jueves, 17 de junio de 2010

Bailando a un muerto

Varios hombres llevan en sus hombros el ataúd.
Van de atrás hacia adelante y viceversa, al son de un ritmo que todos conocen pero que ninguno ha escuchado.
Adelante una mujer que sostiene una corona de flores guía el movimiento.
Mientras tanto otros rocían ron y aguardiente sobre el sarcófago de madera, también se toman un trago.
Más de uno está ebrio, tal vez para sedar el dolor, tal vez para resistir el desvelo de la noche anterior. El resto lleva flores en una mano y una cerveza en la otra. Al lado una mujer lleva un cigarro a su boca y exhala con los ojos fijos en la escena, el hombre que la acompaña llora desconsolado y la rodea con sus brazos.
Todo sucede en la parada del sector Vuelta del Águila, ubicado en Filas de Mariches, donde dos autobuses esperan a los asistentes de esta ceremonia mortuoria.
En la carretera varios detienen el tráfico, hay que seguir bailando al muerto. Nadie protesta, “porque es una manera de despedirlo
de este mundo”. Tres policías observan atentos y se comunican por radio. Es casi el mediodía y varios estudiantes ya salieron de las escuelas, esperan el autobús que tardará un poco más por la cola que se ha formado.
Es lunes y probablemente esta es una
de las cientos de víctimas que mueren el fin de semana en toda Venezuela. “Si fuese malandro, habría disparos, si fuese motorizado habría motos”. No hay disparos, ni motorizados, tampoco importa mucho, ya que todos se encuentran dentro del círculo de violencia que día a día extermina a más ciudadanos. Las gotas de ron y aguardiente se deslizan en el ataúd. El sol intenso hace que algunos saquen sus paraguas. Aun falta camino por recorrer. Es otro lunes bailando a un muerto.

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