viernes, 10 de octubre de 2014

Emilio y Benedicto (III)

“Las montañas son el reino de la luz. El camino permanente e inagotable de eternos amaneceres. Dios se manifiesta en ellas y en su gente”. Aquí la última parte de la historia de mi viaje a Mérida

Nos quedamos en la parte en que no encontramos pasaje para Caracas y decidimosaceptar la invitación de la hermana Yoselin a la excursión para visitar a loshermanos Emilio y Benedicto. A pesar de que en este punto entra la ineficiencia de nuestro sistema de transporte, también pienso que Dios estaba haciéndonos un llamado.
El martes 20 de agosto a las ocho de la mañana nos encontramos en la redoma de la vuelta Lola, donde está el Monumento de las Cinco Águilas Blancas. En el grupo había jesuitas y laicos. En total diez personas. Un jeep nos trasladó hasta el pueblo El Vallecito y desde ahí subimos caminando por la montaña, en un recorrido que nos tomó como una hora y media.

Antes de comenzar el ascenso la hermana Yoselin nos dejó boquiabiertos cuando de su bolso sacó unos zapatos deportivos que le dieron un aire de irreverencia a su hábito.
Vimos al verdadero perro Mucuchíes, unas vacas que para mí aparecen más en los cuentos (Holstein, si, las blancas con negro), toros, un caballo blanco hermoso y hasta unas mulas llamadas Thalia y Shakira. Una parte del camino se convirtió en una pradera hermosa donde algunos reposamos y nos relajamos viendo la montaña. Otra tenía un riachuelo bordeado de piedras. El resto era pura subida de tierra mojada y monte de lado y lado.
Si bien la ruta no era complicada, para algunos fue todo un reto. Pero pudieron más las ganas de acompañar a estos abuelos todo un día.
Carlos, Luis y yo fuimos los primeros que llegamos a la cima de la colina. Nos recibió la montaña con el Pico Bolívar y una casita de zinc, madera y cemento, muy humilde, pero con la vista más espectacular que un mortal pueda tener.


Invitados al encuentro
Entramos a la casa de Emilio y Benedicto. Ya Yiseth, Leila y el pequeño Lisbardo, que viven en una comunidad cercana, estaban preparando un sancocho cruzado (una sopa de pollo, carne de res y verduras). Ellos caminaron lo mismo que nosotros o más para llegar a este lugar y Yiseth ya ha ido en otras oportunidades a ayudar a los abuelos y a cocinarles algo.  
La cocina era oscura y solo un hilo de luz entraba por una diminuta ventana. Los sartenes, las ollas, el mesón, el fogón, todo lucía muy antiguo.  Las mazorcas secas guindadas en el techo del pasillo contiguo me parecieron toda una obra de arte.
En la parte de atrás de la casa había un ranchito con animales. Uno de los lados de la casa estaba delineado por cultivos de maíz, ají, auyama y otras verduras, una fila de siembra que era la división entre la casa y la vista de la montaña.
Hasta encontré en una de las paredes el famoso Almanaque Rojas, y recordé una de mis rutas al Ávila.  
Benedicto iba y venía de los cultivos. Algunos nos ubicamos en el pasillo de la casa que tenía dos bancos largos de lado y lado. Ahí estaba sentado Emilio, nos acercamos y comenzamos a compartir con él.  
Emilio tiene un cáncer en el cuello y casi no puede hablar. Como nuestro compañero Carlos es médico comenzó a examinarlo. De pronto Carlos tomó mi mano y la llevó a la protuberancia bajo el cuello de Emilio. Palpé. Era muy dura, como piedra. Sentí tristeza.
Emilio nos contó que le dolía al tragar y que solo podía comer alimentos líquidos. También que una muela, que le habían extraído mal, le lastimaba y a veces le rompía. Parece que la hinchazón no solo era en el cuello sino que también le presiona la boca.
“Este cáncer no es bueno”, dijo Carlos.  Pero ¿cuál lo es?
Lo cierto es que estábamos ahí gracias a una pareja de esposos, Irma y Leonardo,  y a su hijo, Luis, que forman parte  de un grupo llamado Asociados Reparadores del Sagrado Corazón de Jesús.  
Este grupo, formado por diez integrantes, fue fundado por las hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús, de las que hace parte Yoselin, cuando llegaron a Mérida, y su apostolado es visitar a los enfermos y ancianos más necesitados de la comunidad de El Valle y otros sitios cercanos.
Particularmente estos esposos están muy comprometidos con Emilio y Benedicto y los visitan una vez por semana para llevarles el medicamento.
Además, un médico de la zona del Vallecito visita a Emilio dos veces por semana. Yoselin dice que este es un hombre muy comprometido.
Actualmente el grupo inició otro proyecto de evangelización visitando hogares, para este escogieron un sector llamado La Caña, vía páramo de La Culata.

