Recientemente
leí en una crónica esta frase: “El turista nunca sabe dónde estuvo; el viajero
nunca sabe a dónde va”. Les cuento esto porque cuando vas en una curiara a
motor por el Delta del Orinoco uno no deja de asombrarse de tanta belleza
junta. El cielo, los caños, los manglares, los moriches, los palafitos, nuestros
hermanos waraos, todo en un perfecto contraste. Pero si profundizas, si
preguntas, si te empapas, verás que todo lo que brilla no es oro, verás cómo
tanta belleza junta también guarda muchas de las desgracias de la humanidad.
Enfermedades que van destrozando la vida de los indígenas waraos. Algunas muy
visibles como la escabiosis noruega, la desnutrición y la tuberculosis. Otras
de muerte lenta y silenciosa como VIH-SIDA.
Como el viajero de la frase yo pensaba que
no sabía a dónde estaba yendo, pero con este viaje descubrí que estaba
visitando uno de los lugares más olvidados por los gobiernos de turno. Fueron
ocho días los que estuvimos en San Francisco de Guayo, una comunidad fundada
como centro misional por los padres capuchinos en 1942, y a la que,
posteriormente, llegaron las hermanas terciarias capuchinas en 1951.
San Francisco de Guayo está ubicado en el
municipio Antonio Díaz del estado Delta Amacuro. En este lugar se encuentra
asentado el segundo grupo de mayor población indígena a nivel nacional, el
pueblo indígena warao que representa el 7 % en Venezuela, después del 58 %
integrado por el pueblo wayuu en el estado Zulia.
Aquí Carlos y yo vivimos nuestra semana santa
2015 haciendo comunidad con Fray Ramón y las hermanas Iria, Ilvia Rosa y Leida;
compartiendo con los niños, jóvenes y adultos; y visitando otras comunidades
como Guayaboroina, Jatabuidanoco, Santa Rosa, Jobure, Murako, La Mora,
Jeukubaca, Tecoburojo. Ocho días, que se dicen rápido, porque mis pensamientos
ya navegaban por estos caños desde hace un año.
Caminando Tucupita
El
27 de marzo de 2015 llegamos a Tucupita, capital del estado Delta Amacuro. Eran
las 7:30am. Habíamos salido de Caracas de un terminal ubicado en Las Artigas.
Fray
Ramón Morillo, provincial de la congregación de los Hermanos Menores Capuchinos
en Venezuela, nos recibió en la Iglesia San José, fundada en 1919, ubicada
entre la calle Manamo y avenida Arismendi, frente al Paseo Malecón Manamo.
Luego
de desayunar guardamos nuestras cosas y, como apenas comenzaba el día y
saldríamos al bajo delta el sábado en la madrugada, aprovechamos para caminar la ciudad.
Lo
primero que hicimos fue ir al Paseo Manamo y recorrerlo de punta a punta. Nos
sentamos un rato junto a un grupo de niños vestidos con su uniforme del colegio
que volaban papagayos. Ahí pasamos un buen tiempo observando estos pájaros
multicolores del viento. Se notaba que era una actividad organizada por el
colegio. Luego investigué y resulta que en Venezuela es una tradición que los
cometas surquen el cielo en semana santa.
Continuamos
caminando y llegamos a la Plaza Bolívar, inaugurada el 17 de diciembre de 1930.
Cruzando la calle estaba la Casa del Artista Plástico, un lugar destinado para
eventos y exposiciones pictóricas, artesanales y fotográficas[1]. La señora que nos atendió
es licenciada en Turismo y nos contó que justamente ese fin de semana estaría
la gente del Ministerio de Cultura haciendo unas mesas de trabajo para hacer un
diagnóstico de la situación turística de la capital deltana. La mujer lamentó la
desidia de las autoridades y cómo prácticamente no tenían nada que ofrecer al
visitante: “Todo el turismo se hace en los caños”, precisó.
Pedí
el baño y uno de los señores que también trabajaba en el lugar fue a buscar un
tobo de agua para limpiarlo. Lucía avergonzando: “Disculpe, es que esto estuvo
abandonado por mucho tiempo”.
Para
mi sorpresa me encontré a Irene, una compañera que conocí cuando estudié en la
UCAB. Ella practicaba rugby con Leydi, otra amiga, y resulta que estaba en
Tucupita haciendo la gira con el Ministerio de Cultura. Aprovechamos para
conversar sobre lo mucho que había que hacer en este estado y me dijo que ya
habían visitado otros lugares del país y que el recorrido continuaría. Me dio
un poco de esperanza ver a alguien conocido y tan ilusionado trabajando en este
proyecto.
Nos
despedimos y la señora nos recomendó los dos únicos lugares buenos para comer: Dulce vida o Los Guayos. Fuimos a este último, que queda justo al frente del
Paseo Mánamo, y fue todo un proceso para elegir por las exigencias veganas de
Carlos. Afortunadamente comimos bien y yo me sacrifiqué comiéndome la tocineta,
el bistec y el jamón, del único plato que quedaba para esa hora. Súper recomendadas
las mini donas que venden en la parte de abajo del restaurant.
El
resto de la tarde fue curiosear las pocas cosas que había en la Red Galería de
Arte y seguir recorriendo las calles de
Tucupita. Casas con puertas y ventanales casi coloniales, y otras más
“actuales”. Avenidas con tarantines y música a todo el volumen para recoger
firmas contra el decreto de Obama. Y la búsqueda nada fructífera de agua
mineral.
