El
domingo 4 de septiembre tuvimos la oportunidad de subirnos en el teleférico más
alto, largo, moderno y seguro del mundo, el Sistema Teleférico de
Mérida-Venezuela Mukumbarí, que en idioma indígena significa "lugar donde
se posa el sol". Una experiencia de altura que pudimos vivir gracias a la
invitación de unos compañeros de La Azulita, ya que aún no está abierto al
público
"Muchachos
levántense que vamos al teleférico", gritó Yhonny a las 8am. Nos
preparamos y salimos de Mucunután rumbo a la estación del teleférico, ubicada
junto a la Plaza Las Heroínas, en la ciudad de Mérida. Llegamos a las 10 de la
mañana y lo primero que hicimos fue buscar un lugar para desayunar, mientras
esperábamos que la gente de la Comuna Agroecológica El Tambor de La Azulita, a aproximadamente tres horas y media de Mérida,
llegara a la estación del teleférico.
El Sistema Teleférico de
Mérida- Venezuela Mukumbarí está en la fase de preinauguración y durante estos
días han subido personas de distintas instituciones y organizaciones
comunitarias, que deben enviar una carta previa con el número de personas que
asistirán.
El tiempo transcurrió
entre conversaciones, café con leche, torta de auyama y paledonia, que Mariana
preparó para el viaje. En el lugar hay una pequeña feria de comida donde se
encuentran unos pastelitos de queso crema y champiñones mundiales, a 300
bolívares.
Casi a las 2 de la tarde
estábamos a punto de subir. "Agua es lo único recomendable por el oxígeno.
El chocolate a medida que suben es más difícil digerirlo porque se
endurece", recomendó uno de los guías a cargo de la presentación del
teleférico. También compartió datos como la fecha de la primera inauguración
(1960), las distintas tecnologías que habían intervenido en la reinauguración
del teleférico (suizos, austriacos, alemanes), y un dato de gran orgullo: la
obra civil estuvo completamente construida por venezolanos.
Uno a uno fuimos pasando
para la revisión, mujeres y niños, por un lado; y hombres, por otro lado. Nos
quitaron nuestros fósforos y yesqueros, del resto todo fluyó con normalidad.
Mientras esperábamos, el largo del teleférico (12,5 kilómetros) se perdía entre
las nubes. Pronto llegó la cabina roja con un Venezuela tatuado en sus puertas.
Su capacidad es de 60 personas, aproximadamente 4500 kilogramos. Nuestro grupo
era de 50 personas.
Camino
a la cima
Arrancamos rumbo a las alturas. Debíamos
pasar por las cinco estaciones del teleférico: Barinitas (que es la base), La
Montaña, La Aguada, Loma Redonda y Pico Espejo, para llegar a una altura de
4765 msnm, la más alta de todos los teleféricos de este tipo en el mundo.
Antes de la estación La
Montaña aparecen árboles de hojas blancas. "Miren son canas en el
cerro", gritó uno de nuestros compañeros y me quedé con esta imagen. Al
llegar ya estábamos a 2436 msnm. En esta estación funcionará el Restaurant La
Cima, conocimos sus instalaciones y desde la terraza fue posible tener una
panorámica de toda la ciudad de Mérida, incluso vimos parte de nuestro querido
Mucunután. Siempre la recomendación era tomar agua porque a medida que subimos
va disminuyendo el oxígeno.
Camino a la tercera
estación, La Aguada, un cúmulo de neblina nos esperaba. Lentamente la cabina se
adentró en un cielo de frío condensado. El viento helado entraba por las
ventanillas. Estábamos desapareciendo entre las montañas. Los oídos comenzaron
a taparse y el intento de abrir la boca para recobrar la normalidad resultó
frustrado.
Llegamos y el guía que
nos recibió nos identificó como el grupo 36, número mágico. Aunque luego nos
cambiarían la numeración a 33, igualmente sagrado. En este punto no salimos de
la estación. A veces todo el recorrido nos parecía muy rápido, como una pequeña
visita de reconocimiento. Carlos Ignacio me recordó que anteriormente las
personas se podían quedar en una estación y subir cuando quisieran a la
siguiente, así recorrían parte de la montaña, ya que cada tramo cuenta con
diversos atractivos. En todo caso por la cantidad de gente, esto era imposible,
había que conformarse con ver lo que pudiéramos para luego volver a la
inauguración.
