil en una) y su cámara.
Ya
solo con eso mi bolso estaba full y pesaba la asombrosa cantidad de 13 kilogramos.
Recordaba una voz que me decía: “Tu bolso no debe pesar más del 20% de tu
peso”. No les diré cuánto peso pero el bolso estaba pesado.
Con
la comida de marcha (cosas para picar durante la ruta) ocurrió el primer exceso
de principiante: merey, pasas, mandarinas, duraznos, y un surtido (maní, maní
con ajonjolí, maní dulce y nuevamente pasas). También llevamos oreos. Con los
platos fuertes, otro exceso: pan de pita, atún, unos huevos sancochados (llévenlos
cocinados, con concha y envueltos en papel aluminio), vegetales (prepárenlos en
casa), queso amarillo y las famosas sopas maruchan, con las que quedé extasiada
por su sabor, allá en las alturas todo te sabe a gloria, y luego impactada
cuando días después recibí un correo que decía que estas producían cáncer. Menos
mal que el peso de la comida fue compartido.
Durante
todo este proceso, quizás antes, debes preguntarte ¿cómo estás para subir a la
montaña?, detallar tu estado de ánimo. Otro asunto importante es revisar tu
“morral interno” y sacar todo lo que te pese y no quieras subir a la montaña:
“pensamientos negativos, orgullo, apegos a situaciones vividas y que te atan
afectivamente”. Y si decides llevar algo de eso “será materia de oración para
integrarlo a la vida”.
Listos
ambos morrales (terrenal e interno) intenté dormir pero la ansiedad/emoción no
me dejó. Al cabo de unas horas ya eran las 5:30am y mi papá estaba abajo
esperando para llevarme al lugar de encuentro.
Inicio mi subida
El
encuentro era a las 6:15 am al final de la avenida Sanz de El Márquez, así que
llegué muy temprano. Mientras tanto mi papá, cómplice de este tipo de locuras,
me hacía algunas preguntas.
Nuestro
guía del CEC, Simón Parra, llegó puntual pero comenzamos a subir a las 6:40am.
Otra parte del grupo nos estaba esperando al pie del cerro El Ávila. En total
sumamos nueve personas.
Esa
primera subida me sirvió para calentar y comprobar si resistiría el peso de mi
morral. Al principio sentí los primeros corrientazos en mis pantorrillas. Y
cuando ya estaba un poco fatigada, luego de aproximadamente 17 minutos sin detenernos,
muchos pájaros comenzaron a cantar en distintos tonos. Esas melodías fueron
agua para el espíritu y nuestra bienvenida porque ya estábamos llegando al
puesto de guardaparques de La Julia.
En
este lugar hicimos una rápida parada para tomar agua, respirar profundo y
anotarnos en el registro de la gente que pernocta en el Parque Nacional Waraira
Repano.
Continuamos
el camino hasta llegar a El Tanque donde aprovechamos para recargar agua y picar
algo. Solo habían pasado 30 minutos desde el inicio de nuestro ascenso. Era un
buen tiempo.
Hasta
este momento el terreno no había sido tan empinado. Pero a partir de El Tanque la
vegetación cambió completamente y nos adentramos en un bosque templado, con
hilos de agua en los suelos, para luego casi escalar un terreno muy rocoso.
Durante
el camino encontré las mismas señales que cuando hice montaña en Mérida, los
mismos trozos de telas o bolsas amarrados de las ramas de los árboles, y para
no perder la costumbre comencé a fotografiarlos.
Yo
iba en el primer grupo con Mauricio, Ignacio, Daniel, Natalia y Betsabé. A
veces nos encontrábamos con Diana, que iba a su ritmo. Y más atrás venían Simón
y Claire, una enfermera francesa de la Cruz Roja.
En
ocasiones sentía que el peso de mi morral se multiplicaba y recordaba mi lectura.
“Cada
vez que encuentre un obstáculo, aprovecho para encontrarle el sentido
espiritual (…) Hay piedras en este camino, no puedo avanzar…”
Y
de pronto este peso se disipaba con un paisaje hermoso, un canto de algún
pájaro, un sonido, o una flor.
Como
casi siempre vas en fila india es inevitable que tu compañero de adelante
aparte una rama, que esta rebote y te dé un latigazo en alguna parte del
cuerpo. Bueno, esto pasaba frecuentemente, lo malo es si una de estas plantas
tiene espinas. Pasó. Y me gané mi rasguño en la frente y un huequito en la
mejilla. Ambos diminutos en un persona exagerada.
