jueves, 11 de septiembre de 2014

San Javier del Valle (II)

Cinco días en silencio realizando Ejercicios Espirituales (EE) es una experiencia que ya había realizado antes pero que sin duda marca con cada nuevo encuentro. Con estas líneas no pretendo exponer algo tan íntimo como lo que viví durante esos días, simplemente compartir algunas vivencias, sentimientos que surgieron, adentrarlos en la Casa de Retiros Espirituales San Javier del Valle, y finalmente motivarlos para que en algún momento de sus vidas realicen EE. Ya al final de estas líneas encontrarán las cuatro razones fundamentales

No en vano han dicho que la Casa de Retiros Espirituales  de San Javier del Valle es una de las más bellas y espirituales de Latinoamérica. Yo lo vi con mis propios ojos viviendo en ella desde el 12 hasta el 18 de agosto.
Este lugar para mi significa resurrección, un santuario cargado de símbolos que a medida que vas descifrando te impactan y conmueven profundamente. ¿Cómo es posible tanta belleza en un mismo espacio? Supongo que cuando uno hace las cosas desde el corazón lucen así, tan puras y auténticas.
Por un lado la hermosa vista del páramo La Culata y por el otro la vista del pico Bolívar. Esta casa está asentada a 2000 metros de altura sobre el nivel del mar en medio de las imponentes estribaciones de la Cordillera Andina.
La edificación fue comenzada en 1951 y se inauguró oficialmente el 15 de febrero de 1954, aunque ya desde el año anterior se habían comenzado a dar retiros y EE a toda clase de personas. Solo desde 1996 hasta 2002 se contabilizaron 9 mil 823 ejercitantes.
Pero lo que hace a esta casa de retiros más especial es el motivo de su construcción, una “respuesta de la esperanza cristiana al accidente mortal del avión que se estrelló en Monte Carmelo con 27 alumnos del Colegio San José de Mérida a bordo”, así lo escribe Carmelo Salvatierra, s.j., en San Javier del Valle, un hermoso libro que descubrí dos días antes de finalizar ejercicios y que me ayudó a ponerle nombre a esas cosas que me iban robando el aliento dentro de la casa y sobre el que volveré a lo largo de este relato.

Día 1
Mi cuarto, el número 9, estaba ubicado casi al frente de una cascada que manaba agua todo el día. Este sonido relajante me acompañó la primera noche y por el resto de los días, porque se esparcía por todo el lugar como una gran corneta natural.
Pero lo más impactante de la cascada eran las dos hélices retorcidas ubicadas al pie de la misma. Sentí una profunda tristeza aun sin conocer la historia sobre el accidente.

“Llora cascada, llora sin cesar,
Porque tú no puedes más que llorar.
Nosotros podemos llorar y esperar.
Jesús, Divino Piloto, volaba con ellos,
Y se los llevó a la Patria inmortal”.
(Padre José María Velaz)

