domingo, 22 de septiembre de 2019

Agosto 2019



Agosto inició con una gripe que bajó todas mis defensas y me tendió en una cama (siempre me enfermo cuando termina el primer semestre del año) Encierro y gripe me lanzaron nuevamente a Paula, una novela de Isabel Allende (para mí, un diario).

Cuando Paula, la hija de Isabel Allende, cae enferma, la autora decide escribirle una carta: “Estaba segura de que mi hija iba a despertar, pero suponía que tal vez no recordaría su pasado y yo tendría que contárselo. Me propuse explicarle de dónde venía, cómo era su familia, quiénes éramos los que la amábamos, empezando por su marido, Ernesto”.

Me percaté que había empezado a leer este libro en julio pero lo dejé. Para qué me voy a poner a mirar algo triste, ya tengo suficiente, me dije.

En agosto ya estaba sumergida en la historia, leía durante horas.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Mis 33 en la montaña


A veces necesito silencio para contemplar mi paso por esta vida. Entonces me abro camino en la humedad verde del Ávila, escucho el saludo de los colibríes, me envuelvo en mariposas oscuras y desato el tejido de las arañas en los caminos poco transitados. Mis pies se hunden en las hojas pastosas del bosque, escalan rocas y crujen los granos de arena de la Fila Maestra. El viento se mete debajo de mi camisa, muerde mis senos, me restriega las carnes y tambalea mis andanzas. Los ojos llenos de Mar Caribe y edificios de ciudad atrapan este rincón del mundo que habito. Camino y siento que estoy en cada hoja, en cada piedra, en cada rayo solar, en cada pájaro. Soy todo lo que existe. El espíritu de mi abuela me observa porque hace tres días ella también cumplió un año de su paso a otro plano. Por allá, encima del Pico Oriental, pasa envuelta en una bandada de nubes rumbo al mar. Rafaela siempre fue agua salada. Aferro mis manos a las piedras para ayudarme. Ignacio va a mi lado. Yo voy dentro, en su alma.