lunes, 9 de junio de 2014

Ruta #1: Las cabinas del tiempo


Este año mi amiga Luisanna y yo nos propusimos lo que hemos llamado #ElRetoDeLasRutasEcopatrimoniales o #EcoRutas. Algunas las haremos con grupos de excursionismo y otras por nuestra cuenta.
Aquí una crónica de nuestra primera ruta con Fundhea.


Minerva Vitti
Una foto de varias cabinas grandes y corroídas por el tiempo fue el enganche para elegir esta ruta. La promesa de la Fundación Historia Ecoturismo Ambiente (Fundhea): conocer las historias, crónicas y leyendas que se tejen entorno al teleférico y al Hotel Humboldt.
El domingo a las 8:30 am era la cita. Así que un grupo de 14 personas nos encontramos con Derbys López, director de Fundhea, en la estación del metro El Silencio. Al salir de la estación un rústico aguardaba por nosotros. Pronto comenzamos el trayecto, primero hasta Cotiza, con algo de tráfico, y luego un anuncio nos advirtió que estábamos entrando al Parque Nacional Waraira Repano. Continuamos ascendiendo por el empinado camino de concreto. Como es costumbre, ya muchas personas lo estaban subiendo a pie, demostrando su buena condición física. Ya a mitad del camino un obstáculo nos detuvo. Derbys descendió del vehículo para retirar a una pereza de la carretera: “Siempre sale a esta altura, hay que estar pendientes”, comentó. En  el vehículo algunos sacaron sus cámaras y otros lanzaron algún comentario: “Ella puede nadar, por ejemplo cuando hay temporada de lluvia en Apure, se inundan los suelos de agua, y como no puede pasar de un árbol a otro se lanza y nada”, comentó Alberto, uno de los ecoturisteros.
La pereza se aferró a Derbys y lo rasguñó un poco, nada grave.
Continuamos el camino e hicimos la primera parada en Boca de Tigre, a 1870 metros de altura, para desayunar. Había algunos puestos con venta de flores y pequeños locales en forma de cabaña que ofrecían comida, licores, mermeladas, bocadillos, típicos de la zona. Súper recomendado el jugo de mora de “El merendero de Fanny”. Y como tips el baño cuesta cinco bolívares, lleven su papel higiénico. Luisanna, Alberto y yo aprovechamos para tomar algunas fotos y desayunar unos sándwiches.
Abordamos nuevamente el rústico. Y al avanzar se terminó el pavimento. A medida que íbamos adentrándonos había más vegetación y más agosta se tornaba la carretera. De vez en vez una brisa fría rosaba nuestros rostros. Y de vez en vez, también, uno de los ecoturisteros compartía con nosotros un delicioso licor de parchita. Apretaditos en el carro, otro de los compañeros, que iba sentado en el suelo del vehículo, echaba sus cuentos de sus recorridos en moto por Venezuela  o de aquella vez en que fue al sistema teleférico en 1989. 
Derbys también comentaba cómo Fundhea surgió de una preocupación de preservar la memoria de estos lugares, de aprender historia en el lugar de los hechos y con las anécdotas de sus protagonistas, detalles que no nos cuentan los libros de historia. “Nos juntamos un grupo de amigos con los mismos intereses y comenzamos a organizar la ruta. Los recursos aún faltan pero el proyecto anda”.
Estas rutas llamadas “Rutas Ecopatrimoniales”, hacen parte de un programa educativo de esta Fundación creada el 15 de Julio de 2007, con la finalidad de promover la recuperación de sitios de interés histórico, cultural y ambiental para desarrollar y promover su potencial turístico en la localidad en que se encuentren.
Pronto llegamos al pueblo de Galipán despierto desde hace rato. Jeeps parados, locales abiertos, unos muchachos sentamos en la tierra con sus caballos al lado. Seguimos el camino por varios minutos. Un Mercedes Benz con unos cauchos gigantescos nos sorprendió,  el sello de Hecho en Venezuela en uno de los lados posteriores nos sacó más de una carcajada. El camino aún más angosto retaba al que sufre de vértigo, de un lado el cerro, del otro el barranco lleno de vegetación muy tupida. Alguien preguntó “¿seguimos en Galipán o en Vargas?”, otro respondió ya entramos en la vía del Litoral.

