No
me gusta la candela. Pero admiro a la mujer de las diez velas el día de la
virgen de La Candelaria. El desafío de la cera que no se derrama en la madera.
Yo
sé que la candela empieza cuando me siento en zazen y los pensamientos bullen:
el hombro izquierdo se vuelve piedra, las hormigas salen por los dedos, el agua
salada cae por mis senos, las lágrimas brotan inclementes.
La
candela es el duelo que se sale por todas partes.
Candela
también es la sangre que llega en luna llena, suerte de bruja cansada, que se
da cuenta de los dones del ciclo menstrual: retirarse.
Candela,
que el Ávila se quema y el oro se acrisola con fuego en la Gran Sabana. “Rafaela comunica este mensaje. La orden es matar, estamos huyendo montaña arriba”. Se
escucha el pesado paso del soldado, del corrupto, del matón. Fuego de muerte,
de miedo, de algo tan horrible, que hasta los tepuyes se doblan ante tamaña
pena.
¿Cómo le arrancan la vida al corazón?
¿Cómo le arrancan la vida al corazón?
No
me gusta la candela pero en febrero te hice tu primera misa. Necesité seis
meses. No quería que te nombraran ausencia, abuela Rafaela. Y el nudo entre el pecho y
la garganta ya no fue solo por ti. Asarüpöpë innaechí (estamos de duelo)
¿Qué
haré conmigo?
La
noche sufre. Yo me salgo por sus fisuras, me encuentro de frente con el piano,
la poesía, y los cuencos tibetanos.
No
me gusta la candela, pero si quisiera algo de ella sería su baile febril,
ardiente, para danzar sobre la tierra seca, con los ojos despiertos, y cantar
la esperanza del primer ser humano frente al fuego.
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