
Para
llegar hasta allá hicimos el camino tradicional y nos fuimos por la Autopista
Regional del Centro. Supimos que estábamos cerca cuando comenzamos a ver los
chaguaramos, unas palmeras altísimas organizadas en numerosas hileras. Tomamos
la salida hacia El Consejo y al cabo de unos minutos, entre algunas confusiones
y las “acertadas” indicaciones del GPS de Rosana, llegamos a la hacienda.
Eran
casi las diez de la mañana y había muchísima gente. Luego de la espera pudimos
comprar para la Ruta Santa Teresa de las cuatro de la tarde. Tiempo de sobra
para disfrutar de las instalaciones.
Lo
primero que hicimos fue tomarnos un montón de fotos en uno de los trenes que se
encontraban frente a la taquilla donde compramos los boletos; y es que la construcción del Gran Ferrocarril de
Venezuela, en 1893, también alcanzó la población local de El Consejo.
Luego
almorzamos en el restaurant Zafra Gourmet & Ron. La comida estuvo deliciosa
pero al ser gourmet ya se imaginaran la cantidad y el costo. Mi recomendación
es que lleven algo para picar durante el paseo o si es posible su almuerzo. Sigan
el ejemplo de una familia que vimos que se llevó su gran pollo con hallaquitas
y no pasaron hambre.
Como
aún quedaba tiempo nos sentamos en unas mesitas que están en los jardines de la
hacienda, tomamos unos mojitos de la barra e hicimos nuestro intercambio de
regalos. Una tradición que hemos mantenido desde que salimos de la universidad.
El
lugar es hermoso, un gran terreno cubierto de grama con muchos chaguaramos o
palma real que siguen incluso más allá de donde alcanza nuestra vista. Al fondo
unas montañas imponentes.
Llegó
la hora y comenzamos el tour. Lo primero fue entrar en un salón donde conocimos
un poco de la historia de la Hacienda Santa Teresa: Martín Tovar recibió del
Rey Carlos III la Cédula Real de estas tierras en 1771 y ya para 1796 sus
sucesores, la familia Ribas, habían labrado la tierra al punto de fundar la
Hacienda Santa Teresa (…) Aquí nacieron el prócer José Rafael Revenga y la
aguerrida Panchita Ribas, sobrina de José Félix y prima del Libertador (…) Por
las resueltas convicciones patrióticas de sus propietarios, la Hacienda fue
tomada y saqueada en 1814 por las tropas realistas de Boves que solo dejaron
desolación y muerte (…)[1].
Pero
la historia no terminó aquí. Boves ordenó liquidar a toda la familia Ribas y la
única que se salvó fue la pequeña Panchita, que fue capturada cuando tenía ocho
años. Luego una esclava liberada la reconoció
y se la compró a
un oficial por siete pesos macuquinos. Mientras tanto la escondió con familias
de negros durante cinco años y cuando se acabó la guerra, la trajo a Aragua, y
aquí la conoció Gustav Julius Vollmer. Gustav Julius y Panchita se casaron en
1830 y empezaron a recuperar las haciendas familiares. La de Santa Teresa la
adquirió en 1875 su hijo, Gustavo Julio, y ya entonces se producía ron.
Federico
y Gustavo Vollmer Ribas, hijos de Panchita, emprenden nuevamente la ardua tarea
de reconstrucción y desarrollo y en unas décadas convierten la Hacienda Santa
Teresa en un ejemplo mundial de desarrollo agrícola con vocación social,
carácter que ha permanecido hasta la fecha[2].
Alberto
Vollmer júnior entra en escena en la segunda mitad de los noventa (…) A finales
de la década, la compañía estaba en suspensión de pagos. Se convocó una junta
para decidir si se procedía con la quiebra o se vendía a la competencia.
Alberto y su hermano Enrique presentaron a su padre, que ya estaba retirado del
negocio familiar y era embajador de Venezuela en la Santa Sede, un plan de
viabilidad, y Alberto se hizo cargo de la empresa. Emprendió una dura
reestructuración y la compañía empezó a dar beneficios[3].
