sábado, 9 de julio de 2011

Sin frizz soy feliz


—¡Muchacha Oooooooooo ven acá! ¡No corras que te voy alcanzar!—grita la abuela.

En sus manos tiene un envase de mantequilla Mavesa lleno de un líquido blanco con pequeños grumos rojos, muy espeso. Huele a cristal de sábila, huevo, aceite El Gallo y flor de cayena.

La abuela medio cojeando va tras la nieta de ocho años. Luego de varios minutos finalmente la alcanza, la sienta en sus piernas y empieza a aplicar el caldo en sus cabellos. Pasa un peine, desenreda y finalmente hace dos vueltas que dejan el cabello muy pegado al cráneo, como si fuese un cono.

—Así te vas a quedar por media hora y no se te ocurra quitártelo.

Por media hora, sí, y ni siquiera podrá salir al patio, porque al menor intento algún insecto la atacará.

Cada quince días es lo mismo para poder suavizar y desenredar.

Todavía la abuela no ha intentado con aguacate y faltará algún tiempo para que aplique mayonesa.

Mientras tanto, en otra casa, una niña de cabello ondulado, nada manejable, no se deja peinar.

—Siempre me halas el pelo—dice entre lloriqueos.

—Quédate quieta muchacha—advierte la mamá y al mismo tiempo moja el peine en un envase que solo contiene agua.

Frente al espejo una adolescente mira durante minutos su melena. Debe luchar cada día con el look y aplica muchísimo gel, un producto químico empleado para mantener el peinado, fijando el cabello en una posición determinada por la acción de sus estructuras viscosas o cristalizantes.

Ya el agua no le funciona y no quiere dejarse colocado, nuevamente, el champú Chico o el acondicionador bien espeso.

Así transcurren los años noventa entre mezclas extrañas, jalones de cabello y toneladas de caspa por la laca y el gel. Ni las décadas, ni los siglos anteriores son un mejor ejemplo: talco y almidón para blanquear el cabello, tono amarillo de moda porque las romanas vieron que a las prisioneras que traían los soldados del norte de Europa les quedaba bien, untar sangre y grasa de animales para los rituales prehistóricos.

¿Cómo podíamos vivir sin la crema para peinar?

Afortunadamente cuando tenía trece años apareció este producto que ayuda a reparar las puntas. Que aporta una hidratación extra por mucho tiempo. Que protege al cabello de agresiones, sí, de agresiones externas, y que eliminan el frizz, una palabra que sabía que existía solamente en mi cabello pero no en mi vocabulario. Y cuando dijeron: que ayuda a definir los rizos y ondas. Ahí sí pude hacer una fiesta. Poco a poco las mujeres, y desde hace algún tiempo muchos hombres, nos volvimos adictos. Adictos al líquido que proporciona un poco de control en la melena rebelde, o al líquido que de tanto aplicarse hizo que estas hebras se volvieran dependientes y costosas, todo para poder preservar su vida brillante y controlada.

Admito que si no me la unto me da terror salir de la casa. A veces cuando se termina y no ha llegado la quincena, o peor, no la encuentro en Farmatodo o en ningún mercado-perfumería, “porque está agotada”, recurro al moñito. Una vez resistí casi tres días sin crema para peinar. Nada de qué preocuparse. Hasta que poco a poco sufrí una metamorfosis y el peine se quedaba atascado en mi cabello.

El precio de estas cremas milagrosas oscilan entre 22, 29, 35 bolívares. ¿La cantidad de envases al mes? Depende de cuántas veces al día te la aplicas y la cantidad de cabello. En Venezuela se distribuyen marcas como Herbal Essences, Sedal, Pantene, Pert. Existe una para cada tipo de cabello.

Si investigamos los hitos del cuidado capilar, todos ellos apuntan al champú, acondicionador o tintes, pero ninguno hace referencia a las cremas para peinar. Sin embargo, durante siglos las personas han usado los aceites naturales para acondicionar el cabello. Aceite de árbol de té y de jojoba son los más nombrados.

Pero podría decirse que el antecedente más directo de la crema de peinar es el acondicionador actual que fue creado por el perfumista Edouard Pinaud, cuando presentó un producto que llamó brillantina en la Exposición Universal realizada en 1900 en París. El objetivo del acondicionador era suavizar el cabello de los hombres, incluyendo las barbas y bigotes.

Si creen que las cremas de peinar son cualquier cosa se equivocan. Incluso en estos tiempos de racionamiento de agua te pueden salvar. Basta con aplicarla en el cabello seco y parecerá que estás recién bañado. También puedes usarla como acondicionador si este se te acabo en plena ducha.

Afortunadamente estoy en la época de las planchitas profesionales, los productos anti frizz, los secadores de pelo iónicos y la crema para peinar. Los jalones de cabello pueden seguir, incluso alguna vez puede aparecer la caspa, pero todo será mejor mientras el envase Mavesa, de mi abuela, solo tenga mantequilla.

Nota: Esta crónica fue un ejercicio que realicé en el taller de crónica Historias que laten (octubre-noviembre 2010):http://mashistoriasquelaten.wordpress.com/2011/02/08/sin-frizz-soy-feliz/

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