jueves, 14 de marzo de 2019

Diario en una Venezuela apagada



(Jueves, 7 de marzo de 2019: la electricidad se va a las 4:57pm)
Tú mirando a la multitud caminar por la avenida Francisco de Miranda porque el apagón te agarró en el Parque del Este mientras entrenabas. Ellos tratando de llegar a su hogar con el impulso de sus pies (y la voluntad). Los guardias nacionales corriendo detrás de alguien que tal vez robó entre el río de gente y huyó hacia el parque. Tu saliendo porque afortunadamente te llevarán a casa. La mujer embarazada, con su hija en brazos y dos bolsos, esperando en la entrada del estacionamiento del parque, para que le den la cola. Ella que se monta y nos cuenta que iba para Charallave pero ahora se regresa a Petare: “Yo voy para el 12, pero si me deja en el puente Baloa yo me sé mover por mi zona. Así no puedo caminar”. Así no puede caminar. Y los otros que siguen caminando por debajo del elevado de Los Dos Caminos en la penumbra, con la inseguridad y el hampa rondando. Acompañándose como manada.

lunes, 4 de marzo de 2019

Febrero



No me gusta la candela. Pero admiro a la mujer de las diez velas el día de la virgen de La Candelaria. El desafío de la cera que no se derrama en la madera.

Yo sé que la candela empieza cuando me siento en zazen y los pensamientos bullen: el hombro izquierdo se vuelve piedra, las hormigas salen por los dedos, el agua salada cae por mis senos, las lágrimas brotan inclementes.

La candela es el duelo que se sale por todas partes.

Candela también es la sangre que llega en luna llena, suerte de bruja cansada, que se da cuenta de los dones del ciclo menstrual: retirarse.

Candela, que el Ávila se quema y el oro se acrisola con fuego en la Gran Sabana. “Rafaela comunica este mensaje. La orden es matar, estamos huyendo montaña arriba”. Se escucha el pesado paso del soldado, del corrupto, del matón. Fuego de muerte, de miedo, de algo tan horrible, que hasta los tepuyes se doblan ante tamaña pena

¿Cómo le arrancan la vida al corazón?

No me gusta la candela pero en febrero te hice tu primera misa. Necesité seis meses. No quería que te nombraran ausencia, abuela Rafaela. Y el nudo entre el pecho y la garganta ya no fue solo por ti. Asarüpöpë innaechí (estamos de duelo)

¿Qué haré conmigo?

La noche sufre. Yo me salgo por sus fisuras, me encuentro de frente con el piano, la poesía, y los cuencos tibetanos.

No me gusta la candela, pero si quisiera algo de ella sería su baile febril, ardiente, para danzar sobre la tierra seca, con los ojos despiertos, y cantar la esperanza del primer ser humano frente al fuego.