jueves, 20 de diciembre de 2018

Noviembre



Noviembre en la Amazonía. Pisando la roca antigua, fundante, milenaria. Bañada de sangre por una guerra que no pedimos. 

Aquí sigo.

Escucho al sabio yekuana. Escucho al sabio pemón. Espíritu anciano que tambien habita en los niños de estas tierras. Cacurí. El Oso. Espesa Amazonas. Gran Sabana.

Me pregunto por mi casa. La que quiero, más al sur, cerca de la selva, de la montaña, de la sabana, de la gente. La casa grande de rocas y adobe, con un patio lleno de flores. Con frutas y hierbas para hacer infusiones. La casa ajena que aun no es. Es la tierra llamando. Diciéndome que los árboles del bosque no son los mismos de las plazas.

Me pregunto por el tiempo que tengo para escribir todo lo que mis ojos noviembre han visto. La belleza y el dolor.

Pienso en Rafaela. Que no le contaré sobre estos viajes. Que no escucharé la retahíla de enfermedades que hay en el monte. Que ya no le puedo llevar casabe para que pruebe. Pienso en sus piernas hinchadas de tanto esperar. Hace tres meses se fue. Lo recuerdo en el momento que salgo de El Oso. 26. Ya no creo que los duelos tengan último llanto.

Vuelvo. 

Procuro no distraerme. Cuando tu mente no está en el lugar, un amayiko te puede llevar. Si, les gustan las flores como a ti, y tambien la gente distraída. 

Cargo mis ruinas en esta geografía.
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Comienzo de nuevo.

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