Unidos en comunión
La celebración de la palabra fue un momento muy emotivo. Me conmovió mucho ver a estos abuelos solos y pensé en cómo esto no solo ocurre en El Vallecito, sino en nuestras familias y en muchos lugares. Me conmovió el cómo todos estábamos ahí sin mayor riqueza ni lujos simplemente acompañando una tarde a estos abuelos, en aquel instante la compañía era el mayor tesoro. Hasta me conmovió lo sencillo de la escena: la mesa, el pan, el vino, los utensilios. Nunca imaginé que participaría en una misa en plena montaña, al frente del Pico Bolívar. Agradecí.
De pronto nos encontrábamos todos llorando. Sentí una conexión que jamás había experimentado y aun no logro descifrar. Era una llenura de gracia por estar en el lugar y hora precisa. Al finalizar la celebración nos convertimos en familia.
Ayudando a Benedicto a llevar unas sillas entré a un cuarto donde tenían un altar con muchas imágenes de santos y abajo cuero seco de vaca. No sé en qué instante Emilio agarró la guitarra, Benedicto sacó un cuatro, y comenzaron a tocar música de Los Andes venezolanos. Todos terminamos cantando y bailando. Felices.
Luego vino el sancocho y me comí como tres platos. Me sentí en casa.

Así se siente un misionero
Llegó la hora de despedirnos y quedé absolutamente convencida de que Dios se manifiesta en esta gente que vive en las montañas, es como si estuvieran más cerca de él… Quizás por la sencillez, tal vez por la naturaleza, seguramente por la paz que transmiten pese a que también tengan problemas.
Yo no sé si Emilio o Benedicto tuvieron hijos, me dio pena preguntar porque quizás sonaría a recriminación. Solo sé que en este momento se tienen el uno al otro. Que Emilio no puede bajar de la montaña, que Benedicto a veces baja a vender algunas de las cosas que siembra. Que Emilio tiene 74 y Benedicto tiene 80. Que ambos lucen la misma timidez. Que sus manos están marcadas de trabajo con la tierra. Que uno toca la guitarra y el otro cuatro. Que los dos usan sombrero. Que nos abrieron las puertas de su casa y las de su corazón a pesar de que es poco probable de que los vuelva a ver, quizás con la frecuencia que me gustaría.
Antes de finalizar estas líneas llamé a Yoselin y me dijo que, debido a las lluvias, el ranchito donde Emilio y Benedicto tienen los animales se cayó, pero que ya todos subieron a ayudarlos. “Allá está Benedicto dirigiendo el trabajo”. Carlos también ha subido a llevarle medicinas a Emilio para el dolor. No queda más que agradecer a Dios por tanto amor.   

Y si bien mi regreso a Caracas fue un completo caos, por el bus, las moras deshechas en mis piernas, y hasta me sentí tensa,  amargada … Después de tres crónicas, casi 900 fotos y la gente hermosa que conocí, ya tengo una respuesta para cuando me pregunten: ¿Qué es más importante, el viaje o el destino?

Mérida: montaña y espiritualidad (I) 
San Javier del Valle (II)

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