Tomarme
una tercio y comer sardina frita son algunos de los manjares que nunca me
hubiese planteado degustar en conjunto, y menos luego de una clase de escalada.
Pero aquella noche del viernes el enigmático lugar al que algunos le dicen “la
sardina” se materializaría ante nuestros ojos.
La
Sardina Firenze es un bar ubicado entre la calle Cecilio Acosta del municipio
Chacao y la avenida Francisco de Miranda. Cuando llegamos entramos por unos
segundos, vimos que estaba lleno y en nuestro rápido paneo no detectamos a una sola mujer.
Todos hombres cuarentones y uno que otro joven.
Lu
y yo esperamos por unos segundos en la acera mientras Javier buscaba las birras.
Por suerte unos señores nos hicieron un lugar en la barra y pudimos entrar
nuevamente. No faltaron las miradas curiosas con un dejo de festividad o tal
vez burla.
El
lugar es pequeño, ruidoso y feo. Así que me encantó desde el primer momento. El
aroma a cebada, cigarrillo y sardina frita impregnaba el local. La música
estridente obligaba a hablar más alto así que al final lo que escuchabas era un gran
murmullo que no atormentaba.
El
bar está formado por un pequeño pasillo, de un lado hay algunas mesas y al otro
está la barra, donde con algo de dificultad puede pasar una persona. El
mostrador tiene una vieja caja registradora y está decorado con botellas de
cervezas de otras latitudes, el famoso gato de la suerte (si, el japonés que
saluda) y algunos de los primeros celulares que existieron. Al fondo reposan un
montón de cajas de cerveza y creo, porque no alcancé a ver bien, unas máquinas
traga monedas, el lavamanos está en el pasillo, y, sorprendentemente, el baño
estaba limpio.
Cuando
trajeron nuestras tres birras y el pequeño plato con las tres sardinas no lo
podía creer. Me causó demasiada gracia. Las sardinas grandes y regordetas
estaban en su punto de sal. Y si no te gusta el aceite prepárate porque tus
dedos quedarán brillantes de manteca. Otro desafío son las diminutas espinas.
Algunos
tips que aprendimos de Javier para comer sardinas de la manera más sencilla
fueron: primero te comes la cola, luego la boca y finalmente aprietas con tus
dedos, de lado y lado, el cuerpo alargado del pescado para que la carne comience
a salir. Lo que queda es saborear las sardinas y confieso que la combinación
con la cerveza no es tan mala.
A
pesar de ser un botiquín, establecimiento modesto en donde se expenden bebidas
alcohólicas, la cerveza no es la más barata que me haya tomado pero la excelente atención lo
compensa. No se nos había acabado la bebida
cuando el mesonero sonriente ya nos estaba trayendo otra. Entre el bullicio, eso
se agradece.
Si
uno busca en Google La Sardina Firenze aparece en uno de los comentarios de la
lista de las 101 cosas para hacer en Caracas antes de morir (RENOVADA) del blog
Caracas ciudad de la furia, un usuario insiste que sea incluido este lugar. También
Sumito Estevez, chef venezolano, ha twiteado sobre este bar. Y hasta un
estudiante de periodismo le dedicó una crónica, donde pude recoger el dato de
que el local tiene más de cincuenta años de fundado. Imagínense.
Ir
al bar de La Sardina Firenze fue toda una aventura. Así que repetiré. Y no se
preocupen chicas porque transcurridos unos minutos de nuestra llegada se hizo
presente nuestro género. Eso
sí, esto es solo para guerreros, saldrás con más omega 3, y adiós pena porque
no pasarás desapercibido.
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