También
tienes otros periodos en que caminas solo. Estos momentos son únicos porque te
sientes parte de la creación y la naturaleza te envuelve, porque te sientes
pequeño ante tal inmensidad pero también te sientes querido y sostenido por
Dios.
Me
conecté tanto con el camino que no me di cuenta cuál era El Edén y en un
instante ya estábamos en Rancho Grande, uno de los puntos de parada. Allí nos
sentamos, conversamos y picamos algo de comida. Ya eran como las 10am. También
aproveché para ir al baño, con la mayor naturalidad del mundo.
Magia verde
Luego
de Rancho Grande nos adentramos en uno de los paisajes más mágicos que haya
visto, el de selva nublada. Era como un gran colchón natural de hojas verdes,
provocaba lanzarse con los brazos abiertos. Lo atravesaba un pequeño riachuelo.
Al
fondo de ese camino arbóreo se divisaba la neblina y algún rayo de sol que, con
suerte, lograba atravesarla. Todo era humedad, refrescante y necesaria para
nuestra jornada.
Caminamos
por un terreno estrecho, con muchas curvas, lleno de hojas mojadas. Y
aparecieron ante nuestros ojos los árboles con formas. Para algunos de nosotros
aquellos eran elefantes, camellos o cualquier otra cosa que tu imaginación
quisiera crear. Y para otros simplemente eran árboles.
Pasaron
unos minutos y la vegetación y el terreno cambiaron completamente. La jugada de
costumbre del imponente pero hospitalario Ávila. El camino se transformó en una
pared de roca gris, naranja y arena, con algunos helechos a los lados. Un
paisaje de vegetación baja, esta vez en forma de sub-páramo.
Todo
este tiempo había estado mirando al suelo, calculando donde poner mis manos,
mis pies, e impulsando mi humanidad y mis morrales en esas empinadas. Que grata
sorpresa cuando levanté la mirada y ahí estaba ese pedazo de topo, piedra
redonda, en la punta de la colina.
Topo Goering
Llegamos
al Topo Goering casi a las 12 del mediodía. Este pedacito de montaña me
encantó. Su tierra blanca nos iluminó el rostro, su base nos sostuvo para tener
una de las vistas más tiernas del Ávila, pintada de una variedad de verdes
vibrantes. Justo en este punto estábamos a 2470 msnm.
Luego
leí que se llama así porque en la primera expedición exitosa al Pico Naiguatá
había un pintor alemán, Anton Goering, que era miembro de la Sociedad Zoológica
de Londres. Parece que al pasar por este topo “Goering avisó que era peligroso
quedarse mucho tiempo, debido a que la selva que les rodeaba albergaba fieras
que podrían molestarlos”[1]. El
espeleólogo inglés, James Mudie Spence, que era líder de la expedición, agradeció
el comentario de Goering y bautizó el lugar con su nombre.
Aquí
hicimos una parada para almorzar y descansar un poco. En el topo había tres
rusos y Claire aprovechó para saludarlos.
Luego,
casi a la 1pm, decidimos continuar nuestra ruta. Para bajar del Goering
comenzamos a transitar por un camino de piedras muy grandes para más adelante
adentrarnos nuevamente en el bosque.
Siempre juntos
Llegamos
a El Urquijo, lugar donde debíamos esperar al resto del grupo, porque a partir
de allí el camino puede ser un poco confuso.
En
esta parte comencé a ver vegetación similar a la del páramo, especialmente unas
plantas que lucían como frailejones y que tenían las hojas peludas.
Otra
subida y llegamos a un cartel que indicaba el cruce a la Fila Maestra, a la
izquierda, y el camino al Pico Naiguatá, a la derecha. Ya estábamos a la altura
de 2550 msnm.
Estaba
muy nublado y no pudimos ver La Guaira. En unos segundos comenzó a lloviznar y
hacer bastante frío. Finalmente, en este punto, nos pusimos las chaquetas.
Una
de las cosas que me gustó mucho fue que empecé a ver señalización. Alguien se
dedicó a hacer unos cartelitos amarillos con una figura dibujada con marcador,
que no logré descifrar, y a amarrarlos con alambres en las ramas.
