viernes, 22 de agosto de 2014

Mérida: montaña y espiritualidad (I)

Desde hace rato la montaña me está llamando. Y luego de estar nueve días en Mérida haciendo Ejercicios Espirituales, trekking, trotando y conociendo a un par de abuelos que me robaron el aliento estoy convencida que Dios se manifiesta privilegiadamente en las montañas y en su gente. La ruta mágica hasta la Laguna La Coromoto, a 3000 metros sobre el nivel del mar (msnm),  en el Parque Nacional Sierra Nevada, fue solo el inicio de esta aventura en la ciudad de Mérida, ubicada en la parte media de la región andina venezolana, entre las sierras de La Culata y Nevada. Una ciudad donde montaña y espiritualidad se entrelazan a diario. Aquí la primera parte de esta historia

Salimos de Caracas hacia Mérida el domingo a las 7pm y caí como piedra en el autobús.  Abrí los ojos como a las 7am y seguíamos rodando. Menos mal que mi compañero Carlos Murga no tiene el sueño tan pesado y se encargó de vigilar durante el trayecto. Tráfico y algún otro inconveniente del que no caí en cuenta por mi estado somnoliento nos dejaron en Mérida a la 1pm. Dieciocho horas de viaje, diecisiete durmiendo  y mis rodillas tullidas por el frío y la suspensión de la “cómoda” poltrona, un invento que no es del todo bueno para las bajitas como yo.
Mientras esperábamos nuestras maletas me encontré con una vieja amiga Lucía y su esposo Rafael, Sara y el padre Miguel Centeno, quien nos guiaría en esta experiencia de Ejercicios Espirituales (EE) bajo la metodología de San Ignacio de Loyola, en San Javier del Valle, Mérida.  Cinco días de silencio y de reencuentro con aquello que nos conecta con lo más esencial, nuestro Principio y Fundamento, el sentido de nuestra existencia humana con una perspectiva cristiana. ¿Qué quiere Dios de nosotros en la tierra? ¿Cómo nuestro proyecto de vida puede hacernos más hermanos?
Carlos y yo almorzamos una deliciosa trucha con champiñones y unos batidos de mora y parchita en el Mercado Principal, y al rato nuestro compañero del Centro Gumilla Mérida, Carlos Krish, nos pasó buscando para llevarnos hasta el pueblo de Tabay, a unos 12 km de la ciudad de Mérida,  donde pernotaríamos hasta el martes en la noche, día en que comenzaríamos los EE.
Esa tarde-noche del lunes compartimos con unos amigos de Carlos Murga, la mayoría de ellos cultores. Muchos de ellos vivían en Caracas pero la hostilidad de esta ciudad así como la enorme dificultad de conseguir una vivienda los movió a Mérida. Ahora lucen tranquilos y conectados con lo que hacen. También conocí a un niño hermoso llamado Imoy (nombre wayuu) y comimos una pizza exquisita del Restaurant Valentina, más el vinito de mora que compramos en una mercería cercana.
El lugar que nos prestó nuestro compañero era acogedor y todos los detalles dan cuenta que aquí vive la mamá de Krish. Crucigramas en alemán, rompecabezas por armar y armados enmarcados en cuadros. Pasatiempos valiosos para la mente y el espíritu. Y en la puerta un almanaque con mi mes, agosto, y mi animal favorito, una tortuga verde enorme. Más que perfecto. Esa noche dormimos escuchando música folklórica alemana. Otro descubrimiento.


