jueves, 28 de enero de 2021

Diciembre 2020

 

Rojo, collage manual, © minerva vitti rodríguez

El fin del mundo suena como los fuegos artificiales partiendo la noche con todos sus colores. La boca abierta tragando la pólvora, creyendo la ilusión del alumbramiento. “Alegría de tísico”, canta mi abuela montada en una rama. Ruido que no te deja escuchar la ola alzarse con todos sus peces para caer como un tobogán por la montaña e inundarlo todo: la noche, esta ciudad, la boca abierta, la rama, el fin del mundo. ¿A dónde huir el 24 de diciembre a las 11:40 pm, el 25 a las 12m, el 31 a cualquier hora? A dónde, si el peso de los ausentes ya no entra en las maletas que ruedan las mujeres en la avenida. ¿Rituales para viajar, migrar, huir, morir? “La ausencia es presencia”, me dice la voz en un sueño.

Un reguero de pájaros muertos tapiza esta casa mientras el hombre triste canta “falta cinco pa’ las doce…” ¿Qué mamá? ¿Qué abuela? ¿Qué familia? El último sorbo de vino para romper a llorar en la oscuridad. Por la ventana entrando todas las luces, el arrastre de la maleta, los ladridos de los perros, el sollozo de los vivos preguntándose si de verdad es posible matar un alma. En el cuarto consumándose, nuevamente, la vida.

¿De qué trata este destiempo, este deslugar, este no día que me permite olvidarte por un momento? El letargo que deambula del cuarto a la cocina, al baño, a la sala, nunca a la puerta de salida. “Los dedos son las llamas de las velas”, le dice una mujer muy hermosa, que parece una bruja antigua, a un hombre, en otro de mis sueños.

Triste cocino el guiso de las hallacas, es la segunda vez que lo hago sin mi abuela, la primera que mi madre no las comerá. ¿Se trata de honrar el linaje, a pesar de todo, desafiando el desgano? No lo sé, pero cuando pruebo el primer bocado un calor me recorre por dentro. Algo aprendí. ¿Qué familia? Esta, la de hoy, la que me acompaña, también la que me susurra en la sangre.

 

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