Pasaron
unos minutos y sentí que entré en otra dimensión, en el mundo de las rocas,
muchas de ellas redondeadas, ejemplos vivos de algún tipo de erosión. Realmente
eran grandes y algunas tan largas que acompañaron buena parte de nuestras
pisadas.
De
las que me más me llamaron la atención están La Arepa y Los Platos del Diablo (2690
msnm), “constituidos por tres discos de gran tamaño inclinados hacia el norte y
suspendidos entre sí por un reducido punto de contacto en el centro”[2].
El que crea en los extraterrestres diría que ellos la pusieron ahí.
Continuamos
el camino y luego de una bajada y de hacer equilibrismo en unas piedras para
atravesar un charco ya estábamos en el Anfiteatro del Pico Naiguatá, a 2700
msnm. Eran como las 2:45pm y yo no me lo podía creer.
Una
gran explanada con algunas carpas y una niebla fría que cubría todo el
campamento. A mí me pareció hermoso. Provocaba correr por el lugar.
Primero
debíamos armar campamento para hacer cumbre de forma más ligera y tranquila y
así disfrutar de las sorpresas que nos deparaba la cima del Naiguatá.
Algunos
fuimos a la toma de agua que queda a unos 120 metros[3]
del Anfiteatro. Está al final y en una bajada. A medida que avanzas puedes ver
la señal toma de agua, escrita con
piedras, sobre grandes piedras. Y de fondo toda la costa del Litoral Central.
La
toma de agua es un pequeño pocito conocido como El Manantial de Stolk, que según
me dijo Derbys, director de Fundhea, su nombre proviene de un viejo
excursionista, de apellido Stolk, que lo descubrió y señalizó el lugar.
En
este lugar cometí la novatada de meter la botella de agua en el pocito. Un
muchacho me dijo que esto no se debía hacer porque se mezcla el agua con
la tierra. No sabía que era la misma
agua que salía del pequeño orificio que tapan con un pedacito de troco, y que a
su vez sujetan con una tira de tela.
Así
que la cantidad de agua de El Manantial de Stolk dependerá de cuánta gente haya
acampando en el Anfiteatro.
Llegada a la cima
Desde
el Anfiteatro hasta la cima del Pico Naiguatá
son aproximadamente 15 minutos. Tiempo que transcurre entre caminos
estrechos de vegetación muy tupida que pueden confundirte.
Lo
que menos me gustó de esta parte es que hay dos trechos que debes hacer con una
cuerda. Confieso que me costó, la fuerza de mis brazos nada tiene que ver con
la de mis piernas. Debías impulsarte con los primeros y apoyar tus pies en la
roca, quedabas prácticamente acostado en el aire.
Superado
este obstáculo, gracias a Claire e Ignacio que me animaron, subimos al
encuentro con lo más anhelado de este viaje: La cruz del Pico Naiguatá y la
vista.
Cuando
llegamos los tres comenzamos a gritar. Estábamos en el punto más elevado de la
Cordillera de la Costa (2765 msnm), y en el segundo más elevado del Caribe
luego del Pico Duarte en la República Dominicana.
Aquello
era sublime... El mar Caribe de un lado, la ciudad del otro, la Fila Maestra,
el Anfiteatro, los cientos de verdes, las nubes, el cielo, la brisa que nos
rozaba, lo inmensos que nos sentíamos. Eran como las 4:30pm y tendríamos todo
ese atardecer para nosotros.
Después
de hacernos un montón de fotos. El ambiente nos calmó e hizo que cada quien
tomara su espacio y se conectara de la forma con la que más se sintiera a
gusto.
Silencio.
El
sonido de la maraca de Ignacio. Los binoculares de Claire. Mis pies descalzos.
“El monte es sinónimo de lugar de encuentro con
Dios por su inmensidad y su altura. Monte es sinónimo de montaña, que al igual
significa soledad, tranquilidad, acercamiento en el sentido espiritual”.
Pues si,
me sentí más cerca de Dios. Tan conectada con lo que soy y con lo que me hace
feliz que dejé que mi mente se elevara con las nubes. No pensé en nada más. Nada
me preocupaba.
“Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me
vendrá la ayuda? La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Él
no dejará que resbale tu pie: ¡tú guardián no duerme! Él te protegerá en la
partida y el regreso, ahora y para siempre”. (Salmo 121)
Comenzó
a oscurecer y los colores del cielo se hicieron más hermosos. Los rayos del
sol, las luces de Caracas y del Litoral. Líneas naranjas, blancas y celestes.