Al despertar  quise recorrer toda la casa, saber qué había en cada rincón, porque a veces tanta belleza también desconcentra. Tenía que explorar la casa para poder quedarme tranquila.
Primero caminé hacia la parte de arriba de la casa. Subí por una pendiente empedrada y pude notar la canalización que conducía el agua hasta la cascada. También encontré  pétalos morados forrando la superficie del suelo, de la misma especie que había visto el día anterior en mi aventura hacia la Laguna La Coromoto. Aquí supe cuál era la forma de la flor, de aquel pétalo misterioso sobre el suelo de la montaña. Pensé que era una buena señal.
Luego caminé por los pasillos de la casa. En total tres amplios corredores. Todos con sillas, que están frente a un inmenso jardín y a la cascada, y mesitas donde puede encontrar la revista SIC (el orgullo no me entraba en el pecho).
En la parte de atrás de la casa había otro jardín con frondosos árboles, flores que me trasladaron mentalmente a la casa de mi abuela, banquitos de concreto y el hilo de agua que continuaba por el canal empedrado. Me llamó la atención una especie de plaza natural bordeada de árboles y una mesa y dos asientos hechos de troncos. Este fue el primer lugar de oración que elegí y en lo sucesivo seleccioné otras áreas: pasillo frente a la cascada, grama, piedras que usé como mesas, oratorio. Reconozco que fue muy difícil acostumbrarme a uno. Para mí todos los rincones eran especiales.
Los trabajadores de la casa daban cuenta de por qué el lugar está tan bien cuidado. Realizaban sus labores silenciosamente para que fuese casi imperceptible su presencia.
Durante mi  recorrido apareció nuevamente el árbol con barbas que vi en la Plaza Bolívar de Tabay y dos aves inmensas, que presumo eran cóndores.
Yo había hecho EE antes pero en estos me sentía distinta. La edad, el momento de mi vida, pero también algo que me hizo ver mi amiga Luisanna. Esta vez estaba haciendo EE después del Campamento Misión-Trabajo con los jóvenes de Huellas Doradas I, a diferencia de otros años donde primero eran los EE y luego la misión. Así que en este momento estaba en un estado de consolación muy bonito, producto de toda la energía de estos jóvenes y de la gente de Boca de Tocuyo y Boca de Manglé.
Mi principal interés era que la memoria permaneciera para sentarme a hacer el reportaje del campamento. También estaba llena de la aventura del día anterior cuando Carlos y yo habíamos llegado a la Laguna La Coromoto, en un recorrido (ida y vuelta) que sumó nueve horas de caminata y donde pateamos montaña en la oscuridad. Toda una experiencia que Carlos resumió en una frase: peregrinación antes de los EE. Porque sin duda la montaña me seguía conectando con Dios.

Dios es una experiencia
En el grupo de vida del primer día lo primero que me llamó la atención fue un Jesús hecho con retazos de periódico que había en el salón de la biblioteca. También había pinturas de la casa.
Nos acompañó la hermana Joselin, que tiene cuatro años en la casa de retiro. “Uno ve que la gente viene derrotado, cansado y luego se va suave, entonces vale la pena. La gente sale distinta”, nos compartió mientras afirmaba que estar en este lugar la había hecho crecer espiritualmente. Antes había trabajado en la pastoral de un colegio.
Nos dijo que en Mérida había mucha espiritualidad y que hasta los niños sabían rezar un rosario: “Yo voy a las casas y la gente me habla de Dios muy fácil”.
También nos habló de su experiencia con uno de los grupos con los que ha obtenido más riqueza, Narcóticos Anónimos. Ella les pidió a sus integrantes que le compartieran  literatura sobre el tema y se quedó impresionada de la profundidad de su espiritualidad: “Ellos pasan de sobrevivir a vivir”. Por ejemplo, un joven que consumía desde los 13 años ahora tenía 12 años limpio y se ha dado cuenta que su misión se puede extender más allá de esta organización.
“Donde tu estés ahí debes dar frutos de Dios. La misión no es mía sino de el. Dios es una experiencia”, Joselin nos animó. Y así transcurrió mi primer día en la Casa de EE de San Javier del Valle.

Día 2
El segundo día de los EE decidí ir a correr antes de la oración comunitaria de las 7:15am. Al salir de mi habitación, caminé hacia el jardín, alcé mi mirada y vi el pico Bolívar cubierto de nieve. Eran las 6:15am.
Troté en un lugar que queda afuera de la casa donde había una laguna y un colegio Fe y Alegría. Había mucha gente, especialmente de la tercera edad, que estaba caminando, trotando u orando al mismo tiempo.
Sentí frío pero al cabo de dos vueltas ya no eran necesarios los guantes. Sin embargo, me quedé con el gorro porque recordé que hace dos años me dio mal de páramo, justo cuando regresaba de una visita al Observatorio Astronómico Nacional de Llano del Hato, también en Mérida.
Este segundo día pensé que quizás uno de mis afectos desordenados era mi pasión por trotar y la necesidad de constante contacto con la naturaleza, aunque luego me consolé diciéndome que aun lo tengo bien canalizado y no me hace mal.
También  hicimos una actividad frente a la cascada de las dos hélices retorcidas y en el grupo de vida nos acompañó la hermana María Milagros, quien me conmovió mucho cuando nos dijo que estaba ahí para dejarnos en su vida y orar por nosotros.