jueves, 15 de mayo de 2014

Gilberto Pinto: Encanto y disidencia*

El teatro de Gilberto Pinto es un acto de justicia que inició desde la fundación de su grupo El Duende en 1955, todavía en actividad. Un realista social, eso es este personaje en plena vigencia. Aquí está su perfil a partir de una conversación con él, con su esposa (la actriz Francis Rueda) y con amigos que lo conocen de cerca y/o han estudiado su obra

Debajo de su pecho no sólo está su corazón. Un marcapasos, un sincronizador y un desfibrilador forman parte de su anatomía. Ha soportado tres operaciones, pero también tiene tres duendes que lo protegen: Dios, la virgen y su esposa Francis Rueda, de quien ríe constantemente sus “payasadas”. Ochenta años, tres matrimonios, tres hijos “y lo que me falta”. Risas. De pronto se calma y contempla a su esposa, quien no ha dejado de estar al frente: “Ya llegué al llegadero, me agarraste cansado, 30 años juntos…”. Ahí está, en esas palabras, parte de la vida de Gilberto Pinto, dramaturgo, director, actor, pedagogo, y sobre todas las cosas pintista. Un hombre que cree que el teatro lo sacó de la jungla y le abrió un abanico de posibilidades para observar y trabajar esa realidad que tanto le disgusta.

domingo, 11 de mayo de 2014

Fundación Proyecto Maniapure- Telemedicina: Salud al alcance de todos

Comparto con ustedes un reportaje que hice en noviembre de 2012 para la revista Cavecol. Volví a releer está experiencia y considero justo y necesario sacarla de mis archivos y publicarla para que miremos que también existen iniciativas muy positivas en Venezuela. Nuevamente agradezco a Fundación Proyecto Maniapure por la invitación a conocer la comunidad donde realizan este lindo trabajo y a Cavecol por el espacio en su publicación.


Minerva Vitti
Yonelvis, un niño indígena de la zona de Uriman, estado Bolívar, no tenía ninguna esperanza de caminar. Todo el día se arrastraba por el suelo para poder movilizarse. El hueso de la pierna donde tenía la seudoartrosis se había salido y estaba expuesto fuera de la piel, corriendo un grave riesgo de infección. El doctor Tomas Sanabria, presidente de la Fundación Proyecto Maniapure (FPM), comenta que para este caso “hubo un pre-diagnóstico por el médico rural, Simón Sambrano, así como posteriores consultas y evaluaciones de especialistas vía internet y definición del plan quirúrgico”.
La anomalía cada vez se complicaba más y el doctor Sanabria planteó el caso al Centro Médico de Caracas, donde logró una gran receptividad por parte de la Junta directiva, la Fundación Centro Médico de Caracas y de los especialistas que iban a involucrase en el proceso.
La operación comenzó a las 7pm y terminó a las 11pm. Y todo el equipo profesional y de soporte del Centro Médico trabajó de forma gratuita.
Hoy en día se ve a un Yonelvis activo, de hecho se ha convertido en el mejor jugador de futbol de su comunidad.
Este es solo uno de los tantos casos que pueden resolverse con el uso de la telemedicina, y para hablar de esta práctica en Venezuela necesariamente hay que mencionar al doctor Sanabria y a su Fundación Proyecto Maniapure (FPM).
Esta funciona en el Centro La Milagrosa que es una ambulatorio tipo II, creado para brindar servicios de salud y educación a la región de Maniapure, ubicada en el estado Bolívar a 125 kilómetros de Caicara del Orinoco.
Nace como una respuesta para apoyar, coordinar y articular esfuerzos de la Fundación CUBO (de la familia Cuenod Borjas), la Asociación Damas Salesianas (ADS) y la Fundación Centro Médico de Caracas.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Conductas funerarias

