lunes, 10 de noviembre de 2014

Ruta #9 Birongo: magia, cacao y tambor


La única referencia que tenía sobre Birongo era uno que otro cuento aislado sobre magia o brujería. Luego, investigando, surgió un motivo de peso para visitar este pueblo: el cacao. La ruta Birongo: magia, cacao y tambor, organizada por Fundhea, prometía degustar este alimento de los dioses, y lo más importante, vivir sobre el terreno las costumbres que los habitantes de esta cumbe han preservado desde la época de la esclavitud hasta nuestros días. Birongo, un pueblo ubicado en el municipio Brión del estado Miranda, donde todos huelen a chocolate, caminan al son del tambor y andan con una sonrisa que enamora.

Llegué justo a las 6:15 am a la Plaza Francia de Altamira. Iba corriendo porque esa era la hora "exacta" de salida. El Wararira Repano lucía magnífico y tentador esa mañana. Tuvimos que esperar algunos minutos mientras que el resto de nuestros compañeros llegaba al punto de encuentro, así que arrancamos apróximadamente a las 7am. Hicimos una parada en la bomba que está en Flamingo, Higuerote, para ir al baño y desayunar, y nuevamente agarramos carretera.
Dos horas después llegamos a la plaza del Monumento al Tambor, en Curiepe, una obra del escultor Dagoberto Ramos, en homenaje a este pueblo fundado en junio de 1721 por el capitán Juan del Rosario Blanco y la Compañía de Milicia de Morenos Libres de Caracas; e inaugurado por el alcalde Domingo Palacios Acosta el 1 de junio de 1997.
Curiepe fue el primer pueblo fundado por los cimarrones, negros esclavos que escapaban de las fincas de sus dueños. Ese día aprendí que la palabra cimarrón significaba ganado descarreado.
Nos bajamos e hicimos algunas fotos en el gran tambor de color ladrillo que descansaba en la colina de grama. Y nuevamente subimos al bus con el primer ardor por la picada de los mosquitos, sensación que nos acompañaría, al menos a Lu y a mí, durante toda la ruta.
Aún faltaba camino para adentrarnos en la cumbe. Mientras tanto, Lu me contaba que de alguna manera tenía la sensación de estar volviendo a sus raíces, su abuelo había vivido en Capaya, otro de los poblados afrodescendientes del estado Miranda.
La cimarrona
Ya en la carretera de Birongo, Derbys se comunicó con alguién por teléfono y nos detuvimos unos instantes. De una moto bajó una joven morena. Cuando subió al bus sentimos una explosión de energía. Su nombre era Grisele Castro, una de las promotoras de Turismo Birongo, una asociación formada por diez mujeres que se encargan de promover la cultura del pueblo.
Grisele nos dió la bienvenida y nos explicó cómo las fundaciones Tierra Viva y Empresas Polar las habían asesorado en este emprendimiento. También nos contó que Birongo antes se llamaba Bilongo y que el pueblo estaba dividido en seis sectores (Salgado, Vista Hermosa, Mango Arriba, Marasmita, Guayamal, Birongo Arriba).
Posteriormente nos hizo un mapeo de todas las fiestas tradicionales que celebraban en el lugar como el paseo del niño Jesús de Birongo, el 1 de enero; la fiesta de reyes, el 6 de enero; y la festividad de más regocijo para los birongueros, el día de San Juan Bautista, el 24 de junio, ya que realizan distintos toques en las comunidades.
 "Somos cimarrones, nos distinguimos por nuestro color y nuestra belleza afro", dijo Grisele con una picardía y un orgullo que nos llenó. Y pasó su mano por delante de su rostro para enfatizar aquella frase, más que cierta. Grisele dice que ellos siempre están felices y todo es una fiesta, la misma sensación que tengo cuando me como un chocolate, supongo que entre tanto cacao la felicidad es inevitable.
Bienvenidos a Birongo
Un cartel super colorido nos recibió. Las muchachas lo pintaron en septiembre de este año así que lo estrenamos tomándonos una foto.
Más adelante nos adentramos en una plantación de cacao. A medida que avanzábamos íbamos familiarizándonos con este fruto que nace de flores que están en una rama o en el tronco. Por esta razón resulta artístico ver como cuelgan casi de cualquier parte del árbol e identificar sus colores verde, rojo, amarillo, dependiendo del estado de maduración.
Los cacaoteros medían entre 6 y 10 metros y estaban rodeados de otros árboles, entre estos, plantas de plátano, ya que requieren crecer en la sombra.
En el medio de la plantación nos esperaba otra de las promotoras con un termo lleno de carato de arroz, bebida hecha con arroz, azúcar y hoja de limón. Todos probamos y más que una bebida parecía un almuerzo. Su textura pesada y refrescante me gustó.
Inmediatamente Grisele comenzó a explicarnos todo sobre el cacao. Que el fruto se le llamaba mazorca, que había dos cosechas en el año, que se preocupaban porque la cosecha cumpliera con todos los estándares de calidad. También nos instruyó sobre los tipos de cacao que existían: criollo, forastero e híbrido; y sobre las enfermedades que podían infectar al fruto y por tanto comprometer la siembra.
Luego esta bironguera tomó un machete y cortó una de las mazorcas por la mitad. Las semillas perfectamente alineadas y cubiertas por un mucílago blanco lucían apetitosas. Pudimos degustar el cacao directamente del fruto. Chupamos la semilla, el sabor me hizo recordar a la guanábana y cómo no escuché la explicación la mastiqué  y me la tragué. Me supo amargo, más adelante descubriría que así es que sabe la pasta de cacao tostado recién salida del molino.