Día 3
Justo a las 2:13pm vi una lluvia de pelusas sobre el jardín, de esas que aparecen de la nada y comenzamos a soplar hasta que vuelven a desaparecer. Fue mágico e impresionante como en silencio se afinan nuestros sentidos y comenzamos a deleitarnos con cosas tan simples.
Este día también fui a correr muy temprano pero decidí salir del círculo de trote y explorar qué había más arriba.
Comencé a correr por una carretera bordeada de pinos que a sus pies tenían las mismas ramas marrones que lucían como hebras de cabello. Esas que vi en el Parque Nacional Sierra Nevada.
Luego de varios minutos y viendo que no me daría tiempo de llegar hasta el final (que no sabía dónde estaba) decidí regresar y así llegar a tiempo a la oración comunitaria.
Como no podía quedarme con la curiosidad (Minerva, al fin) volví luego del almuerzo, aprovechando que teníamos una hora y media de descanso. Llegué hasta una hospedería y más arriba estaba el internado San Javier del Valle de Fe y Alegría, donde está la tumba del padre José María Vélaz, s.j., fundador de Fe y Alegría.
Seguí caminando y una escultura de una virgen dentro de una gruta me cautivó. Al final de la vuelta subí una pequeña loma y me senté a los pies del Cristo redentor. Desde ahí pude ver la casa y el pico Bolívar perfectamente despejado. Respiré y agradecí.
En la tarde, antes de entrar al grupo de vida, me encontré a Carlos Chirinos, s.j., un jesuita muy querido con el que tuve la oportunidad de hacer Grevis (una especie de grupo de vida) en mis tiempos universitarios. Lo último que había sabido de él era que estaba en Amazonas y luego en El Nula. Los pocos minutos que conversamos me contó que lo habían destinado al colegio San Javier. Me alegré por él.