El ritual del velatorio, por muy doloroso que sea, siempre es un punto de encuentro, con aquellos que dejamos de ver por distancias geográficas, porque la rutina nos consumió y nunca sacamos “un tiempo”, o porque simplemente las diferencias políticas pesaron más en un determinado momento de nuestras vidas. Admito que tenía mucho tiempo sin asistir a un funeral, ya no recuerdo la fecha del último. Lo cierto es que hoy hubo demasiadas cosas que me sorprendieron y que supongo tienen que ver un poco con lo criollo del asunto.

martes, 10 de diciembre de 2013

Subiendo hasta el Pico El Ávila


Todo comenzó cuando llegamos a Sabas Nieves y mi amiga Luisanna sacó una foto de un mapa del Ávila. Ella me dijo que quería llegar hasta El Banquito. Luego de descansar unos minutos y de que ella se comiera su respectivo helado de limón decidimos ir hasta esa parte del Parque Nacional Waraira Repano, en Caracas, Venezuela.
Luego de 20 minutos llegamos y quedamos impactadas por la tranquilidad del ambiente. Creo que desde que regresé al país a finales de agosto no había sentido tanta paz y tanto agradecimiento. La palabra aquí fue reconciliación. Luisanna estaba maravillada y comenzó a explicarme muy detalladamente cómo se llamaba cada parte de Caracas en esa gran maqueta vista desde el cerro. El Banquito, muy pequeño, tenía dos banquitos de madera y un troco, justo al frente de la ciudad, ahí mi amiga y yo nos sentamos a respirar profundo.
Unos minutos después llegó un grupo de personas y se sentaron detrás de nosotros, comenzaron a hablar sobre No te apures, otra parte del Ávila. Luisanna les preguntó: “¿Cuánto tiempo es desde aquí (El Banquito)?”. Y un señor contestó que eran solo 20 minutos. Las dos nos miramos con complicidad, propia de cuando uno es chamito y está planeando algo, y decidimos subir más.
Mientras caminábamos podíamos notar cómo la vegetación cambiaba. Ahora veíamos helechos rosados y las cortezas de los árboles muy pronunciadas, tanto que Luisanna comentó que sentía como si el árbol en cualquier momento nos hablaría. El camino ahora era más angosto, la tierra húmeda, las pisadas distantes, y siempre en subida.
Cuando llegamos al Refugio No te apures no lo podíamos creer. Estábamos felices. Eso había sido lo más alto que habíamos subido, ya que siempre llegábamos hasta Sabas Nieves. Solo había dos pequeños grupos de personas conversando. Y nosotras emocionadas sacamos nuestros celulares para tomarnos fotos. Fue hasta ese momento cuando nos dimos cuenta que teníamos poca batería en nuestros equipos y como provisiones un paquetico de Dandys (chocolate en forma de esferas) y una botella de agua de 500 mililitros. Fue en ese momento también cuándo decimos preguntar cuánto tiempo teníamos que caminar para llegar hasta La Silla.
—Una hora—un muchacho respondió.
Y las dos nos vimos nuevamente, sonreímos, y dijimos: “¡Vamos!”.


