Sé que no puedo permanecer aferrada al vientre
de la cueva. Otra luz llama afuera. Puedo verla cuando se cuela entre las
grietas. Es como un agua amarilla, nutriente, con miles de partículas danzando.
Yo intento atraparla con mis manos pero se vuelve aire. Miro la puerta,
alfombra mágica que me alcanza los lugares. Lo decido y salgo. Me reencuentro
con el parque, los afectos, el trabajo. Sobre la cuerda equilibro mis pasos, la
respiración, las alas que me balancean para no chocar con este mundo de
concreto. Atragantada de luz, cuento las horas para volver dentro del hueco del
árbol, donde preparo la miel, que llevaré cuando salga, de nuevo.
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