Regresamos
a la Iglesia de San José y Fray Ricardo, uno de los novicios, nos llevó al colegio
de la congregación terciarias capuchinas que estaba justo al lado. Ahí
conocimos a la hermana Iría, una postulante que estaría con nosotros a la
misión. Y a otra hermana, más mayor, que
nos contó sobre los inicios de sus
trabajos en la misión de Guayo.
Me
gustó mucho el patio del colegio, un gran cuadrado bordeado de plantas con la
cantina en el centro. Ambas hermanas habían estudiado aquí.
Al
caer la tarde fuimos a la misa del Viernes de Concilio en la Catedral Divina
Pastora (otra señal Carlos). Esta edificación de concreto armado en estructura
y paredes de bloques frisados, se comenzó a construir siguiendo el estilo
neoclásico a mediados de la década de los 50, con el patrocinio del Estado, específicamente
el 8 de diciembre de 1957, cuando gobernaba Marcos Pérez Jiménez. Sin embargo,
no fue, sino, hasta 25 años después (…), el 26 de septiembre de 1982, [que] se
logró inaugurar, bajo el mandato de Luis Herrera Campins[2].
Esa
noche cenamos con los padres capuchinos. Conocimos a fray Julio Lavandero, una
eminencia en el mundo warao. Disfruté mucho de su sentido del humor de estos
sacerdotes, especialmente de fray Ramón que nos distrajo echando su cuento:
“Como aquella vez que una hermana dijo: ꞌComo dice el Evangelio la aguja en el
ojo del camelloꞌ”. Y todos soltamos la carcajada. Hojeamos algunas de las
revistas Vida Misionera. Y finalmente vimos el documental Kavanayen, sobre otra
de las misiones de esta congregación en el estado Bolívar. Me resultó muy
simbólico porque ya lo había visto en la
misión que hice en El Tukuko (Sierra de Perijá- estado Zulia), la primera
semana de marzo de 2015. En esa ocasión compartí con fray Nelson, los
estudiantes del internado y los jóvenes de Pazando,
una iniciativa de la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB.
Emocionada
me fui a dormir, mañana comenzaría la verdadera misión.
Navegando por el Orinoco
Salimos
de la Iglesia San José a las 4:40am, algo tarde porque fray Ramón se quedó
dormido, lo cual fue muy gracioso. En la parte de atrás del jeep íbamos la hermana
Iría, Carlos, Raúl y su esposa, una pareja warao; y fray Ricardo que se levantó
temprano para acompañarnos. Fray Kiko manejaba. Los 45 minutos hasta Puerto Volcán
nos sirvieron para conocernos un poco.
Cuando
llegamos aún estaba oscuro y había una cola de gente. En la orilla había varias
curiaras de hierro con motores fuera de borda, estacionadas y justo al lado una
mujer indígena bañándose en el río. Bajamos nuestras cosas y las montamos en la
Tiwitiwi, la curiara de las terciarias capuchinas.
Laureano
y su ayudante nos llevarían hasta San Francisco de Guayo, a cinco horas de
navegación. El espacio de la curiara era reducido, nos distribuimos en las tres
tablas que servían de asiento y nos recostamos en los listones de madera. Me
resultó bastante práctico que estos espaldares podían quitarse y ponerse de
nuevo simplemente ajustándolos a una especie de hendidura pegada a la pared de
la curiara.
Arrancamos.
Aquello era como ir en una carretera de agua. Al principio estrecha y bien
delimitada por la vegetación de lado y lado. La curiara saltaba con cada desnivel
u ola leve. El sol iba soltando sus rayos y parecía que estos emergían de los
manglares para volar hasta el cielo y colorearlo de naranja. Nos fuimos
turnando para colocarnos al lado de Laureano, quien plegaba un pedacito del
techo de la curiara hacia atrás, como un descapotable, para que nosotros
pudiéramos sacar la mitad de nuestros cuerpos y presenciar este milagro de
vida. Para mí, uno de los amaneceres más bellos de mi existencia.
En
algún pedacito de tierra flotante había un grupo de garzas. Cuando el sol se
reflejaba en el agua esta era marrón y cuando se tornaba negra. De pronto el
canal de río se abrió y fray Ramón exclamó: “Cuando vengo para acá siempre digo
que yo nunca he visto tanta agua junta”.
Luego
de un par de horas nos detuvimos en Isla Norte, una orilla de tierra y para
atrás un bosque de árboles de ceiba, para ir al baño, obviamente natural; y
desayunar.
Tantas
horas de navegación fueron el tiempo perfecto para irnos conociendo. La hermana
Iria, una joven de 23 años, nos contó de cómo empezó su vocación desde que
estaba en el grupo juvenil de su parroquia. La llevaban a campamentos y a
misiones. Entró a la orden religiosa a los 18 años.
Esta
orden llegó a Venezuela en 1927 enviada directamente por su fundador. Las
primeras monjitas que vinieron a las riberas del delta del Orinoco murieron a
causa de la malaria y la fiebre amarilla. También cuentan que una se murió
ahogada. Iban a un sector llamado La Playa y la curiara se volteó, los hábitos
de la hermana eran tan pesados que la empujaron al fondo del río.
