sábado, 17 de agosto de 2019

Groenlandia



El sudor del hielo se derrama en los océanos. Un sudor salado, caliente, azul. A los perros les cuesta arrastrar su pesada existencia sobre la alfombra gélida. Los narvales llegan tarde y las focas se hunden más. Una isla se parte en pedazos, una gente queda envuelta bajo la perpetua luz estival. Los glaciares se desaguan. Seguimos asombrados. Seguimos señalando a quienes abrieron las rendijas que el sol no solía penetrar.

Y volvemos a hablar de los 10.000 millones de litros de hielo derretido que fueron a parar al océano, de los incendios en Groenlandia (si, Groelandia), de la ola de calor en Europa que llegó hasta estos territorios (si, porque todo está interconectado). Y volvemos a hablar de la mugre de esta civilización, de Trump queriendo comprar Groenlandia (con su gente incluida), de China comprando licencias para extraer minerales, de las bases militares estadounidenses en el círculo polar ártico, de la basura militar derramada sobre el hielo.

Espanta el futuro antes de la fuga a otro planeta, porque a los pocos siglos nos descubriremos igual. Todos sabemos que el calentamiento global es un producto canceroso del poder.

Interesa derretir Groenlandia.

Bajos sus capas de hielo hay minas de piedras raras, uranio, hierro, petróleo, gas.

Una isla se parte en pedazos, una gente queda envuelta bajo la perpetua luz estival.


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Fotoleyenda: “Albert Lukassen ve cómo su mundo se derrite a su alrededor. Cuando este inuit de 64 años era joven, podía cazar con su trineo de perros sobre el helado fiordo de Uummannaq, en la costa occidental de Groenlandia, hasta el mes de junio”. La foto es de Ciril Jazbec.

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