jueves, 15 de mayo de 2014

Gilberto Pinto: Encanto y disidencia*

El teatro de Gilberto Pinto es un acto de justicia que inició desde la fundación de su grupo El Duende en 1955, todavía en actividad. Un realista social, eso es este personaje en plena vigencia. Aquí está su perfil a partir de una conversación con él, con su esposa (la actriz Francis Rueda) y con amigos que lo conocen de cerca y/o han estudiado su obra

Debajo de su pecho no sólo está su corazón. Un marcapasos, un sincronizador y un desfibrilador forman parte de su anatomía. Ha soportado tres operaciones, pero también tiene tres duendes que lo protegen: Dios, la virgen y su esposa Francis Rueda, de quien ríe constantemente sus “payasadas”. Ochenta años, tres matrimonios, tres hijos “y lo que me falta”. Risas. De pronto se calma y contempla a su esposa, quien no ha dejado de estar al frente: “Ya llegué al llegadero, me agarraste cansado, 30 años juntos…”. Ahí está, en esas palabras, parte de la vida de Gilberto Pinto, dramaturgo, director, actor, pedagogo, y sobre todas las cosas pintista. Un hombre que cree que el teatro lo sacó de la jungla y le abrió un abanico de posibilidades para observar y trabajar esa realidad que tanto le disgusta.
Fue galardonado en la segunda edición del premio Fundación Fernando Gómez 2009 por su amplia labor artística sobre las tablas venezolanas. El veredicto destacó el sentido crítico de Gilberto Pinto y su incansable labor como formador del teatro nacional. Ya había ganado en 1999 el Premio Nacional de Teatro.
Marcado por la disidencia
En él se cruzan múltiples personalidades formando una sola, controversial. Su relación con la historia política del país y el episodio de la suspensión de su debut debido a un editorial de monseñor Pellín marcaron ese signo controversial. “Yo no he vivido bajo ningún gobierno que garantice una democracia plena, todos han sido represivos, todos han sido corruptos. Es mentira que han ayudado a las masas populares, porque siguen siendo incultas y siguen estando desprotegidas. Del primer gobierno que yo tengo conciencia es del de Rómulo Gallegos y lo tumbaron, Marcos Pérez Jiménez, una dictadura, de ahí en adelante todos los gobiernos del Pacto de Punto Fijo, Betancourt, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi: ninguno se ocupó de lo que tenía que ocuparse”.
Y son precisamente estos planteamientos los que se reflejan en la dramaturgia de Pinto. Todas sus obras se encuentran impregnadas y cargadas de una profunda y mordaz crítica social, política e histórica. Los fantasmas de TulemónEl hombre de la rataPacífico 45La guerrita de RosendoEl confidenteLa muchacha del blue jean, son Venezuela y su historia, más allá del marco político en el teatro. Pero antes de esto quién era este hombre de piel canela, barba y peinado de medio lado, quién era este hombre de andar lento y reloj detenido, dónde se fijaban sus lentes y su sonrisa de piezas incompletas, quién era Gilberto Pinto.
Monte y culebra
El autor y protagonista de El hombre de la rata nació el 7 de septiembre de 1929 en una casa de vecindad de la parroquia Santa Rosalía. Su madre, Socorro, era obrera y ganaba seis bolívares semanales.
La infancia de Pinto fue marginal y sólo pudo estudiar hasta sexto grado, pero su bachillerato y universidad fueron sus escenarios criollos. Fue autodidacta. Casi toda su juventud, hasta los 18 años, sintió que estaba perdido, no sabía nada, no le interesaba nada: “Vivía esa marginalidad como normal”.
Un día unas páginas de El Nacional abandonadas sobre la mesa del billar del club YMCA atraparon la atención de aquel muchacho. Se detuvo con curiosidad en un reportaje que Carmen Clemente Travieso le hacía al curso de Capacitación Teatral que, bajo la coordinación del Ministerio de Educación, dictaba el profesor mexicano Jesús Gómez Obregón para la juventud caraqueña desde 1947. Se dirigió al edificio Casablanca, de Peligro a Puente República. Carlos Denis, un individuo que hacía las veces de secretario, lo inscribió sin mayores requisitos, no había más de 25 alumnos. Al día siguiente ya estaba estudiando teatro y desde hace un poco más de 60 años no ha parado.
El teatro me abrió los ojos y me hizo ver una perspectiva que yo no había notado. Me quedé hasta hoy y eso me ha formado como ciudadano, como hombre de cultura, como hombre civilizado. El teatro me sacó de la jungla. Uno de los problemas de este país es que necesitamos cultura, porque estamos regresando a la jungla.
Se ha casado tres veces y tiene tres hijos. A su lado permanece su esposa Francis Rueda, actriz, quién también ha sido su discípula: “Gilberto es mi maestro, es un hombre que compartió toda mi experiencia profesional, porque nunca faltó a ningún espectáculo que yo hacía. Al principio me dijo que no servía para ser actriz, pero luego fui una de sus alumnas más sobresalientes. Siempre estuvo muy pendiente de mí. No fallaba nunca, siempre me llamaba”.
