martes, 9 de junio de 2015

Juan Lugo: el maestro del coco


El señor Juan tiene las manos negras de tanto pelar coco. “Cuando es verde mancha más”. También tiene callos y heridas ya cicatrizadas. Cuenta que con la pulla, una especie de lanza de metal utilizada para pelar este fruto, han ocurrido accidentes. “Una vez uno se fue hacia adelante y se clavó la lanza en el estómago”.

Saca su identificación y dice que solo aparece su segundo apellido Lugo.  Porque como “no firma” no se dio cuenta que faltaba el Zabala. El intentó aprender a escribir pero “las letras se le van”.
Su pecho desvestido es color canela por tanto agarrar sol. Tiene unos pantalones rotos y unas alpargatas en las que se traslada para buscar una bolsa. De esta saca una cartulina impresa con una imagen de un grupo de jóvenes rodeados de una cima de cocos. Lucen felices. Arriba  tiene una palabra: Cocohuellistas.
Porque el señor Juan Zabala Lugo tuvo ayudantes en 2013, cuando se realizó el I Campamento Misión-Trabajo Huellas Doradas I. 
Luego Marcos, uno de los jóvenes, contará que cada vez que regresaban de pelar coco lo hacían coreando una canción: “Me quedo con mi concha e’ coco me quedo con mi concha e’ coco” O que todavía tiene una cicatriz porque cuando pelaban los cocos las conchas lo cortaban. También confesará que tuvieron que colocarse toallitas diarias en las heridas  y que remojó un pantalón por varios días para quitar la mancha que deja el coco. “El pantalón salió destruido”.
Juan les enseñó todo sobre este fruto, como a agitarlos junto al oído para saber si tenían agua y estaban buenos, o que la cocha no debía estar mojada porque esta se enviaba a una empresa para hacer hilos.
Por aquellos días pelaban 1000 cocos entre las 4:30am y las 10 am, luego regresaban de 4pm a 6pm, y al finalizar la jornada cada uno brindaba con el coco más grande.
Marcos recuerda que a Juan no le gustaba desayunar para que le rindiera el tiempo, y que por eso el grupo comenzó a decirle “se sienta a comer carajito”. Y si Juan no comía nadie comía.
Cuando llegó el último día del campamento los muchachos invitaron a Juan  a la playa pero él debía trabajar. Así que entre todos le dieron los 200 bolívares diarios, monto que pagan a los peladores de coco. El señor Juan se quedó vigilándolos desde la orilla. Aquel día lloraron todos.
Por eso cuando ese agosto de 2014 Juan sacó la foto para mostrarla, una sonrisa se dibujó en su rostro: “Me hicieron falta”. Los muchachos del Grupo Juvenil Huellas habían regresado a Boca de Tocuyo a un nuevo campamento, pero algunas cosas habían cambiado.
Por ejemplo el lugar donde Juan solía trabajar fue cerrado porque ahora van a hacer una fábrica de conservas de coco. Sacaron a la gente y levantaron unos muros, y el “trabajo” está completamente paralizado.
“En este pueblo prometen muchas cosas y no las cumplen”, dijo una de las niñas de Huellas blancas que nos acompañó hasta la casa de Juan.
***
Juan dice que para preparar el aceite de coco debe estar solo. No debe haber mujeres con la menstruación ni gente con mala intención porque no sale nada.
Este maestro del coco también tiene otras habilidades. Prepara unos brebajes para ayudar a las mujeres a quedar embarazadas. “Juan es el hombre que las empreña”, suelen decir algunos habitantes del pueblo. La otra vez lo llamó una muchacha de Coro. Estaba muy agradecida: “Juan por aquí tienes un hijo”, comparte Juan orgulloso, mientras muestra una de las raíces con las que prepara su pócima para la fertilidad.




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