—¡Permiso!—
grité la palabra carente de valor en medio de la fetidez de todos los cuerpos.
—¡Permiso!—
gritó la mujer con el bebé en brazos que iba delante de mí.
—¡Permisoooooooooooooo!—
grité de nuevo, con rabia, con dolor, con asfixia— ¡El niño, coñoooo, el
niñooo!— advertí histérica/desesperada, como tomada por un ente desconocido, dormido,
pero no ajeno a mí.
Todo
fue en vano. El hombre en medio de la puerta se aferraba al tubo y no dejaba
salir a nadie del vagón. La avalancha de bestias-humanas nos empujaba hacia
dentro. No miraron niño, no miraron mujeres, no miraron ancianos, no
escucharon. Nos golpeaban. La lucha era de todos contra todos para poder
entrar/salir.
De
pronto me hundí en las espaldas, pero la sombra me tomó de nuevo, levanté mi
cabeza, apreté mi bolso y comencé a gritar: ¡Permisooooo, permisoooo, permisoooo,
permisooo! Con rabia. Por un momento quise que cada sílaba se convirtiera en
puño, lo confieso, y no me culpo. Me olvidé que aquellas bestias-humanas eran
mi prójimo. No me culpo. ¡Permisooooo,
permisoooo, permisoooo, permisooo!, seguí gritando el mantra inútil que se
perdía en la sordera individualista. La voz de la madre se unió a la mía. Nadie
nos escuchó. El niño lloraba. Ella lo protegía. Juntas gritamos, juntas
salimos, expulsadas del vómito y recibidas por el vómito.
Volteé
hacia el tren y las bestias-humanas se aplastaron contra los otros cuerpos formando
una masa de brazos, cabezas, piernas. Un solo cuerpo unido por algo en común:
el egoísmo. Algún sádico se burló, bailó.
Me
recosté a una columna y comencé a llorar. Miré a la madre y le pregunté si su
hijo estaba bien, me observó y comenzó a llorar. Se acercó un joven que siempre
había estado cerca de nosotras y le dijo a la mujer: “Colle, ¿por qué no me
mirabas?, ¿por qué no me mirabas? No te puedes poner así, nerviosa, yo estaba a
tu lado”. Entendí que era su esposo cayendo en la trampa de culparse/culparla
de la conducta de las bestias-humanas.
***
El
daño antropológico en este país es fuerte, denso, y está metido hasta los tuétanos.
En estos años emergió lo peor de mucha gente, lo peor que siempre estuvo
dentro, y que en situaciones de caos sale de los cuerpos, por la boca, por el
codo, por el puño. Lo que siempre estuvo en sombra hoy viaja en los vagones del
metro. Cada día lo feo se refleja en los espejos empañados de sudor, porque
vamos hacinados.
Sé
que en esta crisis también han surgido cosas muy buenas, que debemos conectarnos con
la belleza. Yo misma he vivido esas cosas, he conocido a esas personas. Pero la
sombra también está y no la podemos ocultar. La sombra no conoce de
transiciones, simplemente habita, golpea, hiere, mata. ¿Fortalecimiento del
tejido social? Más que necesario. ¿Fortalecimiento del sujeto? Una emergencia.
***
“¡Permisooooo!”.
Nadie
escucha.
Y
yo, que no soy masoquista, me seco las lágrimas, salgo del metro, y me voy
caminando hasta mi destino. Caminar ayer, caminar hoy. Una hora, dos horas,
tres horas. Qué más da. Hay gente que camina más. Todo sea por respirar.
.
.
Imagen: "Niño geopolítico contemplando el nacimiento de un hombre nuevo". Salvador Dalí
1 comentario:
Impecable cada expresión plasmada, este ciudadano común ya dejo de ser eso, y paso a convertirse en esa bestia inefable y repulsiva, ohh dios cuantas veces con mis palabras también quise lanzar puños y llevarlos a la guillotina. Un saludo fraterno desde Argentina!!
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