La
ruta Macuto-San José de Galipán-Boca de Tigre-Clavelitos- Cotiza es extrema,
especialmente por los tipos de clima que enfrentas y porque todo el camino es
de concreto. El domingo 22 de noviembre mis compañeros del curso de baja y
media montaña del Centro de Excursionismo y Conservacionismo de la Escuela de
Biología de la UCV (Cecobio) y yo la hicimos.
Nos encontramos a las 7:30 am en la
estación del metro Capitolio y de ahí agarramos una camionetica hasta Macuto
(200 bolívares el pasaje). Esta gente de montaña se coló entre los playeros y un
reggaetón estridente que nos acompañó durante todo el camino. Nos quedamos
justo en la parada con un letrero que decía: Jardín de Las Piedras Marinas
Soñadoras, y que conducía hasta Galipán, por una carretera de concreto similar
a la de Cotiza. Tomamos la respectiva foto de grupo y arrancamos. Lo que
vendría aun me arde en la piel.
Aun
no se me olvida el primer tramo que va desde Macuto hasta la Plaza Bolívar de
San José de Galipán. Algunos del grupo teníamos chequeo físico justo en esta
parte caracterizada por el excesivo calor y la intensa irradiación solar. No en
vano nos habían indicado que lleváramos cinco litros de agua ya que durante
toda la ruta no habría dónde recargar. Aquello era caminar y caminar con el sol
pasando a través de tu ropa. Su luz ni siquiera respetó el 50 de mi bloqueador
solar. Por momentos me sofoqué y tuve que detenerme a tomar agua. Mientras
tanto el señor Caribe nos coqueteaba y hacía que por momentos lográramos sonreír.
Y es que vimos el mar durante buena parte de la ruta y esto dentro de todo nos
daba fuerzas. Yo estaba embelesada, aunque luego Laura, en Clavelitos, nos
diría que la mancha marrón que algunos apreciaron sobre las aguas eran
excrementos. Prefiero recordar el azul.
Justo después del puesto de la Guardia Nacional
todo cambió. A solo metros estaba la entrada del Museo de Piedras y ahí
sentado, su fundador, el artista y filósofo Gonzalo Barrios Pérez, mejor
conocido como Zóez, “quien ha consagrado su vida a investigar los fenómenos del
universo, y a rescatar la belleza sublime del planeta, teniendo como hogar la
Montaña Sagrada ‘Guaraira Repano’, El Avila”[1]. Su sonrisa, sus buenos días, y el verde de los
árboles que ya comenzaban a aparecer me activaron. A partir de ahí había que
aprovechar las rectas que te daba el camino y a la vez prepararse para las
subidas abruptas de la carretera.
Comenzaron a aparecer las casas de San
José de Galipán, un lugar que se remonta a “un pequeño asentamiento agrícola de
inmigrantes canarios (en su mayoría) que surgió en medio de una de las antiguas
trochas que comunicaban a Caracas con La Guaira a través de la montaña. Éste
camino, tal como lo conocemos hoy en día, fue ampliado y mejorado para permitir
el transporte de maquinarias y equipos durante la
construcción del teleférico”[2].
En ese sorprenderse y concentrarse transcurrió
el primer tramo que pude hacer en una hora y treinta minutos, lo cual me
permitió pasar el chequeo físico. Ya mi rodilla empezaba a quejarse.
En la Plaza Bolívar de San José de Galipán
fue inevitable dejar de recordar que justo el año pasado me bajaba del jeep en
este mismo punto y caminaba para hacer la Ruta
#5: Mausoleo del doctor Knoche con nuestro compañero
Delbys López de Fundhea.
El resto del camino hasta Boca de Tigre
tuvo muchas variaciones de temperatura, algunas bajadas y nuevamente muchas
subidas. Por algunos momentos sentíamos una brisa que nos daba mucho frío ya
que nuestras camisas estaban empapadas de sudor. Recomendación: lleven su
chaqueta. Pero la montaña siempre te premia. Esta vez el Picacho de Galipán era
quien posaba y se ganaba nuestra atención.
En una parte de la ruta volteamos a la
izquierda y vimos cómo habían abierto una trocha en la montaña para las labores
de reparación del viejo teleférico y también observamos un pedazo de nuestro
cerro que fue consumido por un incendio ocurrido precisamente por estos
trabajos[3]. Una construcción que también ha dividido a los
habitantes de la comunidad entre quienes quieren continuar con su actividad
agrícola y los que quieren potenciar el turismo[4]. Lo cierto es que se
violentó el derecho a la consulta previa y esto acarrea consecuencias humanas y
ambientales. ¿Qué deben hacer los galipaneros? Queda el debate.
Durante la ruta no faltaron las miradas
indiscretas de las personas que pasaban en los jeep y una que otra frase
lanzada al aire: “¡Te falta poco!” “¡Nooo, esos van relajados!”. En realidad
íbamos sudando la gota gorda pero en mi caso feliz. La montaña es mi momento de
oración.
Una ruta ruda hasta el
final
Pasada
la una de la tarde llegamos a Boca de Tigre. Aquí aprovechamos para almorzar y
recargar energías. Aquí encuentras algunos merenderos y las cachapas son muy
buenas. En este punto también puedes
seguir hasta el Picacho de Galipán, que tiene una altura de 1978 m.s.n.m. y es
el que más sobresale de la cordillera al mar y desde donde se puede apreciar casi
el 70% del litoral varguense. Sobre esta travesía ya les eché el cuento en la Ruta
#8: Picacho de Galipán (con 5 kg).
Luego de la consigna “morrales arriba”
arrancamos. Nuestra ruta inicial era por la Fila del Ávila, Pinabetes, Los
Venados y Cotiza, pero el recorrido fue modificado por razones de tiempo y
bajamos hacía Clavelitos y de ahí hasta la parada de jeeps de Cotiza.
En esta parte hay que tener mucho cuidado
con los carros, ya se los había comentado en la Ruta
#2: Primer entrenamiento para el Pico Naiguatá.
Algunos conductores van como en una autopista y te lanzan los vehículos. También
hay que ser muy cuidadoso con el camino. No les miento, todo es una eterna
bajada de concreto/destruye rodillas. Bajen a su ritmo y si tienen un palo, que
puede ser de escoba, un pedazo de rama o bastones de trekking, muchísimo mejor.
Lo bonito de esta parte es que en el puesto de guardaparques de Clavelitos
puedes comerte un heladito y que vas viendo cómo la ciudad te va dando la
bienvenida.
Este día hicimos la V invertida del Ávila, llegamos a Cotiza y nos recibió un
chaparrón. Un cambio abrupto comparado con un caluroso inicio, quizás un
premio, después de siete horas caminando con el sol penetrante del Caribe. Esta
ruta nos retó en cada segundo y me hizo pensar en porqué la montaña me da paz.
Luego Pablo Borjas von Bach[5], un montañista con más de
20 años de experiencia y muchas cumbres, nos regalaría esta frase en su
presentación sobre planificación y organización de expediciones:
“Las
montañas no son estadios donde satisfago mi ambición de logros, son las
catedrales donde practico mi religión. Yo voy a ellas como las personas van a
la oración. Desde sus majestuosas cimas veo mi pasado, sueño el futuro y, con
una inusual agudeza, experimento el momento presente. Mi visión se aclara, mis
fuerzas se renuevan. En las montañas yo celebro la creación. En cada viaje (a
ellas) nazco de nuevo”. (Anatoli Bukréyev)
En cada viaje a ellas nazco de nuevo.
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