—Qué flores tan bonitas— dije al ver unos lirios
anaranjados sembrados en un matero que estaba al frente de una casa.
De pronto salió un señor de la casa.
—¿Tienen bastón?— nos preguntó.
Teníamos 12 días haciendo el Camino de Santiago,
pero era nuestro primer día en la ruta del Camino Primitivo, la senda del
primer camino conocido, la que tomó Alfonzo II El Casto, en el siglo IX, para
visitar la recién descubierta tumba del apóstol Santiago. Las primeras semanas
las habíamos hecho por la ruta del Camino del Norte, ya que son muchos los
senderos para llegar hasta Santiago de Compostela.
Durante todo ese tiempo habíamos caminado sin
bastón. No nos parecía tan necesario, así que le respondimos con la mayor
naturalidad que no teníamos. El hombre nos hizo una señal para que lo
acompañáramos y abrió el garaje. Al fondo se podían ver decenas de bastones
recostados.Agarró dos y nos los entregó.
—No tenemos dinero— le dijo Murga.
—Yo no cobro, lo hago porque me gusta.
Aquellos bastones estaban fabricados artesanalmente
con palos de árboles, tapitas y mangueras para el mango, y goma con un clavito
en la punta. La misión de este señor era hacer bastones y entregarlos a los
peregrinos que transitaban por aquella carretera.
—¿Cómo se llama?- le pregunté.
—Francisco.
—Nosotros somos de Venezuela.
—¡Ah! Entonces han caminado bastante— sonrió—
Miren, sigan por la carretera porque como llovió todo está embarrado por las
sendas.
Seguimos su consejo y continuamos por la carretera.
Luego de algunos metros nos metimos por un sendero que nos llevó a un bosque
mágico lleno de verdes y sombra. El suelo estaba cubierto de hojas marrones.
Luego vino una cuesta de un terreno muy pedregoso y usamos nuestros bastones. Y
luego otra carretera igualmente inclinada. Volvimos a apoyarnos sobre nuestros
bastones. Aún quedaban como 20 kilómetros para llegar al albergue de San Juan
de Villapañada, nuestro punto final para ese día.
—Viste que el señor se llama Francisco— le dije a
Murga—Dios mío santo no había caído en cuenta.
—Si, yo te dije— respondió el riéndose.
¿Y por qué mi sorpresa? Resulta que durante buena
parte de los días Murga y yo conversábamos sobre el significado de ser
peregrino y nos preguntábamos cómo San Francisco de Asís lo hacía. Hablábamos
del frío, del rechazo, de los golpes, de su andar descalzo y desprendido. De
cómo muchos peregrinos murieron en estas rutas por las condiciones tan extremas
en que hacían la travesía. Morían de frío, de hambre, de cansancio.
“Francisco”.
Pues sí, nos habíamos encontrado con Francisco y el
punto de partida para que nos viera fue esa conexión con la belleza de la
creación, esas flores tan bonitamente plantadas, tan llenas de vida.
Este fue solo uno de los tantos milagros que
vivimos durante los 23 días que duró nuestra peregrinación (557 kilómetros recorridos). Tiempo después leí
que el cayado o bastón es uno de los atributos del peregrino y simboliza a la
vez la prueba de resistencia y de despojo.
Hoy, día en que cumplimos un mes
desde que regresamos de viaje, celebramos a Francisco, el señor de los
bastones, el que siembra los lirios anaranjados, el que vive en La Bolguina. Gracias
mi santo porque andar por tierras extrañas no es cosa fácil.
(Cuaderno de viajes. Camino de Santiago. Los milagros del camino. 22 de agosto de 2017)
(Cuaderno de viajes. Camino de Santiago. Los milagros del camino. 22 de agosto de 2017)
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