“Estamos
en Tucupita, Upata, Guayo, Machiques, Caracas. Somos 42 hermanas en todo el
país y casi siempre estamos al lado de alguna casa de los capuchinos, por eso
nuestra cercanía”, sonrió Iria. Sus campos apostólicos son la reeducación, las misiones, la educación, la acción
pastoral y la salud.
Iria
y yo conversamos sobre Dizzi y otros jesuitas que conocíamos; y me mostró las fotos de su sobrina, una gordita
muy hermosa.
Durante
toda la conversa seguíamos navegando. La curiara levantaba un chorro de agua
que atravesaban los rayos del sol y se convertía en un arcoíris constante. El
reflejo del cielo y los árboles en el agua era un perfecto cuadro en vivo. Varias
horas después comenzaron a aparecer los palafitos y los exuberantes manglares. De
uno de ellos salió una hermosa mariposa azul, una igual se me había aparecido
en la Sierra de Perijá cuando regresábamos de Ipika, una comunidad a cuatro
horas de camino desde la misión de El Tukuko, en aquel momento lo había visto
como una señal, pero ahora esto se potenciaba. Yo estaba en el lugar destinado
para mí y me sentí como Alicia en el país de las maravillas, cuando al final
una mariposa azul se posa en su hombro y sale volando. Ya estábamos cerca.
Nuestro hogar en Guayo
Llegamos
a San Francisco de Guayo, una comunidad de unos 3000 habitantes. Desde la
curiara veíamos la Iglesia, una escuela, la casa de los capuchinos, el hogar de
las hermanas terciarias capuchinas, el hospital y un montón de palafitos. Un
pequeño tanque de concreto tenía inscrito el mensaje: “Bienvenidos Paz y bien”,
lema de los capuchinos.
Llegamos
al muelle y varios niños waraos estaban ahí, unos le pidieron la bendición a
Iria y otros nos ayudaron con nuestro equipaje. “¿Quién es el padre?”, preguntó
un adulto. “Es el de la gorra”, le contesté. Maikol, a quien luego llamaríamos
el perro malandro, también estaba ahí, olfateando a los nuevos visitantes.
La
hermana Leida nos recibió y nos guió hasta la casa donde vive ella junto a las
religiosas Ilvia Rosa (colombiana) e Isabel (española, que tiene más de 40 años
en el delta). Cuando entré lo primero que me llamó la atención fue el olor a
gasoil. Todo el piso eran listones de
madera levantados a unos cuantos centímetros del terreno, porque es muy
fangoso y con las lluvias se inunda. Era casi un palafito gigante, con
excepción de la cocina que si tenía piso de cemento.
La
casa está formada por dos pasillos con habitaciones. La capilla toda de madera
e incluso los asientos eran troncos cortados con asiento de cojines. Una
pequeña plataforma con plantas frutales y flores. Y un cuarto que la hermana
Leida dijo que nos impresionaría y así fue: repleto de artesanía indígena que
la hermana Isabel compra a los waraos para ayudarles.
Cuando
Leida nos hacía el recorrido unos waraos estaban tumbando moriches, el árbol de
la vida para ellos ya que de él extraen la fibra para los tejidos y artesanías,
la yuruma que es su alimento, y los gusanos que les sirven de proteína. La
hermana les gritó algo en warao, luego se volteó y nos tradujo: “Les dije que
el padre había mandado a decir que no tumbaran más árboles. Es que a veces
tumban todo”. Fray Ramón sonrió relajado.
Las
hermanas también tienen una biblioteca y el primer libro que Carlos hizo que
notara fue el del Principito. También tienen una salita con una computadora y
más libros.
“Si
ven agarrando agua a los muchachos es porque en este tanque recolectamos agua
de lluvia para tomar. El agua del río está contaminada y para tomarla hay que
purificarla”, nos dijo la hermana. También nos contó que pese a que todos los
días llueve, hubo una vez que no caía ni una gota de agua, entonces ellas les
pidieron a las niñas que rezaran y llovió una semana.
A
pesar de nunca haber estado en el lugar me resultaba muy familiar y acogedor.
No había caído en cuenta que en esta era la misma casa que aparecía en la
película Dauna, lo que lleva el río.
Indígenas y religión
Leida
me ubicó en el que sería mi cuarto por una semana. Tenía una cama amplia, un
escritorio, una repisa para para colocar los libros, un pequeño armario, y lo
mejor: una ventana que daba a un pequeño espacio desde donde se podía ver el
río.
Esa
tarde nos reunimos para planificar las actividades y conocimos a Anselmo uno de
los jóvenes de la comunidad que hace mil actividades. Él nos apoyaría durante
la semana santa. Raúl, el secretario de la parroquia, también nos acompañaría a
varias comunidades. En estos lugares la mayoría de los waraos estaban
solicitando bautizos para sus hijos, confesiones y misas.
