Cuando andamos debemos tener los sentidos
despiertos. Por eso cuando en este viaje ya habíamos coincidido con tres
hombres llamados Antonio, en situaciones y lugares distintos, pensé en
investigar sobre este nombre. Lo primero que encontré es que Antonio viene de
Antonius (en latín), que era interpretado como “aquel que se enfrenta a sus
adversarios” o es “valiente”. Y como estábamos de misión también pensé en San
Antonio de Padua, que resulta ser el patrón de mujeres estériles, pobres,
viajeros, albañiles, panaderos y papeleros. A él se le invoca por los objetos
perdidos y para pedir un buen esposo/a. De este santo me llamó la atención que conoció
a San Francisco (Francisco, como el señor que nos regaló los bastones en el
Camino de Santiago). Capaz estoy delirando pero bueno aquí los Antonio que
conocí en este andar.
Antonio
mira la montaña
Antonio está sentado en una silla de
plástico, en el patio de la Casa Hogar Santa Bárbara. Hay dos ancianos más: una
mujer que saca cuentas con sus manos y que emite sonidos rabiosos; y otro hombre
que mata las moscas que se posan en su
pierna, pese a que el lugar es muy limpio.
Al frente están las montañas que rodean el
pueblo de Guaraque, un lugar ubicado a casi cuatro horas de la ciudad de
Mérida, Venezuela. Hoy es día de sol y el cielo tiene un azul intenso
desprovisto de nubes.
Antonio es bajito y tiene como ochenta
años. Lleva puesto un suéter tejido para protegerse del frío, un pantalón
caqui, y unas cholas de plástico marrón. Sus manos son muy suaves a pesar de su
existencia campesina. Sus dientes tienen sarro, caries, manchas que parecen
sangre pero están intactos. Un sombrero oculta parte de su rostro. Es muy
cariñoso y cuando lo saludas te besa la mano.
Esta Casa Hogar es un ancianato y la
construyó la alcaldía de Guaraque. Antes los abuelos estaban en un espacio
ubicado en la cancha deportiva.Ahora están aquí en una calle empinada del
pueblo, entre casas, y todos los vecinos que pasan los ven. La ubicación de
este espacio de alguna forma hace que los abuelos estén más presentes en la
comunidad.
A muchos ancianos los traen de Tovar y
otros son de estas montañas. "Los dejan aquí y más nunca vuelven",
dice una de las muchachas de la pastoral juvenil, y agrega que solo ha visto a
familiares de dos abuelos. Mientras nos cuenta esto, las moscas con su festín.
Se han movido de la pierna de uno de los abuelos y ahora están en el suelo
devorando a las otras moscas muertas.Los humanos que desechan a otros humanos,
las moscas comiéndose entre sí. Es lo mismo.
Antonio mira la montaña y
se pierde entre sus verdes. Su casa quedaba "por allá", dice
levantando su brazo. Se admira con un señor mayor que pasa todos los días al
frente de la Casa Hogar con un saco blanco sobre la espalda. "Ese camina
así", e imita los pasos lentos con los dedos de su mano caminando sobre la
palma de la otra.Y comienza a contar de un hombre que se robó dos reses y lo
mataron. "¿Para qué criar gallinas si se las robaba?". O que sus
hermanos están en Mérida.Todo esto lo dice aprovechando que le vinieron los
recuerdos. Pero a él, como a los otros abuelos,las palabras se le van.
Comienzan a hablar y lentamente el sonido deja de salir de su boca, y se
convierte en gesto, en movimiento, en sonrisa, en labios insonoros.
No sé por qué razón me resulta
incomprensible ver a un anciano campesino encerrado en cuatro paredes si su
casa fue toda la montaña, con sus terrenos inclinados que escalaban para
sembrar.
Veía a estos abuelos con sus sombreros
grandes de cogollo y su espíritu andino, y pensaba en "Combatiente",
el cóndor que tienen encerrado en una jaula en el Valle de Mifafí. Pensaba en
la vida activa de estos abuelos, en su vitalidad agotada. Ahora pasaban el día
sumergidos en sus recuerdos, mirando a la gente pasar, contemplando la montaña,
o aislados porque la locura se había apoderado enteramente de ellos. Y sin embargo,
en todo eso también había vida.
Pensaba que cuando uno tiene un familiar
con una enfermedad, condición, o vejez, es difícil asumirlo, y más de una vez
estamos tentados a abandonar, pero la cruz se tornará más pesada sino te
ocupas.
"Pura juventud", dijo Antonio,
feliz, y me sacó de mi letargo. Con su mano hizo un gesto como de estar
agarrando esa juventud para quedársela, y sumarla a ese impulso que emerge cada
vez que abren el portón de la Casa Hogar, donde aprovecha para escaparse y
echarse andar rumbo a la montaña. Porque sus pies aún tienen memoria y quieren
saber si su casa permanece en el mismo lugar.
Antonio
y sus mulas
A las nueve de la mañana llegó Antonio con
sus dos mulas. Nos venía a buscar para regresar desde el Valle de Las Verdes
hasta el Valle de Mifafí en el Páramo de La Culata. El camino duraba casi dos
horas. Sujetó los bolsos a las bestias con unas cuerdas y nos unimos a su andar
rápido y silencioso. Sus botas de plástico se hundían en la tierra mojada sin
detener el ritmo. Las patas de las mulas, a veces torpes, se resbalaban en el
río de piedras, al igual que nuestros pies. Todos íbamos en una caravana entre
montañas de 20 millones de años y frailejones centenarios.
Antonio llevaba unos lentes de cristal muy
grueso que hacían ver sus ojos como dos puntos diminutos. Tiene 28 años pero
parece mayor. Como arriero ya lleva 8 años. Vive en el Valle de Mifafí. De sus
mulas cuenta que la marrón tiene 12 años y la negra 15 años. Estos animales
comienzan a cargar desde los 3 o 5 años y lo hacen hasta los 18. Así que la
marrón y la negra ya se ven cansadas pero siguen activas… Como Antonio.
Antonio,
el errante
̶
¿No
se va a comer ese plátano?
Antonio niega con la cabeza y cuando se
levanta su chaqueta se abre un poco y deja al descubierto su vientre hinchado. No
queda duda, Antonio tiene la barriga llena.
Nadie sabe con precisión de qué lugar
viene Antonio. Solo saben que todos los días camina las calles de Guaraque y
alguien le da un plato de comida. “Antonio come en todas las casas”, dice
alguien riéndose.
Durante su jornada diaria se detiene a
contemplar la montaña, otras veces a observar a las personas que pasan, y otras
simplemente se sienta en alguna acera. A él no le gusta bañarse pero algunas
familias le insisten y a cambio le dan un plato de comida.
Al principio Antonio estaba en el
ancianato pero no duró mucho porque se levantaba en la noche y comenzaba a
molestar a los otros abuelos. Entonces se fue a dormir en la calle. Aquello era
fuerte porque por estos lares las temperaturas bajan un montón. Un día el padre
Orlando le ofreció un salón para dormir, y desde entonces tiene un lugar para
descansar. Antes no saludaba solo llegaba a comer a la parroquia y ahora se
despide y dice “buenas noches”. Poco a poco Antonio comienza a comunicarse. Y
con su andar errante despierta la solidaridad de los pobladores de Guaraque que
se preocupan porque al menos tenga un plato de comida. Podría decirse que con
su andar hace milagro.
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