En septiembre acogí un temporal. Las gotas
podridas me salpicaron. Mi abuela conmigo ayudándome a cruzar la calle, yo con
mi miedo y mis pies hinchados que no entran en los zapatos, ella deteniendo los carros. La vi en sueños
junto a su casa, las demandas de la gente, los baños, el vómito y el agua
sucia.
Me refugio en Antonia Palacios con su Viaje al
Frailejón, París y tres recuerdos y su poesía. Anoto frases que me guían en
este remolino. Intento verbalizar lo que voy aprendiendo del ecofeminismo y voy
a parar al lado de una comadre de colores indígenas, sabia, llana, purpura, mujer. Gritamos por la vida de la Amazonia en
la movilización mundial por el clima y me preparo para ir hasta ella verde,
frondosa, saqueada, mujer en el estado Bolívar.
Durante este mes me olvido del recogimiento y todo
lo que llega de afuera lo acojo. Cómo encontrar un equilibrio. Cómo no terminar
aturdida. Cómo elegir. Cómo iba a dejar de escribir este mensuario.
“Lo único que hacemos es aceptar la ráfaga,
pero esa aceptación mide el ritmo y hasta lo desorienta”, así es Ida Gramcko y puede que necesite
desorientarme para volver a mí, pero tengo que tener cuidado.
Se asoma algo a través de la crisálida, apenas
puede moverse, es precisa la calma.
Voy caminando como una fe de invierno que va
hacia la primavera.
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