lunes, 17 de abril de 2017

Conversaciones de vagón: De la intolerancia, la locura y una movilización


—¡Odio a los comunistas y por eso maldigo a todos los comunistas!— grita una mujer en la estación de metro Capitolio.

—Cállate loca— le dice un hombre.

—Maldigo a los comunistas— continua gritando la mujer de unos sesenta años de edad mientras comienza a subir las escaleras para salir del metro— Caminen por la izquierda los comunistas, que por aquí tenemos que subir todos— continúa gritando.

—¡Traidora! — le responde una voz y alrededor se escuchan las carcajadas. 

Ahora lo que comienza es una especie de catarsis/insultos colectivos, es como si todos los usuarios quisieran descargar su ira en la mujer y esta a su vez le lanza sus insultos hacia ellos.


—¡Soy adeca!— grita enérgicamente y dice más bajito— los comunistas odian a los adecos, por eso les digo para que se arrechen más— y grita más duro— ¡Y toda mi familia es adeca!

—Vete para el manicomio, vieja loca.

—Me fui al manicomio con tu mamá y a mí me soltaron y a ella la dejaron coñísimo e` tu madre.

—¡Mámaselo a Ramón Allup!

—Tráemelo y se lo mamo.

Al salir del metro, el Centro de Caracas está ardiendo por el sol y por la cantidad de gente que va de un lado a otro en las calles. En la Plaza Bolívar un mitin, en la avenida Urdaneta una pequeña tarima y una voz que da la bienvenida a los milicianos que se han movilizado desde varias partes del país. Los asistentes, que no son milicianos, se esconden del calor en el pequeño techo que está antes de bajar a la Plaza Andrés Eloy Blanco (“Plaza Lina Ron”) o se recuesta de las paredes de la Iglesia de Santa Capilla.

Justo al lado del Banco Central de Venezuela están estacionados varios autobuses con carteles pegados en los parabrisas con nombres de los estados de Venezuela o información de los batallones. En uno de los transportes, “Portuguesa”, dos milicianos bostezan y otro está recostado de una almohada. En otro autobús, una miliciana lee el periódico.

Solo han pasado diez minutos desde que me bajé del vagón del metro y ya estoy con todo revuelto por dentro, con estas conversaciones de vagón que no fueron conversaciones sino insultos, con estos discursos y movilizaciones que no tienen lógica dentro de mi cabeza. Llego a mi trabajo y estoy empapada de sudor. Saludo. Me sirvo un café y cuando entro a mi oficina siento que estoy a salvo. 

(Al menos por unas horas).


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