A partir de la tercera
estación, La Aguada, no se veía nada. Era pura niebla. Nuevamente nos
adentramos en las profundidades del blanco. Aquello era como ir dentro de una
nube. Cada vez que se despejaba un muchacho que iba dentro de la cabina le
intentaba tomar foto a un "pájaro" que según él aparecía de forma intermitente. También se
veía la montaña tapizada de frailejones. Ya en Loma Redonda, cuarta estación,
estábamos a 4045 msnm, en este punto me puse mi suéter y comí unos pastelitos
que había guardado del desayuno.
Comenzamos a ascender a
la última estación, Pico Espejo, y todo comenzó a cambiar. Ya las montañas eran
roca pura. Fuerte, firme, seria, impenetrable, imponente. A Ignacio y a mi nos
impresionó cómo toda la estructura estaba enclavada en piedra. Puros riscos.
¿Qué maquinaria utilizarían para abrir sendos agujeros en las piedras? Qué
valor el de aquellos obreros, porque hay que ser bien extremos/aventureros para
trabajar en este tipo de construcciones. Supongo que por momentos se sintieron
volando entre el gélido ambiente.
"Heaven doors"
4765 msnm.
"Tomen agua. Si se sienten mal hay servicios generales
y médicos. Manténganse abrigados", insistió el guía. Todos salimos al
sendero de la virgen, una caminería que al final, tiene una estatua de la
Virgen patrona de los alpinistas, o más bien andinistas. Esta era la primera
vez que estaba a esta altura y afortunadamente solo sentí que se me congelaban
los dedos, pero no me dio mal de páramo o mal de altura.
Cada vez que las nubes lo
permitían podíamos apreciar una de las caras del Pico Humboldt. Durante este
viaje lo hemos visto desde distintos puntos, es como si nos estuviese esperando
pacientemente.
Nos tomamos fotos, le
cantamos cumpleaños al hijo de Mariana y agradecimos por la oportunidad de
simplemente estar en este lugar y con estas personas.
Un momento mágico fue
cuando vimos parte de la garganta del Pico Bolívar. Ignacio me la señaló
completica y yo soplaba para ver si el viento corría la cortina de neblina que
la cubría. Nunca la había tenido tan cerquita, frente a frente, todo un reto
para estos ecoruteros, aunque Ignacio ya ha llegado a la base.
Ya era el momento de
bajar y dentro del cafetín un joven vomitaba a causa del mal de altura. Estaba
blanco como un papel. Su mamá le sobaba la espalda pacientemente. Del otro lado
otro niño, que calculo tenía menos de cinco años, toda una imprudencia, también
vomitaba. Mis dedos seguían congelados y lo que hacía era tomar agua.
El camino de regreso fue reflexivo.
Repasar cada una de las estaciones que habíamos conocido. Tener paciencia y
esperar nuestro turno. Despedirnos de aquel paisaje hermoso pero hostil. Pensar
en el pastelito de queso crema y champiñones que nos comeríamos abajo.
Agradecer la oportunidad de aquel paseo.
Poco a poco fuimos
descendiendo. Por un instante estábamos a 4765 msnm y a los minutos a 1577 msnm.
Como no entramos todos en la cabina, esperamos a Yhonny, Hadit y al pequeño
Imoik en la estación Barinitas.
Ignacio y yo regresamos a Mucunután
en bus. Y para mi sorpresa tuve mi segunda torta de cumple sentada en la
camionetica, mi eterno transporte mochilero (la primera torta fue en las aguas termales de La Musuy, les debo esa ruta). Intentamos tomar alguna foto de la nueva celebración y
comimos la torta. A través de la ventana veíamos cómo el día se iba despidiendo
con sus azules nostálgicos. Permanecimos en silencio, quizás porque algo de
nuestra mente y nuestro corazón se había quedado en el "lugar donde se
posa el sol", con la promesa de tocar las cumbres del Bolívar y el
Humboldt antes de partir a otro plano.
1 comentario:
Felicitaciones por tu blog, muy bien presentado, llegué hasta el por las fotos en instagram del Ferrocarril Venezuela, sigue adelante
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