lunes, 12 de septiembre de 2016

Ruta #19: El huerto orgánico de Liborio


Un pino muy particular llama la atención de Haidy. Es el podocarpus oleifolius, un pino endémico de la zona de Los Andes. Sus hojas, más grandes que las del pino normal, se muestran anchas y abundantes. Es un árbol pequeño. Al final del corto sendero de tierra aparece una piedra montada sobre una tubería de concreto. Si nos quedamos detenidos ante esta especie de monumento y le ponemos un poco de imaginación aparecerá la silueta de una madre que sostiene en brazos a su hijo, una mujer indígena tallada de piedra, un tributo al origen, que fue hallado debajo de la tierra.

Abajo, entre los cultivos está Liborio agachado, cortando unas lechugas para una familia que vino a comprar. Una nube de mariposas blancas se mueve zigzagueante sobre toda la siembra. Pareciera que danzaran al son del viento, primero juntas, luego dispersas, como cientos de luces que se difunden por el espacio. Liborio levanta la mirada y saluda a Haidy y a Ludo, que ya han venido antes: "Den un paseito mientras me desocupo y los atiendo", dice el hombre mientras se voltea y ahora, frente a la mata de cambur, comienza a cortar un racimo con una especie de cuchilla que el mismo hizo . Termina su faena, la de este preciso instante, y se acerca a nosotros: "Ahora si, mucho gusto", saluda extendiendo la mano llena de tierra y en el acto Carlos Ignacio y yo nos presentamos.


Liborio La Cruz nació en  EL Corral de Los Tatucos, en  Piñango, un pueblito ubicado en el municipio Miranda del estado Mérida; pero tiene treinta años en Lomas del Pueblo, una comunidad que queda justo al lado de Tabay.  Su casa está en una de las partes más altas, subiendo por un sendero bien empinado de cemento y tierra. En ese lugar él tiene un huerto de una hectárea de terreno donde, desde hace trece años, siembra orgánico,  es decir, sin usar ningún tipo de fertilizantes o agroquímicos. "Yo no me molesto si el gusano se come el 10%", dice mientras vemos unos pequeños agujeros en unas hojas. Precisamente la nube de mariposas blancas evidencia que no hay químicos en la tierra. "Por allá tengo chía. Cuando florece vienen mariposas que les apuesto ustedes nunca han visto".


Este agricultor orgánico recibe a la gente los jueves, que es el día de la cosecha, en estas visitas puedes pasear entre más de treinta rubros:  frondosas lechugas (más de tres variedades), brócolis, berenjenas, tomates, cebollas, cebollín, espinacas, caña de azúcar, zanahoria, calabacines, cambur, arvejas, menta, manzanilla, hinojo, y comprar todo directo de la tierra, a 400 bolívares el kilogramo. Semanalmente produce 250 kilos y los excedentes los lleva a la Plaza de Tabay los sábados, bien tempranito, donde solo los madrugadores tienen la oportunidad de comprarle. 

Caminar con Liborio por toda la siembra es casi una clase de agricultura. "Del brócoli use todo. Hasta las hojas. No sea fachoso (pretencioso). Es muy nutritivo". "Adivine qué es esto, ajo en hojas, es francés". "Aquí tengo zanahorias hembras". Mientras nos explica Carlos se deleita tomando fotografías. También tiene una parte destinada a los semilleros hechos de papel periódico en forma de cilindro. Ahí coloca la tierra, la semilla, y los pone en una bandeja. 


Ahora Liborio está terminando de construir una estructura en forma de cúpula hecha de adobe, que servirá para hospedar gente. Son dos baños y tres habitaciones. Todo dispuesto en forma circular. Entrar en esta construcción es igual que caminar en espiral con olor a tierra mojada. "La idea es que vengan muchachos del interior, que duerman en colchonetas de paja, en paredes de tierra y que coman orgánico, porque si vas a una posada y es igual que tu casa, qué sentido tiene".  Porque a Liborio le gusta todo lo diferente y nunca para de crear.
—Señor Liborio tiene jugo de caña— le pregunta un niño.

—Señor Liborio, buenos días, cómo está su salud— le sonríe al niño, educándolo por su saludo incompleto.

En el acto este merideño va a cortar las cañas con otros dos señores que también han venido a comprar. Regresan resueltos y comienzan a introducir los palos dentro de la máquina. 

—¿Cuánto le debo?

—600 bolívares—  por las dos botellas de dos litros.

Liborio sirve el restante en varios vasos de vidrio y nos brinda.

—Ahorita si se le endulzó el corazón y puede ir derechito a casarse— me dice mientras sonríe, pícaro y expectante. 

Dulce y esperanzada. Así salí del huerto orgánico de Liborio. Sabiendo que más que sembrar alimentos, siembra salud. Ojalá se multipliquen los Liborio por todo el país.


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