En busca de La Silla
Comenzamos a subir y a subir, y poco a poco la neblina nos cobijó, rosaba nuestros rostros, y también hacía sonidos al chocar con las plantas. Veíamos, de vez en vez, a alguien venir en sentido contrario. Era muy solitario. Hasta que el mismo muchacho al que le preguntamos sobre el tiempo pasó con un acompañante y con un par de cornetas con música celta o algo por el estilo. Fue inevitable pensar que eran de una secta pero igual continuamos detrás de ellos, a una distancia prudencial o más bien a nuestro ritmo, sin ánimos de decir que caminamos lento jajaja.
Mientras caminábamos sentíamos que se nos hacía muy larga la llegada hasta La Silla, ya estábamos muy cansadas y Luisanna comenzó a distribuir el paquetito de Dandys. Nos tenía que rendir, así que comíamos uno cada una, cada 20 minutos o menos. Cuando raramente veíamos a alguien que venía regresando le preguntábamos sobre el tiempo.
—Bueno… A su ritmo… Como dos horas…—decían “chistosos”.
—¡Qué! ¿En serio?— replicábamos nosotras.
—No vale, como hora u hora y media— agregaban al final.
Yo pensaba que igual era el mismo tiempo. Así que Luisanna y yo decidimos que si a las 2pm no habíamos llegado a La Silla abortaríamos la misión. Ya era la 1pm.
Siempre el camino se hacía más angosto, la tierra cambiaba de color y parecía que más bien nos estábamos metiendo en el cauce de una antigua cascada, por lo profundo, rocoso e irregular, por lo alto. Ya teníamos casi cinco horas caminando desde que habíamos comenzado aproximadamente a las 9:30am. Nos encontramos un boliviano-ecuatoriano (aún no sabemos con certeza su nacionalidad) y nos dijo que faltaba como una hora (“pero a su ritmo”… bla bla bla), y como dijo que podríamos ver el mar, eso nos animó. Pienso que mucho más que nuestra dosis calculada de Dandys.
Luego de mucho tiempo, pero creo que antes de las 2 pm, llegamos a un lugar con dos rocas gigantes, había un grupo de cinco personas. Nosotras decidimos pasarles por un lado, pero en ese instante, como si una fuerza en el ambiente nos obligara a preguntar (de nuevo) cuánto faltaba para llegar a La Silla, lo hicimos.
—Está es La Silla— dijo uno de los chamos.
Y nosotras no lo podíamos creer. Dos piedras, muchísima vegetación por todos lados. No era para nada como un mirador y para rematar el cuadro: neblina, mucha neblina, excesiva neblina. Adiós mar, no te podríamos ver.

Al ver nuestro aspecto, solo un koala, nuestra “reserva” de agua” y nuestras caras (pienso que estaríamos pálidas) nos preguntaron si era nuestra primera vez y nosotras orgullosas les dijimos que sí. Le explicamos lo de nuestras “provisiones” y fue inevitable que todos riéramos. Nos ofrecieron un par de cambures, que para mí fueron la gloria. Casi que sentía cómo el potasio se incorporaba a mi cuerpo. En ese instante nos presentamos y fue que nos propusieron el inicio de nuestra verdadera aventura, esa que Luisanna soñaba y anhelaba con todas sus fuerzas, esa que yo no tanto, solo por hacerlo porque lo había escuchado. El argumento-excusa fue que si nos regresábamos por Sabas Nieves nos dañaríamos las rodillas, que serían cuatro horas, y que dos mujeres solas es muy peligroso. Nos dejamos convencer y se vino la propuesta.
—Vamos hasta el hotel Humboldt (desde La Silla) y de ahí bajamos en teleférico— dijo Edwin, a partir de ahora nuestro guía.
Y sin miedo aceptamos.
De La Silla hasta el Pico El Ávila
Resulta que él solo había subido con su amiga Yoha, y que el otro grupo (Dayana, David y Virginia) los había conocido en las mismas circunstancias que a nosotras, solo que éstos si tenían comida y agua. Ellos también estaban impresionados de lo que era La Silla.
Formamos nuestro grupo de desconocidos y nos fuimos. Luisanna y yo no sentimos miedo. Y yo no dejaba de pensar en qué nivel de confianza teníamos entre todos, unas personas que apenas se habían conocido unos minutos atrás.
Edwin, un muchacho de 22 años, moreno, delgado y muy extrovertido, era el guía. (En ese momento no sabíamos su edad sino Luisanna me dice que lo hubiera pensado “dos veces antes de aceptar”).  Él nos iba contando todo sobre la ruta, los picos, sus travesías. Nos dijo que comenzó a subir al Ávila desde los 18 años y desde entonces ha explorado sus distintos caminos, con amigos o solo, el siempre sube los domingos. También sacó su cámara y nos mostró fotos de mariposas, monos, plantas, todas de ese día. La verdad que su espíritu aventurero nos contagió y nos hizo arriesgadas.
Nos montamos en grandes rocas, esquivamos ramas, atravesamos caminos muy angostos, tanto que pienso que hasta hay que tener un peso adecuado para poder transitarlos. Caminamos (y esa es mi parte favorita) por la cima de la montaña donde los picos que vemos en las imágenes se pierden y solo quedan senderos que parecen de sal, con el sol en todo su esplendor, con los frailejones a nuestro lado. Caminamos y caminados y nos íbamos llenando de tanta belleza, de tanto agradecimiento por tener esta majestuosa montaña en nuestra ciudad.
Y llegamos al Pico Occidental: “¡Qué emoción!, no lo puedo creer”, “Chicas tomen unas galletas para seguir el camino”, “Gracias”, “Foto, foto, foto”, “Colle la gente es bien cochina cómo van a tirar toallas sanitarias aquí”, “Yo no acamparía con periodo”. Al Lagunazo: “Mier… ¿Esto es El Lagunazo?”, “Bueno pero esta agua debe ser la gloria para los que acampan aquí”.
Pero ya eran las cinco de la tarde y no habíamos llegado al Pico El Ávila (Hotel Humboldt), empezaba a bajar el sol, buena parte de grupo estaba muy cansado y ya había dos lesionados, Dayana y yo, que me caí de primerita como siempre, con un tremendo golpe con una piedra en una nalga y todo el brazo rasguñado. Ya me sentía mal y mareada, mis piernas iban por un lado y no coordinaba. Luisanna le daba ánimos al grupo gritanto: “Apúrense, vamos, ánimo, sí se puede”. Y luego alarmando: “Quedan 15 minutos de sol, apúrense, vamos”. Edwin siempre iba adelante, hasta que también se lesionó, se torció el tobillo. Afortunadamente pudo caminar.
Llegamos al Tanque. Y a partir de ahí una subida de tierra que nunca olvidaré. Vimos el cielo cuando llegamos a el marco de lo que fue una reja para cerrar el acceso al hotel Humboldt, roto y roído por el óxido. Ese fue el marco de la gloria. Luego otro tanque, unas escaleras y finalmente el hotel Humboldt ahí, de pie, desnudo en cemento, aun sin remodelar, este ícono en la arquitectura venezolana y un símbolo de la ciudad capital gracias a su exótica ubicación y a su moderna arquitectura, construido entre los meses de mayo y noviembre de 1956.
Y con el hotel nosotras podíamos decir con todo el orgullo que habíamos llegado caminando desde Sabas Nieves hasta el Pico El Ávila. Solo hasta el Pico Occidental habíamos recorrido 2480 metros, después de ahí perdimos la cuenta. Eran las 6pm.