Quizás
esto pudiera hacer ruido en algunos. Y bueno no soy antropóloga
(desafortunamente) pero me parece importante aclararlo sin hacer un tratado
sobre las misiones religiosas. “Una de las acusaciones reiteradas a estos
misioneros es que provocaron transculturación por sobrevaloración de la cultura
occidental blanca y minusvaloración de la cultura indígena. Esa era la
ideología de la época y los misioneros no eran extraterrestres, ellos fueron
los únicos que hicieron algo, en esos tiempos, por el indígena, por eso
corrieron el riesgo de cometer equivocaciones (…) El aporte de las misiones a
la causa indígena en este siglo ha sido decisiva para la subsistencia del
indígena, la conservación de sus tierras y su cultura (…) Las misiones
católicas han vivido una evolución muy marcada, sobre todo a partir de la II
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín. El diálogo con
las ciencias sociales ayudó a una mejor comprensión de la realidad indígena y a
promover un servicio más realista y eficaz”[3].
Dicho
esto recuerdo cuando el fray Nelson nos contaba que si en la Sierra de Perijá
ellos no hubieran contactado a los indígenas barí los criollos los hubieran
exterminado. La gente de la zona los cazaba cual animales y las empresas
envenenaban la sal que los barí usaban para conservar sus carnes.
También
recordé cuando una vez alguien dijo que la mejor arma que se le había dado al
indígena era aprender el idioma español. No soy de las que creen que ellos iban
a estar sanos y salvos en la selva. Por un tiempo quizás. Pero ahora este
tiempo lo percibo como una nueva forma de conquista, más agresiva sin las
famosas carabelas La Pinta, La Niña y La Santa María. Obligaron a los indígenas
a desplazarse a los extremos del país y ahora los poderosos vuelven a esos
lugares a explotar sus recursos. ¿Y hacia dónde pueden huir nuestros indígenas?
Cada día ante nuestros ojos es más evidente el etnocidio.
Esa
noche me fui a mi cuarto tranquila, con la sensación de estar en el lugar que
Dios quería para mí: “No me escogisteis vosotros...fui yo quien os escogí...y
os puse para que deis fruto...y ese fruto permanezca...” (Jn 15, 16)
Acostada
escuchaba las aguas del río Orinoco y el golpe del viento en las hojas del
moriche. Tomé una de las revistas sobre las terciarias capuchinas que estaba en
la repisa y leí sobre el martirio de la hermana Inés Arango: “El 21 de Julio de
1987 caían en la selva amazónica ecuatoriana traspasados por las lanzas de los
indios Tagaeri dos esforzados misioneros; Monseñor Alejandro Labaka, obispo del
Vicariato apostólico de Aguarico, y la hermana Inés Arango, de la misma misión
Terciaria capuchina de la Sagrada Familia, él español, capuchino y ella
colombiana (…) Alejandro e Inés se sentían ‘voz de los sin voz’ defensores de
las minorías étnicas que se sienten avasallados y privados de sus tierras por
la explotación del petróleo y el avance de los colonos... Ambos misioneros
buscaban el equilibrio entre la defensa de los indígenas y el progreso del
país... optaron por los más débiles: no fueron matados por odio sino en defensa
propia de los que creyeron venían a atacarlos”[4].
Se
me erizó la piel. Arriesgar la vida por el evangelio. Inés murió amando
inmensamente a los indígenas.
Domingo de Ramos
Muevan las palmas
y salid a recibirle
ha llegado nuestro Dios
es el hijo de David
Amaneció
un Domingo de Ramos hermoso y la primera misa fue en Guayo. Hicimos una pequeña
procesión con las palmas, si acaso caminamos unos 300 metros, desde el inicio
de la casa de las hermanas hasta la Iglesia. Todos con sus palmas cantaban y la
casa del Señor se llenó de verdes. Fue una celebración mágica.
Cuando
terminamos nos montamos en la curiara rumbo a Guayaboroina. Nos acompañaron
unos jóvenes de la comunidad de Guayo: Jhenmar, María, Yunelis y José Angel para
ayudarnos con los cantos de la misa que celebraríamos en este lugar
Como
en todas las comunidades los waraos viven en palafitos unidos por unos puentes
que hacen con listones de madera. Algunas casas tienen lavadoras y antenas de
televisión satelital. También es frecuente encontrar alguna máquina de coser,
oficio que enseñaron las primeras monjas misioneras, las mujeres waraos lo
hacen muy bien y es frecuente ver vestidos coloridos diseñados por ellas
mismas.
Apenas
nos bajamos de la curiara varios niños y adultos se lanzaron al río: “Siempre
que llegan las hermanas y los sacerdotes hacen esto para alistarse e ir a la misa”,
me dijo Iria.
Nos
metimos en uno de los janokos, que al parecer era la sede de una Iglesia evangélica,
y comenzamos a preparar las cosas para la misa. Los waraos fueron llegando
lentamente, cada uno con su palma en la mano ya en forma de cruz. Sus rostros,
las cruces de palma y sus ropas, todo en un perfecto contraste.
Había
demasiados niños, muchos con enfermedades de la piel. Fray Ramón hizo la
celebración y Anselmo tradujo en warao la homilía. Llegó la hora de los
bautizos, a Iria, a Carlos y a mí nos llamó mucho la atención que la mayoría de
las madres no les había puesto nombre a sus hijos, casi todos los escogimos
ahí, comenzábamos a darle opciones y el que más les gustaba era el elegido.
Debíamos
anotar los nombres del niño, los padres y los padrinos y tomar los datos de sus
números de cédula. Luego Raúl se encargaría de hacer las actas y las llevarlas
a Curiapo para que tramitar las partidas
de nacimiento.
