Día 1. Cierro los ojos y entro a la cámara de
tortura: mi mente. Me siento cansada, respiro intentando hacer anapana (atención a la respiración) y me
hundo en un mar sin oxígeno. Mi cabeza se balancea de un lado a otro. No sé si
duermo o ya estoy ahogada. Es un entrar y salir del cuerpo, recuperar la carne
con un pequeño brinco. Apenas es el primer día y serán diez: levantarse con el
primer gong a las cuatro de la
mañana, meditar casi once horas diarias, desayunar a las seis y media, almorzar
a las once, merendar a las cinco, acostarse a las nueve y media. Todo vegano,
todo en noble silencio, todo en una completa segregación de sexos.
Acepté los cinco preceptos que se nos piden
para estar aquí: abstenerme de matar cualquier ser vivo, abstenerme de robar,
abstenerme de una conducta sexual inadecuada, abstenerme de mentir, abstenerme
de todo tipo de intoxicantes.
Cuando bajo a las comidas me detengo ante un
laguito con lirios dibujados en el agua. Ellos se cierran en algún momento del
día y se sumergen al morir, como en uno de los tantos espectáculos leves de la
vida. Alrededor los colibríes se alimentan de las aves del paraíso, los
roedores de monte corren entre las ramas
y los peces dan saltos certeros para devorar a los insectos. Estamos en un
centro de meditación Vipassana, bajo
las instrucciones de S. N. Goenka (1924-2013), que fue un hombre que quiso
difundir, sin sectarismo, la técnica que posiblemente practicó Siddharta
Gautama (Budda) para llegar a la extinción del sufrimiento en sí mismo.
Día 2. Sigo ahogada. Mi mente se domina sola.
Yo que cierro los ojos y ella que prende la bacanal de los recuerdos.
Pensamientos tan guardados que ya los daba por olvidados. Goenka nos habla (a
través de grabaciones) y nuestra profesora, piernas cruzadas, ojos cerrados,
espalda erguida, cabeza levantada, sonrisa plena, no mueve ni una pestaña. ¿Yo?
Ya abrí los ojos que no podía abrir, me rasqué veinte veces, moví la pierna, me
cambié de postura otras cinco. El silencio es lo que me cuesta menos, de la
boca para afuera, porque adentro ya me canso de escucharme. Me quiero largar.
Día 3. Seguimos con la técnica de anapana, es decir calmar la mente a
través de la observación de la respiración natural. Concentrarse en el aire que
entra por cada una de las ventanas de la nariz. Ya casi no me duermo sentada. Goenka
nos dice que los diez días están dedicados a ejercitarse en tres
adiestramientos: moralidad (sila),
concentración y dominio de la mente (samadhi),
y sabiduría, o visión cabal que purifica la mente (pañña). Siguen doliendo las rodillas y la espalda por tantas horas
en la misma postura.
Día 4. Comenzamos la técnica de Vipassana (ver las cosas tal cual son).
Me hago consciente de las sensaciones en mi cuerpo. Se supone que si experimentamos
sensaciones bruscas o sutiles debemos ser ecuánimes. Solo observar, no
reaccionar (como si fuera tan fácil Goenka) Empiezo anapana, solo unos minutos para ver si los pensamientos se detienen
y puedo estar en el presente. Pero ya voy: escribiré un cuento sobre una
escritora que solo vivía entre el pasado y el futuro… (Increíble, no puedo
aguantar ni un minuto sin pensar) Una hora sentada sobre mi cuerpo: “desde la
punta de los dedos de los pies hasta la cima de la cabeza” (una y otra vez, una
y otra vez, una y otra vez). Me recorro completa. (“Trabajad con diligencia”,
dice Goenka. Tal vez falta media hora para terminar la meditación, le contesto)
Ya mi sien es un lamento. Los sankaras (dolores, bloqueos, molestias,
representaciones físicas del karma) desembocan en mis rodillas, crujo de dolor.
(“Observad”, dice Goenka) Observo en vano (debo cambiar de postura, debo
cambiar de postura, debo cambiar de postura) Cambio de postura.
Día 5. Me enamoro de todo lo que gime. Mi útero
envuelto en aguas tibias se derrama. Por minutos se me olvida la ecuanimidad
(¡Qué bien hacer el recorrido por mi cuerpo sin dolor!). Paseo con el deseo. Me
apego a todas las vibraciones que ocurren en mi cuerpo (“ser ecuánime, aprender
a ser ecuánime (upekkha), sin esperar
nada, sin engancharse a nada, sin rechazar nada”, dice Goenka) Ajá Goenka,
¿cómo voy a ser ecuánime cuando mis rodillas y mi espalda duelen?