Admito que las picadas punzantes de los mosquitos y el calor pegajoso me desconcentraron y me perdí muchos detalles que desearía contarles. Pronto salimos de la plantación y mi piel hinchada por el ardor agradeció el aire acondicionado.
Desde ese momento la pequeña Gabriela, una hermosa niña de la comunidad, de piel tostada, ojos brillantes y sonrisa perfecta, se conectó con Luisanna.
"Dale pues morena, dale a la manivela"
Atravesamos el puente sobre el río Birongo. Grisele nos contó que la crecida lo había tumbado un par de veces y que en esas ocasiones habían quedado prácticamente incomunicados. Ahora ha aguantado porque lo hicieron de metal. Pero la fuerza de la naturaleza es impredecible.
Bajamos del bus en el sector Pueblo Nuevo. Este tiene una pequeña plaza Bolívar y una Iglesia. También la Bodega "El Carmen", que es la más antigua del pueblo. En esta me llamó la atención un viejo reloj con el tiempo detenido y las puertas de madera.
Justo al frente del establecimiento había un espacio donde todos nos reunimos. Tibi, otra de las promotoras de Turismo Birongo, estaba sentada en una zanja con un pequeño fogón y un sartén donde estaba tostando las semillas que habíamos traído de la plantación de cacao. Mientras tanto Grisele preparaba una mesa donde colocó un recipiente con los tres estados del proceso por el que pasa la semilla de cacao.
Cuando Tibi terminó de tostar, Grisele nos invitó a moler en un pequeño molino que estaba apoyado en una silla. Uno a uno fuimos probando y de pronto Grisele comenzó a cantar:
Y asi es como vive la mujer del campo (bis)
de aqui pa' allá, de allá pa' acá
Dale pues morena, dale a la manivela (bis)
dale pues más duro para que tu....
Fue un momento mágico porque con este canto de faena, nos adentramos en el trabajo de las mujeres del campo. Fue trasladarnos muchos años atrás y sentir cómo cantando se aliviaba el trabajo.
La pasta que iba saliendo del molino era marrón intenso y de un sabor muy amargo, tan amargo que daba felicidad. Lo mezclamos con leche e inmediatamente tomamos nuestro primer chocolate caliente.
Un sancocho en el río
Nos pusimos nuestros trajes de baño y comenzamos a caminar hacia al río por una bajada de concreto y al finalizar un camino de tierra donde tuvimos que trepar algunos troncos. Minutos después justo en la orilla del río nos esperaban otras promotoras con una olla gigante de sanchoco cruzao (una sopa de carne de lagarto, pollo, maíz y verduras; todas cosechadas en el lugar), platos con casabe (un pan circular hecho con harina de yuca), un termo con la bebida y unos banquitos de plástico para sentarnos. A cada quién le sirvieron según su gusto y más de uno repitió.
Después de reposar el almuerzo una promotora se metió al río. Con sus brazos debajo del agua comenzó a hacer movimientos similares a los del saqué en voleibol. Su brazo salía, y se hundía, salía y se volvía a hundir. El agua comenzó a sonar.
Esta práctica se conoce como Tambor de agua y la hacían las mujeres para llamar a sus maridos que estaban más arriba en la montaña trabajando. Por esta razón también le dicen “llama maridos”. El sonido indicaba que la jornada había terminado. Grisele nos contó que una vez fueron unos antropólogos y les explicaron que esta misma costumbre estaba en una tribu en África.
Intenté aprender a hacer el Tambor de agua, solo les puedo decir que tendré que regresar a Birongo.
Luego Griceida Castro, otra de las promotoras, realizó el tradicional Baño de flores que se hace el 24 de junio, día de San Juan Bautista. Griceida nos explicó que había que tomar tres flores distintas, macerarlas con las manos dentro de un tobo, colocarles un poco de esencia y agua de río y luego echarlo en la cabeza. Lo que quedaba en el tobo se echaba hacia atrás, por encima del hombro, dándole la espalda y así se iba lo malo, corriendo en las aguas del río. La mayoría lo intentó y por ejemplo a mí el olor a flores me acompañó hasta mi casa.
Comenzó a lloviznar y caminamos de nuevo a Pueblo Nuevo porque aún quedaba una sorpresa.
Suelta las caderas
Nos encontramos en el mismo espacio frente a la bodega "El Carmen". En la mesa había distintos dulces y aprovechamos para comprar. Mi favorito fue la conserva de coco puesta sobre una hoja de naranja.
Grisele apareció con una falda para el acto cultural, que consistía en enseñarnos los pasos básicos del verdadero tambor. Confieso que nos costó, el "tambor caraqueño" por llamarlo de alguna manera es vulgar comparado con estos pasos sublimes que intentamos aprender.
Poco a poco nos fuimos soltando y entre risas nos conectamos con la parte más íntima de nosotros, con nuestras raíces afrodescendientes. Quedamos sudados y orgullosos.
Al final de toda la ruta nos presentamos. Treinta personas de distintas profesiones e intereses en el mismo tiempo, lugar  y espacio. Conectados en esta ruta antropológica, de pura humanidad. Conectados unas horas con gente de piel de cacao tostado cuyas sonrisas eran de agradecimiento y orgullo por mostrarnos su cultura.
Finalmente entendí por qué en Birongo todos son felices. Y es que no les conté que el nombre Birongo significa “medicina tradicional” y si van seguro regresaran renovados, porque en este mágico lugar todo es posible, porque en Birongo siempre huele a chocolate.




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