Salimos
del salón, cada uno con un “vaso shot” que nos habían dado al entrar, y nos encontramos con nuestro guía, Niomar Del
Corral, un muchacho de cabello rizado, vestido con una camisa y un short de
rayas blancas con negro, con un balón de rugby en sus manos. Su energía nos
activó y la frase "Hacemos ron, jugamos rugby" nos acompañó durante
todo el paseo. Porque aquí en la Hacienda Santa Teresa también surgió el
Proyecto Alcatraz, una increíble
historia de rehabilitación de delincuentes y regeneración social a través del
rugby.
Empezábamos
a ser un equipo y como tal nos montamos en un tren y nos adentramos en la
hacienda.
De la caña de azúcar al ron
Primero
nos detuvimos en La Cruz de Aragua, un cruce formado por numerosos chaguaramos,
el leitmotiv de la hacienda. Una leyenda cuenta que en este lugar se puede
pedir un deseo. Así que aprovechamos la oportunidad.
Luego
fuimos a la destilería pero no entramos, solo vimos un cartel que indicaba el proceso
de fabricación del preciado licor que surge de la caña de azúcar. Afuera había
un barril con varios frascos que Niomar nos fue pasando para que los oliéramos:
mosto fermentado, alcohol pesado,
fusel...
Nos montamos nuevamente en el tren y
llegamos a una de las bodegas de añejamiento. Admito que este fue uno de mis
lugares favoritos: decenas de barriles de roble americano, unos arriba de otros
y un olor a madera penetrante. Nuestro guía nos explicó que la ley obligaba a añejar durante
dos años cualquier bebida que se considere como ron y que estas barricas
transmitían cualidades físicas y químicas a los rones durante el proceso de
envejecimiento. Todo un arte.
Cuando
salimos de la bodega había una especie de carreta con barriles que un
voluntario debía empujar. Alberto nos representó y lo hizo en un solo intento.
Todos le aplaudimos.
Cada
vez que nos montábamos en el tren para continuar el recorrido, el chofer nos
llenaba nuestro vasito con un tipo de ron: Gran Reserva, Santa Teresa Selecto...
Brindamos como con cuatro variedades; y mientras más añejo, más clarito y bueno.
Pasamos
por la planta embotelladora y luego por Casa Tovar, Bodega de Solera. También
visitamos un museo donde vimos un mapa con la ruta internacional de nuestro ron
y objetos antiguos. Una especie de destiladora y unas máquinas de escribir
captaron mi completa atención.
Volvimos
al tren y este nos dejó nuevamente donde comenzó la ruta. Allí nos entregaron unos diplomas y nos
quedamos un rato conversando con el guía y con uno de los trabajadores.
Comenzaba el atardecer con la montaña y los
chaguaramos espléndidos.
El
retorno a Caracas lo hicimos echando cuentos, estábamos felices de tener a
Grisel con nosotras ya que en pocos días partiría nuevamente; hermosas con
nuestras falleritas, unos zarcillos que nos había traído de España; y prácticamente
completas como grupo porque a pesar de que Kory estaba en Miami también nos
acompañó durante toda la ruta, gracias a esas bondades de la tecnología.
Finalmente
como nuestro almuerzo caro y gourmet nos había dejado hambrientos decidimos
resolverlo con un par de perros calientes de un carrito de Las Mercedes.
Estoy
segura que siempre rememoraremos esta ruta, esperando el próximo reencuentro,
porque con un roncito la distancia, que hoy nos separa, se digiere mejor.
[1]
http://www.elmundo.com.ve/firmas/pedro-m---mezquita-arcaya/la-historia-de-venezuela-en-una-bebida.aspx
[2]
http://www.elmundo.com.ve/firmas/pedro-m---mezquita-arcaya/la-historia-de-venezuela-en-una-bebida.aspx
[3]
http://elpais.com/elpais/2013/12/20/eps/1387543621_612207.html
2 comentarios:
Gracias a la pluma de Minerva Vitti pude disfrutar de un paseo que debo hacer. Me encantó el trabajo y las visitantes a quienes quiero desde los días de El Ucabista.
Que bella Mafer. Muchas gracias por dejar tu comentario por aquí. Sin duda debes hacer esta ruta, te va a encantar. Un abrazo
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