Cotiza de noche
Lo que sigue en la historia es la parte fea. Durante todo el trayecto obviamos un pequeño y gran detalle. Que eran elecciones. Luisanna estaba preocupada porque teníamos que bajar a tiempo para poder votar, pero los planes no salieron como esperábamos. También durante todo el trayecto, ya después de la unión con el grupo, los pocos vecinos que nos encontrábamos nos decían que el teleférico no estaba trabajando. Edwin nos daba confianza: “Tranquilo muchachos los jeeps de Galipán siempre trabajan”.
Cuando llegamos al hotel solo había tres trabajadores y uno comunicándose con radio para contactar al jeep. Los militares, como seis, que estaban en la parte donde se ubican los binoculares no movieron ni un dedo para ayudarnos. Solo escuché que uno, con voz ebria dijo, “nadie los manda, son elecciones”. No sabía que porque hubiera elecciones todo se tenía que paralizar, incluso ese día habían cerrado el Parque Generalísimo Francisco de Miranda, mejor conocido como Parque del Este.
Canache, uno de los trabajadores, nos acompañó a la parte de los teleféricos y llamó a alguien para que abriera el portón donde se ubican los jeeps que van a Galipán. Obviamente no había ni un jeep y tuvimos que bajar caminado (caminar más). Ya era de noche y ahora la aventura se tornaba en horror. Perros ladrando, caminar en zic zac para no dañarnos más las rodillas y un vallenato a lo lejos que al menos nos daba la esperanza de que abajo, en Galipán, había movimiento.
Llegamos y tuvimos que esperar un jeep por cuarenta minutos. Parte de nuestro grupo se fue en el primero que salió. Para nuestra sorpresa no éramos los únicos locos a las 7pm, un domingo de elecciones en Galipán. Había un grupo que había decidido que ese era el día perfecto para comerse un sandwiche de pernil allá arriba.  
El jeep nos dejó en Cotiza. Eran como las 8pm. No había autobuses y tuvimos que bajar caminando-rezando para que las bandadas de motorizados, típico en todas las elecciones, no nos robaran. Caminamos San Bernardino y llegamos a una parte que la verdad sigo sin reconocer donde finalmente tomamos un bus hasta Capitolio.
Luisanna y yo sentíamos que nuestro aspecto deportista un domingo a las 9pm desentonaba de manera increíble. Yo velaba a la gente que entraba con sus bolsitas marrones de panadería. Coño Lu, una canilla.
Y bueno cada una llegó a su casa. Yo comí (más bien tragué) y recuperé todas las calorías de nuestra caminata de 12 horas.
Al rato recibo un mensaje de Luisanna: “Mi mamá me acaba de decir que el señor negro que nos encontramos en el Ávila podía ser un espíritu”. Era verdad nos habíamos encontrado un señor en plena cima del Ávila, con un botellón de agua de cinco litros y una bolsa marrón, como la que venden los buhoneros en el mercado. El señor no nos dijo ni una palabra y la verdad yo nunca voltee para ver qué había pasado con él, solo bromeé, “ese seguro va hacer una diligencia”.
“Ahora analizo el velón que encontramos de la nada y mi mamá me preguntó que cuántos éramos y le dije que siete y me puso una cara”, otro mensaje de texto de Luisanna. “Mi mamá me acaba de decir un montón de cosas malas”, otro mensaje. “¿Qué te dice Lu?”, pregunté. “No te lo diré. En fin gracias papa Dios por cuidarnos durante todo el trayecto y traernos sanas y salvas”, dijo Luisanna.
Y es cierto fuimos muy arriesgadas en recorrer todo eso sin planificarlo, pero lo disfrutamos demasiado. Tenáimos tiempo sin sentirnos tan vivas, tan capaces. Cada paso que dábamos era un “sií, puedo”. Nos retamos y lo logramos. Como dice Luisanna, tratando de resumir nuestro día: “Somos unas locas que se dejaron llevar por la adrenalina, inconscientes de los peligros. Ayer no sentí miedo alguno, solo lo sentí en Cotiza, cuando llegué a mi casa, no en la montaña. El miedo lo sentí en la selva de concreto”.

