“Pasa a la otra orilla”, me dice el mes de las partidas, la muerte, la enfermedad. “¿Qué te faltó por llevarte?”, lo interrogo. Pero no responde solo transcurre. Intentaba dos patios, uno afuera y uno adentro, ahora que se corrió la cortina no sé por dónde caminar. La piel amarilla de Armando me persigue, su voz de árbol me susurra en sueños. El esqueleto entero de la madre viene a visitarme durante el día, en la meditación veo cómo el hijo intenta recubrir de carne lo que ya se fue. Pedimos la bendición a un cadáver.
En julio nada me huele, nada
me sabe, hasta el proceso digestivo me cansa. Tirada en la cama, en este estado
intermedio, espero la eclosión envuelta como capullo entre las sábanas. Ya
huelo a pega de tanto cortar y pegar, me he convertido en un esbozo de nada, un
trozo de papel rasgado, los fragmentos de mí misma buscando un universo
simbólico. Ni el polvo cósmico habitó julio, alguien me dijo que lo vio
agarrando la camionetica, pero como el chofer no lo dejó montar porque no tenía
tapabocas, se fue caminando en sus dos extremidades.
Cuando pareciera que todo asfixia, surge el pedacito de bosque en la ventana, la pereza, la iguana, el chiriguare, las guacamayas, los azulejos, los cristofué, las guacharacas, el pájaro negro abriendo su cola amarilla cuando canta. Surge. Todo surge, acompaña, hace leve esta existencia.
Traidora me digo por apartarme de la escena.
A decir de Morábito soy una especie de rumiante que necesita masticar a fondo
todo el alimento que los demás no han tenido tiempo de analizar; dar un paso
atrás mientras los demás están en la trinchera, para poder ver. Traidora. No lo
puedo todo. Mansa y pálida me curo. Y me gusta esta tranquilidad de muerte que
me permite escuchar.
Imagen: Blanco· Collage manual · Agosto 2020· ©
@minervavitti
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