El supermercado estaba en todo su esplendor. La gente feliz. Yo, paralizada, observaba todo y no lo podía creer, ¿en realidad estaba sucediendo esto? Las personas que recién entraban al lugar se quedaban viendo mi carrito e inmediatamente se perdían entre el alboroto y los anaqueles. Multitud desesperada.
Pagué.
Salí con mis bolsas, orgullosa por el logro. No siempre me sucede esto. Y así caminé hasta el metro, la gente me seguía mirando, bueno a mí no, a lo que llevaba en mis manos. Ya en el andén una señora completamente ofuscada y algo apenada se me acercó y preguntó:
— Niña, ¿dónde encontraste leche?
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