En
Jobure noté más organización. De hecho cuando apenas íbamos a Guayaboroina,
alcanzamos a ver una gran fila de gente caminando con sus palmas. “La noticia se
corrió más rápido que un piojo en una barba de un capuchino”, bromeó Fray
Ramón.
Me
costó llegar al espacio que habían dispuesto los waraos para realizar la
celebración. Los troncos del puente rodaban con cada uno de mis pasos y un
señor tuvo que ayudarme. Admito que ni siquiera en los días siguientes transité
con seguridad por estas caminerías, me generaba pánico caer al agua.
Cuando
llegó la hora de la eucaristía ningún warao comulgó. Taita, uno de los ancianos
que supongo era el cacique, dijo que tenían dos años sin confesarse y le pidió
al padre que regresáramos el miércoles para administrar este sacramento y hacer
otra misa y los bautizos.
Durante
la misa los waraos me parecieron muy solemnes. A veces pensaba que muchos no
entendían el castellano y ciertamente cuando luego Anselmo les tradujo la
homilía muchos niños comenzaron a hacer gestos.
Fray
Ramón nos dijo que muchos de los ancianos de esta comunidad hablaban latín
porque las primeras misas eran en este idioma.
Con
la visita a estas dos comunidades había comenzado la misión. Regresamos a Guayo
casi a las tres de la tarde. Almorzamos y el resto de la tarde descansamos.
Las autoridades no se
ocupan del delta
El
calor en Guayo es sofocante y muy húmedo. Así que luego de comer me di un baño
y me senté en la puerta de la casa de las hermanas para ver el río y el paso de
la gente.
Cuando
llegaron los capuchinos y las hermanas una virgen de cemento dividía la
comunidad: de un lado el internado de los niños y del otro el de las niñas. Hoy
Guayo está formado por dos sectores. De un lado del río se encuentra la
Ranchería y la calle de Los Casados; y al frente en la otra orilla Guayo II. En
la Ranchería hay muchos ancianos y la mayoría de la gente habla warao.
Miguel,
el encargado de deportes en Guayo, se acercó y comenzamos a hablar. Me contó
que tenían grupos deportivos, pero que no tenían balones. “Una vez íbamos a
competir en Táchira y solo me dieron 8 mil bolívares que solamente alcanzaron
para la inscripción y la comida. El bus costaba 80 mil y todo se consiguió a
través de amigos”.
Mientras
conversábamos pasaron dos hombres muy ebrios. “La juventud está muy perdida por
esto”, dijo Miguel mientras hacía un gesto con su mano como de estar bebiendo
de una botella. A lo lejos escuchamos gritos y luego uno de los vecinos nos
contó que tuvieron que separar a otros hombres que estaban peleando. Era más
que evidente que una de las problemáticas del pueblo es el alcoholismo.
También
hablamos sobre la dificultad para conseguir la gasolina, esencial para poder
trasladarse en las embarcaciones: Para marzo de 2015, cinco litros de gasolina
podían costar 800 bolívares; y un tambor de 200 litros entre 2500 y 3000
bolívares. Esto se vende en Puerto Volcán, desde dnde había salido nuestra
curiara, este y Curiapo son los lugares donde las personas pueden comprar la
gasolina. Aunque también existe el mercado negro y buena parte del contrabando
sale hacia Guyana.
Al
rato se sumó a la conversación uno de los doctores de la zona. Primero
conversamos sobre las enfermedades: diarrea, tuberculosis, VIH, escabiosis
noruega. Luego sobre las condiciones del Hospital “Hermana Isabel López”, un
hospital rural tipo I: “Diagnosticamos casos y no tenemos para dar el
tratamiento”. Uno de los insumos que más faltan son los jelcos pediátricos, una
especie de catéter para hacerles las transfusiones a los niños. Son muy usados porque la mayoría de los niños
presentan cuadros de diarrea muy crónicos y necesitan hidratarlos con suero.
Como no hay el personal médico utiliza están jelcos para adultos y esto causa mucho
sufrimiento a los bebes, ni siquiera puedo imaginar el dolor que deben sentir.
Lo
otro que falta es la crema azufrada porque hay muchísimos casos de escabiosis
noruega, que en la jerga se conoce como sarna.
La
ambulancia fluvial está detenida por una pieza dañada y no tiene volante.
Constantemente mueren personas que no pueden ser trasladadas a Tucupita. Los
dos generadores eléctricos del hospital están dañados y los paneles solares no
son suficientes. Atienden partos a la luz de las velas y mueren niños al nacer,
ya que inhalan sus primeras heces al momento de nacer (síndrome de meconio) y
no pueden ser aspirados. Tampoco hay nevera para conservar las vacunas así que
desde octubre de 2014 no inmunizaban a los niños.
Como
la planta potabilizadora nunca la terminaron de construir las enfermedades por
el agua contaminada son constantes, ya que en el río se vierten las excretas
pero también se usan sus aguas para cocinar, tomar, bañarse y lavar.
Lunes
El
lunes Laureano y Anselmo nos buscaron tempranito en la curiara y nos fuimos a
bautizar a los niños de las comunidades Santa Rosa y Jatabuidanoco.