Día 6. Me compadezco, dejo de ser dura
conmigo (con Goenka) y Vipassana
comienza a ocurrir. Trato de no alegrarme cuando puedo hacer el recorrido por
las sensaciones de mi cuerpo. Trato de no molestarme cuando las rodillas
comienzan a doler. Trato de comprender que todo cuanto me sucede es
impermanente. Poco a poco la tranquilidad y las vibraciones me recorren (Ahhh,
de esto se trataba Goenka…) Me hundo en el Ganges del Vipassana.
Día 7. Me siento sobre mi miedo. Mi cerebro
escupe pensamientos. Son tantos, tan variados, tan tristes, tan intensos que al
final de la tarde creo que estoy en la mente de un enfermo mental (me quiero
ir, definitivamente me quiero ir). Quiero salir corriendo. Necesito leer,
escribir. No puedo (de hecho entregué mis lápices, libretas y libros el primer
día). Leo los envases de los productos de higiene “cloro”, leo la cartelera “horario”,
el cartel que dice “límite del curso”. Escribo en mi cabeza un poema y un
artículo: “Arraigo te fuiste apenas salí disparada del vientre materno…”.
“Cierro los ojos y entro a la cámara de tortura: mi mente…” (“anicca, anicca, anicca. La naturaleza de
todas las cosas es impermanente, surgen y cesan, nacen y mueren. Lo mismo
ocurre con las emociones, los pensamientos”, dice Goenka. ¡Basta Goenka!)
Día 8 y 9. Recorro mi cuerpo con la mente en
calma “desde la punta de los dedos de los pies hasta la cima de la cabeza”. Lo
hago muchas veces. Todo en un surgir y cesar continuo. No rechazo ni me apego
tanto. Mis piernas se duermen y observo. Mi mente se desconcentra y observo.
Siempre tratando de volver a recorrerme desde la punta de los dedos de los pies
hasta la cima de la cabeza”. Me es muy difícil hacerlo de forma simultánea en
algunas partes del cuerpo. Siempre tengo algún bloqueo.
Día 10. Me siento sobre mi miedo en la
oscuridad. Empezamos el último día de noble silencio. Con las primeras luces,
unos insectos que suenan como maraquitas empiezan su concierto (como todos los
días). La melodía se une a los cantos en pali de Goenka (como todos los días).
Permanecemos sentados, con los ojos cerrados, conscientes de nuestras
sensaciones. Con el gong desayuno.
Con el gong regreso a la sala de
meditación. Transcurre una hora. “Sean felices”, nos dice nuestra profesora de Vipassana. Son las 9am y ha terminado el
noble silencio.
Yo no puedo abrir los ojos, todo mi cuerpo
vibra, comienzo a llorar. Transcurren unos minutos y cuando finalmente salgo
del ensueño profundo en el salón solo quedan tres personas.
—Minerva, si escribes sobre
esto me gustaría leerlo—me dice Adriana.
Son las primeras palabras que escucho de una
compañera de Vipassana tras 10 largos días de noble silencio. Sonrío, me seco
las lágrimas y vuelvo a cerrar los ojos. Al cabo de un rato, me levanto, en
silencio. Ya no queda nadie más en el salón. Todos están hablando afuera. Me
voy directo al cuarto, en silencio. (No puedo hablar, se me acabaron las
palabras, déjenme estar vacía) Me doy un baño largo con agua caliente, en
silencio: lavo mis escombros.
Bajo
a almorzar y escucho. Segundos después rompo el silencio, pero solo me dura
unos minutos. Quiero volver a estar sola.
***
Es noche de luna llena y todas las mujeres
nos vamos al patio, tendemos unas mantas y transcurren las horas contando y
escuchando historias únicas, maravillosas. Seguro así fue en Las mil y una noches. En el laguito ya
no quedan lirios de agua, solo luciérnagas que levitan como destellos en las
sombras. Estoy en un nido de mujeres, sanando, riendo, soñando. Fusionando mis
restos con el despertar. No aprendemos Vipassana para hacernos budistas, sino
para comprendernos como humanos, tomamos lo bueno y dejamos lo que no nos
gusta.
Anicca,
anicca, anicca… cambio, cambio,
cambio.
Vuelvo a casa.
Todavía mi viaje no termina.
.
.
.
*Este es el diario de mi primera experiencia
en un retiro de diez días en el Centro de meditación Vipassana - Dhamma
Venuvana, ubicado en el estado Aragua, Venezuela. La experiencia la realicé
desde el 7 hasta el 18 de mayo de 2019. También es mi #Mensuario correspondiente a mayo.
1 comentario:
Leyendo, regresé a la sala de meditación, emociones parecidas,las mismas ganas de salir corriendo jeje, disfruté tu sincero relato, mi hermana en Vipassana.
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