Pero también la brisa fría comenzó a meterse en nuestros huesos y decidimos
volver o más bien intentamos porque nos perdimos. Intentamos descifrar el
camino, pero la vegetación con confundió. Así estuvimos varios minutos hasta
que encontramos una piedra, a la que le habíamos pasado por el lado sin creer
que por ahí habíamos subido. Pues sí, con mucho esfuerzo habíamos saltado esa
parte. Y justo en ese momento llegaron Simón, Diana y Betsabé. Gracias a Dios.
Los
esperamos mientras ellos hacían unas fotos en la cruz y todos bajamos juntos. Solo
teníamos tres linternas así que fue difícil. Todo estaba muy oscuro y debíamos
esperar a que Simón revisara la ruta. Sufrí nuevamente con la bendita cuerda,
de hecho fui la última en descender y me gané mis morados.
Ya
en el Anfiteatro algunos acordaron levantarse a las 4:30am para ver el
amanecer. Yo decidí descansar y levantarme a la hora que mi cuerpo indicara. Lo
que había visto ese atardecer era suficiente para mi alma.
Cenamos
la ansiada Maruchan y me gustó. Quería comer y comer. También usamos mi roll-on
de árnica, esta pequeña adquisición fue como nuestro masajista privado.
Esa
noche no dormí bien, los sonidos de la noche me asustaron un poco y mi mat de
yoga no sirvió de mucho como aislante, sentía el frío terreno debajo de mi
espalda. Pero estaba feliz porque había cumplido uno de mis deseos.
Bajar de la montaña
Comenzamos
a bajar a las 10am y nos encontramos a Manuel Fraga, uno de los miembros de
CEC.
Cuando
llegamos al Topo Goering estaba lleno de excursionistas. Ahí tuve la grata
sorpresa de encontrarme a mi amigo Manuel Lima, que ahora hace montaña con la
gente del Centro de Excursionista Universitario (CEU), un club dependiente de
la Dirección de Deportes de la UCV.
En
Rancho Grande tomamos el almuerzo. Retomamos la marcha y cada quien fue a su
ritmo.
Todos
nos encontramos en El Tanque y cuando llegamos metimos nuestras cabezas debajo
del agua que manaba de él. La sensación era de cansancio con satisfacción.
Todavía quedaban treinta minutos para llegar a donde comenzó todo el día
anterior.
Durante
estos dos días sentí la montaña muy dentro de mí. El Naiguatá me conquistó. Y
estoy segura que siempre recordaré mi primera vez en aquella cumbre que me
erizó la piel, al darme la respuesta que necesitaba.
La ruta: PGP La Julia, El Tanque, El Edén, Rancho Grande, Topo Goering, El Urquijo, La Fila, campamento en El Anfiteatro.
Ida: 8 horas. Vuelta: entre 6 y 7 horas.
Nivel técnico: tipo trekking de baja y media montaña.
Importante: Hicimos paradas en: El Tanque, Rancho Grande, Pico Goering, El Urquijo. Tomas de agua: PGP La Julia, El Tanque, El Manantial de Stolk.
Referencias
5 comentarios:
Hola Germaine. Mil disculpas por no responderte. Hay un grupo que está muy activo y tiene rutas los domingos puedes escribirles y pedirles que te envien el cronograma de salidas: cecaracas2@gmail.com se llama Centro Excursionismo Caracas. Un abrazo, Minerva
Me deleito con todos los comentarios de los paseos al pico Naiguata. Cada cuento, cada fotografía es un tesoro para mi. De una cosa que siempre estaré arrepentido es nunca haber hecho cumbre en el Naiguata . La Cruz de los Palmeros, El Picacho, Pico Occidental, Lagunazo, Estribo de Duarte, La Julia, La piedra del Indio,por supuesto Sabas Nieves, todo el cortafuegos,pero nunca el Naiguata. Mil gracias por sus narraciones, son muy importantes para mi. Dios los bendiga.
Estaba buscando información acerca del peso estimado de un morral cargado para subir e Pico Naiguatá. Te soy sincero, hasta ese momento simplemente era una búsqueda de información, pero después de leer tu relato, te has convertido en inspiración. Ahora tengo una nueva meta...subir a Pico Naiguatá. Manana comienzo mi preparación. Un gran saludo para mi desconocida inspiración.
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