Recomendaciones
Capaz si un excursionista o alguien más experto ve estas recomendaciones nos dirá que estamos erradas en algunas. Pues bien, nos atrevemos a recomendar con nuestra poca experiencia y por lo vivido allá arriba. Estas fueron las principales cosas que nos afectaron-faltaron:
1.     Lleva buenos zapatos, preferiblemente de trekking, que te cubran un poco el tobillo. También buenas medias, si no tienes las de trekking, ponte doble media.
2.       Lleva frutas, sándwiches, chocolate y mucha agua.
3.       Usa protector y lleva un labial con protector solar.
4.       Lleva un buen suéter, pantalones largos, camisas manga larga.
5.       Son muy pocos los carteles que verás mientras subes, especialmente cuando llegues a La Silla, así que pendiente de las marcas que hay en las piedras. Por ejemplo en La Silla hay una piedra que tiene escrito Pico Oriental y una flecha. No busques el cartel que dice La Silla, desapareció.  El Pico Occidental y El Lagunazo si tienen carteles.


Recorrido: 2480 metros+ la ñapa hasta el Pico El Ávila. Nuestra ruta caminando (casi 12 horas): Sabas Nieves- El Banquito- No te apures- La Silla- Pico Occidental- Lagunazo- Pico El Ávila-Galipán-Cotiza-San Bernardino. 







¡Con nuestro guía, Edwin!





martes, 5 de noviembre de 2013

Caminando entre la basura

Estas fotos fueron tomadas hoy 5 de noviembre de 2013 a las 8:13am. Ya van varios días que los vecinos de Palo Verde caminamos entre las moscas, los malos olores y  os desperdicios. Las aceras ya no tienen mucho espacio para que pasen los transeúntes así que hay que hacer malabares entre la calle o los bordes de las aceras. Las autoridades responsables deben abocarse a este problema de inmediato.