viernes, 8 de febrero de 2019

Enero




Enero escribe su pinta. Enero soleado. Enero nublado. Enero calor. Enero frío. Enero de cielos azul intenso, con algún día de llovizna, con un arcoíris. Enero de incertidumbre, miedo, esperanza.

En enero mi abuela vino en sueños a ayudarme a lavar la ropa sucia junto a la lavadora. Y yo, de pie, en la puerta, observaba las montañas de colores: rojo, gris, azul… Ordenar… Si, seguro de esta manera quitaré esa cosa dura que se ha formado en mi hombro izquierdo.
Enero de afrontar la realidad con responsabilidad, porque en situaciones de caos y adversidad lo mínimo es tener autodisciplina interior.
En enero volví al vientre de colores y un hombre se abalanzó sobre mí para apuñalarme (en el vientre). Descendí por una casa de tres pisos con un río que la atravesaba. Subí al monte y vi el mar. Volví al monte y las agujas de las moras dejaron sus huellas en mis piernas. Mis tobillos mallugados sangraron y todo era sueño. El canto mudo de la Amazonía,  pájaros atrapados en frascos y gavetas, me guiaron hasta un explorador en pleno bulevar de Sabana Grande. Y unos nidos gigantes de conoto, en una sala fría con olor a vinagre, me recordaron la macabra poda y tala de árboles en Caracas.
En enero: Escribir, cuando la tristeza se distraía o se iba a dar un paseo por el parque. En enero: Leer, porque aun con tristeza se puede leer. En enero un relato escuchado hace un año regresó:
Era 1997 y el padre Alfredo estaba en Angola. Justo cuando se trasladaba de una región a otra ocurrió una tormenta. Él y sus compañeros se refugiaron en una casa de adobe. Cuando la tormenta terminó, salió y se quedó contemplando lo que había sucedido. Había tres grupos de árboles: los primeros arrancados de raíz, los segundos quebrados, y los últimos firmes.
Alfredo siguió observando y llegó a una conclusión. Resulta que los árboles que habían sido arrancados por la tormenta no tenían raíces profundas; los segundos, que se quebraron, eran fuertes, tenían raíces profundas, pero eran muy rígidos; y los terceros, que habían permanecido firmes, tenían raíces profundas y flexibilidad. Estos últimos fueron afectados por la tormenta pero está no los influyó, no los despersonalizó.
***
En enero no inició nada, todo continuó. Pero los relámpagos y vientos de esta tormenta siguen convocando el arraigo, la flexibilidad y el orden interior.  Discernir estratégicamente sin perder el horizonte. No perder nuestra identidad ni nuestra consistencia interior. Un mínimo de rutina necesario para la estabilidad.
            En enero no inició nada, todo continuó. Pero la ropa sucia se clasifica, se lava, se seca, se ordena.
            Enero escribió su pinta, pero no todo se pronostica.
 Oráculo siéntate a mi derecha.
“Echaré una ramita que sea balsa para un marinero naufrago. Echaré una piedra, y veré las burbujas surgiendo del fondo del mar (…) Aquí pondré un faro. Y ahora voy a balancear mi cuenco castaño de un lado a otro para que mis barcos naveguen con oleaje. Algunos se hundirán. Algunos se estrellarán contra los arrecifes. Uno navega solo. Este es mi barco”.
Aquí pondré un faro.


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