domingo, 18 de noviembre de 2018

Octubre


Se rasgan las nubes grises en el mudo horizonte. Con tristeza nativa. Octubre y sus cordonazos bebiéndose el cielo. Tauná, una estrella muy brillante que aparece este mes, anuncia la llegada de tormentas eléctricas y ventarrones. Lo saben los pemón. Los waranipi, que viven en las nubes, tienen una escopeta pequeñita que produce un gran estallido, y que se puede convertir en bastón. Ellos son truenos y cuando se les antoja se convierten en huracán. Su casa está en el cerro Seita, cerca del río Kukenan, pero nosotros los escuchamos hasta acá, en las ciudades, donde se espera al cordonazo de San Francisco, que no es uno, ni dos, ni tres.

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Con las lluvias comienza el viaje a donde habita el silencio. Octubre de monasterio, octubre de retiro, octubre de duelo. En octubre cumpliste 88 años, abuela, porque los que se van siguen cumpliendo años. Tu también cumpliste años, abuelo, pero no recuerdo cuántos, solo tus empanadas de atún, la ruda, y tus rezos. Los pemón aseguran, que si en la familia perdura el cariño al “ido”, este puede regresar a donde dejó el “bagazo de su caña” (el cuerpo) o las “cortezas de su piña”, para reunirse inseparablemente con ellos y emigrar todos juntos, después de un tiempo prudencial, a un lugar donde hay todo lo que un pemón puede imaginar de bueno.


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Llueve.

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En octubre buenas noticias: Dijaawa Wotunnoi en la muestra oficial del FicMayab 2018; las mujeres alzaron su voz púrpura y hablaron de minería, de resistencia, de los derechos de las mujeres indígenas; la conversa con Susana Raffalli es compartida; me reencuentro con mis ancestros a través de su idioma y no solo con la pasta.

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Sigue lloviendo. Suenan cordonazos. Mi espalda está roja. Fermentada. “No podemos hacerlo todo, y hay una sensación de liberación en darse cuenta de ello. Esto nos capacita para hacer algo y hacerlo muy bien”, me dice sabiamente monseñor Romero. En octubre lo convirtieron en santo. Pero ya lo era.

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