Sentada frente a una pared en zazen.
Dejo que los pensamientos pasen como nubes en el cielo. Pasa una, pasa otra, se
deforman, se aplanan, se acumulan. No me detengo en ninguno. No me aferro a
ninguno. Diez minutos después mi pierna derecha deja de existir, es un pedazo
de carne sin tonicidad, la sangre ha dejado de fluir. Me asusto. Van cuatro
domingos así. ¿Qué hago yo aquí?
Vuelvo al momento presente. Me
concentro en la respiración. Sudo mis escaras.