Hacia el Parque Nacional Sierra Nevada
A la mañana siguiente nos alistamos muy rápido para ir a una laguna en la que Carlos había estado 8 años atrás. ¿Te acuerdas de la ruta?, le pregunté. Y su sí confiado me motivó a acompañarlo.
Primero nutrimos el espíritu. En total: 5 pastelitos, 1 empanada, jugo, café, 2 pastelitos y una especie de buñuelo hecho de plátano  y relleno de queso, estos últimos para llevar. 125 bolívares y una sonrisa de sorpresa.
Mientras Carlos buscaba el jeep que nos llevaría hasta el Parque Nacional Sierra Nevada, yo fui a comprar provisiones ecoruteras: cambur y manzanas. Ya el chocolate lo teníamos.
El primer jeep de la línea La Mucuy nos dejó, así que tuvimos que pagar otro para que nos llevara hasta el Parque. 50 bolívares la carrera. ¡Y por los dos! Otra sorpresa. Durante el trayecto vimos algunos pueblitos del páramo y las aguas del río La Leona bañando el paisaje de cuento. Finalmente el jeep nos dejó en la parte más alta del Parque y Carlos y yo nos regresamos para mirar el mapa del Parque Nacional Sierra Nevada, muy importante en Venezuela porque constituye el ecosistema de mayor altura en el país.
Tiene 276.446 hectáreas y en el parque se hallan además trece cuencas hidrográficas, y diez lagunas de origen glaciar, que por efectos del calentamiento global se han ido reduciendo.
La Sierra Nevada de Mérida es una cadena montañosa perteneciente a la Cordillera de los Andes la cual atraviesa la parte occidental de Venezuela, específicamente los estados Lara, Apure, Barinas, Mérida, Táchira y Trujillo. Dentro de la sierra se encuentran importantes picos como los son el Pico Bolívar, Bondplandt, Humboldt  siendo estos los más altos del país y ubicados en el estado Mérida con alturas de hasta 5007 msnm (Pico Bolívar).
Este día haríamos la ruta  hasta la Laguna La Coromoto, a 3000 msnm, nada más y nada menos que la misma ruta que lleva hasta El Pico Bolívar.

Comienza el ascenso
Primero subimos por una vereda de concreto. Luego de pasar la estructura de una casita, una especie de arco, nos adentramos en la naturaleza.  No hay comparación con otra ruta que haya hecho. Este es un bosque puro y espeso donde a medida que uno avanza difícilmente se distinguen los senderos transitables. Se pueden ver terrenos planos, circulares, con escasa vegetación, en los que la gente acampa.
Dado que no hay ningún tipo de señalización formal, la gente ha colocado sus propias guías: bolsas plásticas, tiras de tela o de cintas amarillas que dejan ver la palabra precaución, amarradas a troncos o ramas, para nada visibles, por eso me dediqué a fotografiarlas durante todo el camino.
En algún momento Carlos y yo nos perdimos tratando de buscar un río que su memoria, de ocho años atrás, le decía que teníamos que atravesar. Caminamos en círculo y llegamos al mismo lugar. Una foto de una flor extraña que yo había tomado nos confirmó que ya habíamos estado allí. Carlos pensó que era un dejavu y yo que la montaña no nos quería dar permiso para penetrarla, también pensé en los Momoy, una especie de duende que cuida la montaña.  
A partir de ahí Carlos delegó toda la ruta a mi intuición, ya que según él “la intuición femenina es lo mejor para estos casos”. Trabajamos en equipo y cualquier nuevo camino lo consultábamos antes de tomarlo. También seguimos rastros, senderos abiertos y una que otra cáscara de mandarina.
Descendimos por una falda de la montaña que nos llevaría hasta el primer río. Este camino tenía muchísimos obstáculos y tanto de ida como de vuelta sentí una energía muy fuerte y fea, como si algo hubiese sucedido ahí. Además era infinito. Fue la única parte del trayecto donde no me sentí cómoda.
A las 12 en punto llegamos finalmente al famoso río. Una pequeña caída de agua y un pocito de bosque encantado, como si alguna hada o duende fuese a salir en algún momento.
Caminamos otro buen rato y llegamos a un río más grande. Recargamos agua y continuamos nuestro recorrido. Luego de adentrarnos más en el bosque vimos como del lado izquierdo siempre había un caudal y numerosas cascadas. Decidimos seguir en dirección a la cabecera. Trepamos troncos y nos embarramos.
Luego se abrió un camino cubierto de hojas que parecían hebras marrones de cabello extendidas por todo el lugar, para finalmente volverse estrecho y empedrado con escaleras naturales que parecían fabricadas, ciertamente por Dios.
Prácticamente todo este camino discurre por un profundo y estrecho cañón, de modo que la visibilidad es limitada.
Cuando Carlos me dijo que ya estábamos muy cerca de la laguna no lo podía creer. Todavía no la veía. El inicio era una explanada donde estaba izada una bandera de Venezuela y otra que no supe identificar. Comenzó a llover fuerte y encontramos una familia que almorzaba refugiada debajo de unos árboles. Ya teníamos cuatro horas de caminata. Eran las 2pm.