Gilberto Pinto no se arrepiente de nada, tampoco olvida las vicisitudes vividas, pero sólo tiene las cicatrices de sus operaciones. Una de sus adicciones es la lectura. Sus autores favoritos son Balzac, Stendhal, Brecht, Chejov, pero lee de todo y  justo ahora el motivo de su trasnocho es El carácter neurótico, de Adler. En cuanto a la técnica utilizada en sus obras, dice que le cuesta mucho escribir porque es demasiado detallista, metódico y fastidioso. Siempre le cuesta buscar la palabra adecuada. Francis Rueda cree que esto sucede porque es del signo virgo: “Yo no sé si es verdad eso de los signos, pero el va marcando todo, movimiento por movimiento, es una cosa impresionante y característica del virgo”.
No le disgusta la ciencia zodiacal, pero sostiene que, a pesar de su signo, es muy difícil escribir como Chejov, Shakespeare o Moliere. “Son autores de los que sólo aparecen tres o cuatro en una época. Ellos son los genios todo lo demás es monte y culebra, yo soy monte y culebra, lo que pasa es que en el país de los ciegos el tuerto es rey”. Insiste en que lo más complicado es la economía de palabras.
En sus comienzos, el teatro era un juego y él, un romántico… Pero llegó la hora de su debut como actor y todo cambió. La obra se llamaba La fuerza bruta, del premio Nobel John Steinbeck. El día del estreno las autoridades suspendieron la presentación debido a un editorial de monseñor Pellín, publicado en el diario La Religión, que criticaba una foto donde una actriz tenía la pierna montada en un cajón y Pinto simulaba tocarla. Pellín, recuerda el dramaturgo, dijo que cómo era posible que se presentara en el Instituto Pedagógico de Caracas ese montaje de esos muchachos comunistas. Pinto no tenía noción de la política, pero en ese momento se dio cuenta de su poder y, además, del poder de la religión.
Desde entonces se radicalizó, el teatro dejó de ser un juego y él se convirtió en un “animal político”.
Carlos Dimeo, profesor en el postgrado de teatro latinoamericano de la Universidad Central de Venezuela, afirma que la dramaturgia de Pinto se encuentra empapada de esa mirada que hace uso de la historia y de la política como temas y como formas de diálogo. “El dominio que se deriva de su dramaturgia está condicionado por un leit motiv subyugante para los personajes de sus obras, que se extiende en una crítica y una pregunta al venezolano de hoy, que ve en sus años pasados terribles fuentes de la crisis que pervive en nuestro país”.
La obra de Pinto también se destaca por la capacidad que tienen los personajes de ir adoptando las formas específicas del ser venezolano. Tal es el caso de El hombre de la rata, donde, según el análisis de Carlos Dimeo, existe una alusión directa en el símbolo de la rata a la forma en que hacían política los líderes de Acción Democrática.
Pinto, por otra parte, reniega del teatro comercial pues sólo busca el dinero de los espectadores y es producto de la contracultura:
Es totalmente evasivo, no puede ser que en una obra el problema sean las vaginas de las mujeres, hay problemas superiores. Tampoco puede ser que el Celarg, siendo una institución del Gobierno, sea la sala de exhibición del teatro comercial por encima de los montajes reflexivos. Allí se presenta un teatro anodino.
La casa de Pinto está perfumada con incienso de almendras. Hay una pared con dibujos de algunas de las obras de Shakespeare (El Rey Lear, Macbeth, Hamlet, El mercader de Venecia, etcétera)  obsequiados por el fallecido director de Rajatabla, Carlos Giménez, a su amiga Francis Rueda. En otra pared, caricaturas con gran carga social de Fantoches, periódico de oposición en el gobierno de Juan Vicente Gómez, dirigido por Leoncio Martínez. En una se ven dos señoras gordas y una frase: “Si nos pagaran por kilo…”. 
Pinto no es dulcero ni en sus declaraciones ni en su paladar. Sólo le gusta el cabello de ángel. Y si existe algo que “le saca la piedra” es la cháchara superficial. Escribe con ruido y le agrada caminar por las calles de Caracas. Nunca ha desplazado a su familia por el teatro y cuando se separó de su segunda esposa, sus amigos dicen que “andaba con los muchachos para arriba y para abajo”. Tiene un pitbull que permanece encarcelado en la cocina “porque es muy bestia, se para y me pasa”, y después de la última operación del corazón no puede agitarse mucho.
Se detiene en cada palabra, la mastica y la suelta con tono aleccionador y contestatario; como cuando al final de la pieza El hombre de la rata, el personaje echa a andar y cuando va a salir se vuelve hacia el público y comienza a hablarle con mucho recelo: “¿Saben lo que voy hacer? Me dedicaré a andar delante de mí, siempre derecho, hasta conseguir un lugar donde pueda vivir, trabajar y amar en paz. Un lugar en donde los hombres se quieran y se respeten, en donde el amor no traiga como lastre la traición, en donde el trabajo sea digno y sirva para algo. Si algún día lo encuentro les avisaré. Y si no, ¡vendré a decirles que no existe y que debemos luchar hombro con hombro para hacerlo!…Tal vez entonces nos liberaremos de la angustia”.
Seguramente Pinto avisará si encuentra ese lugar, pero mientras tanto continuará planteando los problemas a través de la palabra.

*Este perfil lo escribí en enero de 2009 para la materia Entrevista Periodística, dictada por el profesor Sebastián De La Nuez en la UCAB. Gilberto Pinto falleció el 7 de diciembre de 2011 a la edad de 82 años. Todo un honor compartir con este hombre de teatro.

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