Día 4
Amaneció y finalmente pude hacerle una hermosa fotografía al pico Bolívar nevado. Luego fui a trotar por la ruta que había explorado el día anterior.  Intenté subir hasta el colegio pero el ladrido de los perros me detuvo.
Este día me sentía particularmente llena ya que la noche anterior había leído en una sola sentada el libro de Carmelo Salvatierra, s.j., San Javier del Valle, y todo lo que había visto en la casa comenzó a cobrar sentido y a confirmar mis suposiciones sobre los significados de vida y muerte que guarda cada rincón de la casa, especialmente las hélices de la cascada. Recordé también la historia que me contó la mamá de Jonny, uno de los amigos de Carlos, sobre un accidente de avión y los jóvenes que fallecieron.
Contemplé en la lectura la mañana del 15 de diciembre de 1950 en el aeropuerto de la ciudad de Mérida, cuando los 27 colegiales se disponían a partir a Caracas para visitar a sus familias. Contemplé la desesperación cuando informaron que la aeronave estaba desaparecida y peor cuando se enteraron que el DC-3 se estrelló en Monte Carmelo contra la ladera del Páramo de la Palma, en el estado Trujillo.
Contemplé cómo el padre José María Velaz, s.j., con un baquiano de la zona y un grupo de guardias nacionales se trasladaron al lugar. Velaz recogió los cadáveres de estos jóvenes, lloró inconteniblemente y se sobrepuso con fuerza para mandar a construir esta casa de retiro, en honor a los que partieron anticipadamente.
“En el lugar del accidente el padre de uno de los muchachos mandó a hacer una cruz. En 1985 Jon Sanjuan y los hermanos Suárez Mujica, que perdieron a dos hermanos en el avión, construyeron una ermita a orillas de la Laguna Negra, en un hermoso paraje relativamente cercano al páramo del accidente”, dice Javier Duplá, s.j., en la presentación del mismo libro.
Desde ese entonces se hace una peregrinación la tercera semana de enero donde asisten campesinos de todos los alrededores. También se constituyó la Sociedad de Amigos de San Francisco Javier, “compuesta por profesionales que quieren ayudar a los parameros y en la que un grupo de médicos y de odontólogos atienden a numerosos pacientes en el Paramito y en Piñango”, agrega el padre Duplá.
Me sentía muy cargada de información y profundamente conmovida. Ya tenía seis días en Mérida, y cuatro de ellos sin usar celular. A veces me preguntaba si esos a quienes había dejado en Caracas entenderían lo que yo estaba haciendo, pero simplemente necesitaba este tiempo para mí.
En este momento, después de tantos días haciendo silencio y sin comunicación, uno comienza a crearse miedos: que si le pasó algo a tu abuela, a tu mamá y a la humanidad entera y necesitas llamar… Mi recomendación: leer más, caminar más, contemplar más y dejar de pensar. Estos días son tuyos. ¿Eres egoísta? No. Mejor pregúntate: ¿No es acaso egoísta el que no ve que esto te hace feliz? Es reordenar tu vida y reencontrarte con tu llamamiento.
Mi día 4 me encantó porque la lluvia me llevó a refugiarme al oratorio, un lugar de la casa que no conocía. Este lugar fue diseñado por el padre Ignacio Castillo, s.j., el mismo que conocí años previos cuando fui a la Fundación Agua Fuerte, ubicada en la vía hacia Choroní, cuando estaba en el Programa de Liderazgo Ignaciano.
El recinto muy sencillo tenía una imagen del Cristo resucitado en el centro del altar. A la izquierda una talla de la Virgen de Legarda, de origen quiteño. Y en la pared lateral del lado derecho una pintura hermosa de la Virgen María embarazada sosteniendo un cántaro y con unos rulos alucinantes, todo de un realismo que nunca antes había visto. Recordé cuando en EE una de las contemplaciones era imaginar a la Virgen y a José en la peregrinación, caminando, buscando un lugar para que naciera Jesús. Para mí era ella, así, como en ese cuadro.

Día 5
Y este día todos queríamos hablar.
Luego de la misa una de nuestras compañeras nos dio un cartelito a cada uno. Pensé que eran iguales para todos pero no. El que me entregó parecía escrito exclusivamente para mí. Un envío de Dios. Decidí pegarlo en mi corcho de la oficina para verlo todos los días, y a veces me lo llevo en la cartera. Aquí les comparto lo que dice:

“Mis planes para ustedes yo los sé, y no son para su mal, sino para su bien. Voy a darles un futuro lleno de bienestar” (Jeremías 29:11).

Porque a veces pensamos tanto en el futuro, en cómo mejorar las cosas, en los espacios donde deberíamos estar para generar un mayor impacto, y nos olvidamos de disfrutar nuestro presente y que cada día tiene su propio afán.
La foto oficial del grupo fue otro momento estelar y ver a la hermana Joselin con un montón de cámaras colgando otro emblema de los EE.
De pronto sentía que los EE habían pasado muy rápido. Hace solo unos minutos cantábamos el Padre Nuestro, al mejor estilo salsero, con Miguel Centeno, s.j. 
Todos los días teníamos eucaristía y las disfruté enormemente por lo espontaneas, cercanas, y por la capilla con un retablo que parecía una crónica en madera de los 27 colegiales muertos en el accidente aéreo y “un compendio visual de algunas verdades cristianas fundamentales”. Todos cincelados en caoba por Txopa Berecibar, tío de uno de los jóvenes que murió en el accidente, y de su hijo Josu. Los vitrales eran otra maravilla que se hacía más sublime cuando la luz del sol los atravesaba.
También, todos los días, nos reuníamos en el salón de conferencias para que Miguel Centeno, s.j., nos diera los puntos y para la actividad especial de la noche que era ver una película y comentarla. En este salón había una imagen en terracota del “Ecce Homo”, con una expresión de sufrimiento que desploma a cualquiera, y una imagen de la Virgen enmarcando con sus manos el cuerpo del niño Jesús, como si estuviese teniendo una contemplación interior expresada con un gesto de ternura en su rostro.
Después de tanta belleza y tantas horas de silencio teníamos que irnos cada quién a su casa, a aplicar todo lo aprendido en nuestra cotidianidad.
Tristeza y gozo. Eso sentí. Y recordé las cuatro razones para hacer EE que logré identificar en el libro de Carmelo Salvatierra, s.j. :