En
la primera comunidad fueron como 80 niños. Al igual que en el día anterior Iria
y yo anotábamos y también dábamos opciones de nombres para los niños, ya que
muchos no sabían cómo llamarlos. Pensé en la esperanza de vida del niño warao,
alguien me dijo que no muchos llegan a los 5 años.
Más
allá del significado del sacramento del bautismo, entendí que lo masivo radicaba
en que luego Raúl, con las listas que le dábamos, era el encargado de hacer las
actas y llevarlas a Curiapo para que estas personas obtuvieran las partidas de
nacimiento. Al parecer así funciona en lugares tan distantes como el bajo
delta.
Mientras
tanto, Carlos hacía las fotos y ayudaba a organizar a las personas, Fray Ramón
y Anselmo se encargaban de las cosas para la liturgia.
Los
lugares de nacimiento de los niños eran muy variados, la mayoría de los caños:
Umujana, Jobotoina, Jiorina, Dawarida, Burojoida, Barocosanuca, Umujana y
Guayo; o en Tucupita.
Todos
se acomodaron en dos filas de pupitres en el pasillo de afuera de la escuela y
comenzó la celebración. Como seguían llegando niños también se hizo una segunda
tanda de bautizos en uno de los salones.
Muchos
niños no tenían padrinos y Marvelis e Isidro, un matrimonio warao, eran los más solicitados. Marvelis me contó
que ellos habían adoptado a tres niños porque sus padres habían muerto.
A
Carlos y a mí también nos pidieron que fuésemos padrinos así que podemos decir
que Maiker fue nuestro primer ahijado. Me sentí honrada y más comprometida con
los niños del delta. El otro momento maravilloso fue cuando tomamos en nuestros
brazos a una niña hermosa, su mamá estaba feliz de que también fuésemos sus
padrinos.
En
este lugar había muchos niños con escabiosis. El caso de Leida, una joven de 15
años, y su hija Diani me conmovió.
Diani,
de 11 meses, tenía costras rotas entre sus dedos. Al rascarse las arrancaba con
sus diminutas uñas y sangraba. En sus orejas también tenía costras. Las palmas
de sus pequeñas manos estaban cubiertas de espinillas llenas de pus. En ese
instante Leida alzó a Diani para acomodarla y se le subió la camisa. El abdomen
de Leida estaba minado.
—¿Leida
qué es eso que tienes?
—Sarna.
—¿No
te echas nada?
—No.
Nos
despedimos y seguimos a Jatabuidanoco. Acá la gente nos esperaba dentro de uno
de los janokos. Bautizamos a muchos niños. Justo cuando nos íbamos llegó una
bebe. Sus padres venían desde La Playa, una comunidad más alejada, habían
escuchado la noticia y querían bautizarla. Cuando les pregunté por el nombre de
la niña, uno de sus padres sacó un papel que tenía en una bolsa plástica y me
lo mostró: Pranciliana. Jiorina 13-3-2013. Ese es el mecanismo que usan muchos
waraos para recordar el nombre y la fecha de nacimiento, es común preguntarles
por su edad y muchos no la saben.
Siempre
los regresos a Guayo eran mágicos, por las conversas, los silencios, el paisaje.
Todo esto servía para aliviar un poco la rabia que daba ver como acá no llegaba
ninguna política pública y menos en el área de salud.
Cuando
vas por el Orinoco de pronto aparecen caminos entre los mangles, senderos de
agua por los que provoca adentrarse. Hay plantas cuyos troncos emergen de las
aguas, uno al lado del otro, como un coro vegetal que le canta a cada curiara
que pasa.
Fray
Ramón dice que Fray Julio Lavandero explica que los waraos se quedaron en la
era del palo, ni siquiera en la de la piedra. Fueron los primeros contactados
pero nunca salieron de las aguas, lo cual no aseguró que su cultura haya
permanecido intacta.
Navegábamos
y desde las comunidades nos saludaban, a veces podíamos tocar los manglares.
Vimos a waraos pescando. Carlos disfrutaba colocándose de pie en la parte de
atrás de la curiara, con los brazos abiertos, sintiendo la brisa. Iria, Fray
Ramón y yo no parábamos de hablar. Laureano y Anselmo siempre estaban
pendientes de cada detalle.
“Aquí
la novedad es cuando viene una canoa, mira como nos saludan”, dijo Fray Ramón
cuando pasamos frente a una de las comunidades.
Martes
Este
día Iria, Carlos y yo nos quedamos en Guayo e hicimos actividades con los
niños. Todos estaban deseosos de tomar un creyón y ponerse a pintar.
Fray
Ramón y Anselmo fueron a Jeukubaca y Tecoburojo a realizar los bautizos.
En
la tarde Adriannys se acercó porque quería darnos un paseo en curiara. Carlos
fue el primer valiente, y aunque al primer intento se cayó al agua, luego navegó
libre y confiado al ritmo del canalete que la niña movía con destreza. Iria
también la pasó bien y con una sonrisa de oreja a oreja. Yo, en cambio, grité
durante todo el trayecto… Al menos hice reír a los warao.
Miércoles
En
la mañana fuimos a La Mora, la comunidad más alejada que visitamos y a mi
parecer la más tradicional. Las mujeres vestían unas nawa, batolas de colores sin
mangas y que amarraban con una tira en su cuello. Casi todas con bebes en
brazos. Los hombres vestían como los jotarao
(no warao) con pantalón y camisa. Durante la misa, que la hicimos sobre una de
las caminerías, prácticamente ningún hombre se acercó. Había mujeres que lucían
muy mayores con bebes.