Laguna La Coromoto
Comenzamos a escalar sobre piedras de tonelada. La lluvia arreció y cuando miramos hacia abajo, ahí estaba, la Laguna La Coromoto abierta ante nosotros. Estábamos a 3000 msnm en pleno corazón de la montaña. Un valle inmenso con vegetación típica del páramo: frailejones, coloraditos y arbustos.
La laguna era de un verde intenso y profundo y tenía pequeños islotes en distintas partes de su superficie. Bordeada por la montaña a un lado y por las piedras al otro lado.
Comimos manzanas y chocolate mientras nos deleitábamos con la vista, el silencio y la lluvia cayendo sobre nuestros cuerpos. De repente un ave blanca comenzó a danzar sobre la laguna. Dio un par de vueltas y luego desapareció. Carlos dice que era el Espíritu Santo y ciertamente no vimos otro animal así durante el recorrido. Su magia nos impactó. Carlos también me contó que esta era la ruta hacia el Pico Bolívar, un próximo reto.
Pronto comenzamos a sentir el frío y nuestras manos se congelaron. Tuvimos que sacarnos las camisas empapadas y quedarnos solo con el suéter.  También comimos los pastelitos y las empanadas, versión piedra, que habíamos pedido para llevar.

Antes de que oscurezca
A pesar de que pensamos que el regreso sería más rápido no sucedió y faltando casi una hora para llegar al inicio de la ruta oscureció. Estábamos de noche en la montaña y sin linterna. Mientras nuestros ojos se acostumbraban al nuevo estado nocturno nos tropezamos y enredamos con algunas lianas y ramas que dormían en el suelo. Carlos comenzó a tararear una y otra canción y yo permanecí en silencio. “¿Vas bien?”, el me preguntaba constantemente. Y mí “si” ocultaba el miedo.
Cuando aparecieron las luciérnagas sentí la presencia de Dios. Ellas iban adelante y alumbraban la ruta. El resto fue sobrevivencia de la buena e instinto.
Salimos de la selva espesa, aravesamos el arco casi cayéndonos, riéndonos,  y llegamos a una de las casas del parque  donde solo había una gente que se estaba hospedando en el lugar. Ni un guardaparques.
Decidimos continuar caminando hasta la carretera y sentí miedo, mucho más que en la montaña. Apareció el primer perro y yo quería volar. Le decía a Carlos “no corras, no corras”, para no gritar.
Pasamos al lado de unos caballos y el sonido del río siempre nos acompañó. Una bajada larguísima, oscura y más perros porque dentro del parque hay casas de personas que quizás vivían antes de que convirtieran este lugar en parque.
—Tranquila que estos perros no son como los de las quintas, que quieren comer gente— Carlos intentó consolarme (sin ningún resultado).
Y como caído del cielo apareció un jeep. Lo paramos y nos subimos pero el señor nos dijo que tenía que dejar al pasajero y que luego regresaba por nosotros. Nos bajamos y cuando arrancó casi lloro.
Apareció otro perro a los lejos. Varios minutos después el jeep regresó y Carlos se le atravesó con todas la de la ley.
—¿Hasta qué hora trabaja la línea?
—Hasta las 8pm.
Eran las 7:53pm.
Habíamos caminado nueve horas. El jeep nos dejó en Tabay y nos cobró solo 15 bolívares. Recogimos todo rápidamente y tomamos un taxi para San Javier del Valle, a la casa de Ejercicios Espirituales.
—Esta fue la ruta de la peregrinación de San Ignacio antes de los ejercicios— dijo Carlos.
Y yo no podía parar de reír mientras Carlos improvisaba nuestra cena en el taxi: chocolate, cambur y el famoso buñuelo de plátano que nunca nos comimos en la montaña. Todo frío por los vientos del Parque Nacional Sierra Nevada y la lluvia que nos cayó en la Laguna La Coromoto.







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