1. Si necesitas urgentemente una terapia espiritual intensiva porque te has ido alejando de Dios y corres el peligro de hundirte definitivamente en la muerte de la desesperación.
2. Si tu salud interior está siendo cada día más precaria y languideciente, porque se ha paralizado el núcleo vital de tus creencias religiosas.
3. Si tu salubridad espiritual es buena pero no estas satisfecho con tu vida o te encuentras ante la encrucijada de tomar una decisión importante.
4. Si gozas de excelente salud espiritual pero quieres profundizar más en tu vocación de servicio y en tu comunicación con Dios.

Te digo que si estas en alguna de estas situaciones ven a San Javier del Valle y haz EE. Y si aún estas desorientado recuerda para qué vino Jesús a la tierra. A ser hijo y hermano. Siempre nos esforzamos por ser los mejores en esos dos roles y estoy segura que si siempre actuaramos asi estaríamos mucho mejor en esta humanidad.

El plus de los EE
Ese domingo en  tarde un grupo de esa gente bonita que te encuentras en EE (Lucía, Rafael, Sara), Carlos y yo nos fuimos con Carlos Chirinos, s.j., y las hermanas a conocer la casa de los jesuitas y el internado de San Javier. Agradecí mucho el momento compartido. 
Después fuimos a caminar por el pueblo El Trompo y comimos unos deliciosos pastelitos de trucha y queso con champiñones. Compramos el vino de mora más barato de la vida y regresamos.  Finalmente conocí a Miguel Matos, s.j., y vinieron a mi mente varias de sus canciones. 
Afortunadamente, y aunque no lo sabía, aún me quedaban dos días en Mérida. Gracias a la ineficiencia de los terminales de autobús de nuestro país y gracias a Dios porque la hermana Joselin nos invitó a una excursión para conocer a Emilio y a Benedicto, dos hermanos de una edad avanzada que viven en El Vallecito, uno de ellos con cáncer, y de los cuáles les contaré en la tercera parte (y última parte) de estas crónicas sobre mi viaje a Mérida...

Mérida: montaña y espiritualidad (I) 



2 comentarios:

Unknown dijo...

Como estudiante del Colegio San Jose (Merida)entre 1955 y 1960 fui varias veces a "El Valle" a dar respeto a los difuntos alumnos, estudiantes del Colegio San Jose, quyos ermanos menores aran mis colegas. En esos tiempos las monjas encargadas de la casa de EEs eran Hermanas del Sagrado Corazon (afiliadas con los Jesuitas) y muchas de mis maestras-monjas de San Jose se pasavan el Verano en El Valle.

Dragoslav "Miguelito" Marcovich

Javier dijo...

Buenas tardes. Les escribo desde España emocionado por lo que veo. Mi padre trabajó allí como inmigrante español en los años 50. Mirando sus fotos he encontrado el lugar donde trabajó, El Colegio de S. José y que en su tiempo se llamó también de S. Francisco Javier. En su tiempo estaba más aún en medio de la selva. Un fraternal saludo desde España