También
me sorprendió la cantidad de niños, salían de todos los janokos. Me alegré por
tanta vida. Y aquí Carlos tomó unas de las mejores fotografías del viaje.

De
vuelta a Guayo comenzamos a caminar para buscar a los jóvenes para ensayar los
cantos. En un punto nos sentamos con varios niños que comenzaron a contarnos
historias de espantos, transmitidas por sus abuelos, como la del Nabarao, un
monstro de río, o la de los 12 niños que un día desaparecieron. Cuando pasaban
los jóvenes por la vereda, uno de las niñas mandaba a hacer silencio al que
contaba. Aquí también nos dimos cuenta que muchos de ellos hablaban warao, pero
que hay una generación de jóvenes que no pronuncia ni una palabra y que en
ocasiones se avergüenzan de su etnia. El warao es solo una materia y no se está
cumpliendo la tan proclamada educación bilingüe.
Luego
caminamos hasta un terreno con grama que está junto al río y Carlos y yo
jugamos kikimball con estos waraitos. Fue todo un reto que los niños
entendieran que debían ser grupos mixtos, no niños contra niñas, pero lo
logramos. Entre risas, caídas, carreras, y mínimos desacuerdos pasamos la
tarde. Otra mágica puesta de sol donde el cielo se pintó de rosado.
Jueves
Durante
la mañana practicamos cantos con los jóvenes. Luego fuimos con Anselmo a
avisarle a la gente de Guayo II que a las 6pm habría celebración de la palabra.
Iria
nos contó que este era su día favorito, porque era el momento de semana santo
donde sentía la mayor demostración de amor.
Para
mí lo más bonito fue cuando estaba caminando hacia la casa de las hermanas y al
frente me esperaba una mujer con su niño en brazos y una piña que chorreaba de
lo jugosa que estaba. Hasta hormigas tenía. Era la mamá de Maiker que nos traía
un obsequio. Carlos y yo aprovechamos para sacarnos una foto con nuestra
comadre.
Esa tarde los niños querían hacer más actividades así que nos lo llevamos a la casa de las hermanas y nos pusimos a dibujar y a leer cuentos. También le cantamos cumple a Reimaris.
La misa de aquel día fue hermosa. La hermana Ilvia Rosa se había fajado a hacer un monumento al altísimo y la ceremonia del lavatorio de los pies reunió a miembros de la comunidad y a militares.
Viernes
El
ensayo para el viacrucis era a las 8am. Pero este día los warao acostumbran a
ir a la playa, una explanada de arena que queda cuando la marea del Orinoco
baja. Así que muchos no asistieron y los que sí lo hicieron solo estuvieron
unos minutos. No hubo ensayo y me tensé. “Mine recuerda que no estás en una
sala de teatro con una hora de ensayo fija”, me recordó Carlos y me hizo caer
en cuenta que definitivamente la flexibilidad en estos contextos es necesaria.
Así que nos relajamos y fray Ramón, Iria, Carlos y yo decidimos compartir con
los niños toda la mañana en el río o jugando voleiball.
En
la tarde los jóvenes comenzaron a llegar de la playa. Los alistamos y decidimos
hacer el viacrucis caminando por toda la comunidad. Anselmo leía las estaciones
y yo salía corriendo para hacer el marcaje de cada escena segundos antes de que
anunciaran la estación. Esta es la razón por la que salí atravesada en todas
las fotos, pero valió la pena. Los muchachos hicieron lo suyo y salimos airosos
de este compromiso.
Luego
de la cena Carlos y yo nos sentamos en el muelle a conversar con los militares.
Uno de ellos tocaba la guitarra y nos contó que el primer día que llegó a Guayo
murieron tres personas y que luego dos niños más y un adulto: “La mujer había
dado a luz y le quedó la matriz afuera, murió camino a Tucupita”.
Pregunté
sobre el contrabando de gasolina. Al principio hubo negativa, pero luego de dos
horas la información comenzó a salir: un tambor de 200 litros puede costar 7500
bolívares.
También
comenzaron a hacer las cuentas de cuántos tambores se utilizaban para la planta
del pueblo y resultó que dos tambores y medio alcanzaban para doce horas de luz. En promedio se requerían unos
sesenta tambores para 25 días. Tambores que ellos debían buscar.
Aquella noche la luna esta llenita como una gran arepa, y entre tantos cuentos feos, ella se alzaba para iluminar nuestra noche.
Aquella noche la luna esta llenita como una gran arepa, y entre tantos cuentos feos, ella se alzaba para iluminar nuestra noche.
Sábado
Una
de las cosas de esta experiencia de misión es que por primera vez en mi vida hice
los laudes, una de las dos horas mayores, junto con las vísperas, para la
Iglesia católica en el rito denominado Liturgia de las Horas (…) cuyo propósito
es dar gracias a Dios al comienzo del día[5]. Casi siempre orábamos a
las 6am, junto con las hermanas. Al principio Carlos y yo estábamos un poco
perdidos pero luego ellas nos fueron guiando.
Precisamente
el sábado de gloria, está dedicado a la virgen, a su dolor vivido en silencio. Pensé
en todas las madres warao que habían perdido a sus hijos. ¿Cuántas María
tenemos en el delta y en Venezuela?
Una
de las hermanas comentó que también se celebraba el día de los terciarios
capuchinos de la dolorosa, que son los hermanos de las terciarias capuchinas de
la sagrada familia.
Durante
la oración fray Ramón dijo una frase que me acompañó durante todo el día: “Si
no te escuchas a ti mismo, no podrás escuchar a los demás y mucho menos a Dios”
(Santo Domingo).
Cuando
llegamos a Jobure comenzamos a recorrer la comunidad para llamar a la gente a
la misa. Mi caminar temeroso por los puentes de palos continuó. Carlos, Iria y yo aprovechamos para, con el permiso de los warao, meternos en las viviendas. Recuerdo un fogón y una especie de abanico que usan para prender el fuego, también los frutos de moriche en las cestas, y los loritos amarrados con mecates.
Al llegar a uno
de los janokos encontramos a Anunciata estaba realizando un chinchorro. Iria,
Carlos, Anselmo y yo entramos inmediatamente. La anciana warao nos contó que tardaba
dos semanas para realizar un chinchorro y que su pierna estaba morada de tanto
deslizar la fibra de moriche sobre ella para unirla. Primero deben hervir la
fibra, luego la dejan secar al sol, tiñen con Wiki-Wiki u otro químico natural
algunos hilos para darle colorido, y luego deben unirlos. Cada uno intentó
tejer. “Yo estoy torcida de tanto estar agachada”. Mateo, su esposo, nos observaba, él es el
encargado de llevar estas obras de arte a Tucupita donde los vende a 5 mil. Un
precio que nada tiene que ver con todo el trabajo que implica realizar cada
pieza.
Nos
despedimos y seguimos en curiara hasta Guayaboroina. Ahí Oswaldo nos contó que
habían hecho el viacrucis, también bromeó diciendo que ya había practicado tres
religiones: catolicismo, evangélico y testigo de Jehová, pero que las que le
gustaba era la católica.
De
regreso a Guayo, Carlos y yo compartimos con Lionel, una maestra de Murako, y
su esposo. Nos contaron sobre la deserción escolar en la comunidad. No se
cansaba de repetir: “Hablen con los jóvenes, no entiendo qué les sucede”.
La responsabilidad del
regreso
El
sueño, por ponerle un nombre, de muchos misioneros u organizaciones
humanitarias es servir en África, considerado como uno de los continentes con
mayor necesidad. Nosotros visitamos San Francisco de Guayo y les puedo decir
que no tienen que irse tan lejos para servir desde su profesión. Aquí tendrán
trabajo de sobra.
Venezuela
no es Caracas. Venezuela es San Francisco de Guayo, Guayaboroina,
Jatabuidanoco, Santa Rosa, Jobure, Murako, La Mora, Jeukubaca, Tecoburojo. Un
lugar lleno de agua dulce que la gente no puede beber porque se enferma. Pero
es preciso establecer las responsabilidades, no es el agua quien le quita la
vida al warao, no son sus costumbres, el responsable es el Estado que está de
espaldas a esta realidad. Todas las semanas mueren niños y mujeres pero a las
autoridades no les interesa. Prefieren excusarse diciendo que estas son zonas
de difícil acceso o que los warao “por su cultura” no se ajustan a las normas
de higiene y prevención. Puedo decir que en el tiempo que estuve allá no vi ni
un solo afiche de alguna campaña de prevención y puedo suponer que si lo
encontraba no iba a ser lo suficientemente dialogante con el mundo indígena.
Cuando
el “desarrollo” llega impuesto trae demasiados males, porque no contempla a las
comunidades; por eso debemos estar empoderados para hacer presión y exigir ese
diálogo necesario.
Salimos de Guayo esa
mañana del domingo con la esperanza firme de volver.
El resto del día lo pasamos en Tucupita. Durante la misa vimos cómo un grupo
juvenil danzaba dentro de la Iglesia. Algo refrescante que nos enganchó. Luego acompañamos
a los jóvenes al Paseo Manamo a comer helados y vimos una de las lunas más
hermosas con las que el delta quería decirnos hasta luego.
Al
día siguiente, fray Julio, fray Kiko
y fray Jaime nos despidieron. Nos montamos en la camioneta y regresamos a
Caracas. Entre tanta conversa y música comenzó a sonar la del papagayo de
Serenata Guayanesa, recordé la primera mañana en el Paseo Manamo, donde Carlos
y yo nos encontramos con un grupo de niños que volaba estos cometas. Qué
casualidad que justo con papagayos comenzó nuestra misión.
Nota: Puedes ver las fotos de todo el viaje al fondo del delta del Orinoco en: https://www.facebook.com/minervavitti/media_set?set=a.10153447742956518&type=1
Referencias
[1] http://www.deltamacuro.gob.ve/index.php?option=com_content&view=article&id=14&Itemid=45
[2]
Catedral de Tucupita: http://www.ecured.cu/index.php/Catedral_de_Tucupita
[3]
Adrián Setién Peña, OFM cap: “Realidad Indígena Venezolana”. Curso de Formación
Sociopolítica. Centro Gumilla.
[4] http://www.terciariascapuchinas.org/capuchi/index.php?option=com_content&view=article&id=42&Itemid=157&lang=es
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