El ritual del velatorio,
por muy doloroso que sea, siempre es un punto de encuentro, con aquellos que
dejamos de ver por distancias geográficas, porque la rutina nos consumió y
nunca sacamos “un tiempo”, o porque simplemente las diferencias políticas
pesaron más en un determinado momento de nuestras vidas. Admito que tenía mucho
tiempo sin asistir a un funeral, ya no recuerdo la fecha del último. Lo cierto
es que hoy hubo demasiadas cosas que me sorprendieron y que supongo tienen que
ver un poco con lo criollo del asunto.
A mi abuela la velaron
en una funeraria que queda en un sector popular de Guarenas, se llama Villa
Verde. Para llegar hasta aquí tuve que abordar un autobús en Petare y luego, ya
en el lugar, preguntar y caminar algunas cuadras. Al llegar nos recibieron
varias comparsas de carnavales, fue muy sorprendente el hecho que pasaran al
frente de la funeraria con toda la algarabía propia de la actividad, mientras
algunos dolientes salían a ver el espectáculo aun con las mejillas humedecidas.
Luego, ya en el espacio
dispuesto para mi abuela, entraban personas que en nuestras vidas habíamos
visto, obviamente, porque eran desconocidos. Sin pedir permiso, se dirigían
directamente al ataúd para ver el cuerpo y persignarse. Aunque también estaban
los políticamente correctos que se encargaban de darle la mano a cada uno de
los presentes para luego ir a fijarse ante la ventanilla de vidrio. La esposa de uno de mis parientes me contó que
una vez cuando ella estaba en otro velorio alguien entraba a preguntar las edades
de los muertos, para luego ir a jugar ese número en la lotería.
Yo creo que lo más
normal sería preguntar en la oficina dónde está ubicado tu familiar o muy
disimuladamente buscar el rostro de alguien conocido, no traspasar una puerta,
ir hasta el ataúd, y luego cuando dices “¡ah este no es el mío!” o “bueno… hoy
tenía que ver a un joven no a una señora mayor”, largarte violando un momento
tan íntimo.
Pero lo más pintoresco
e irrespetuoso de este asunto fue un señor que entró y preguntó: “¿Ya le
rezaron a la señora?”. Luego de darle un no como respuesta el señor comenzó a
pedir lápiz y papel para anotar el nombre de mi abuela y rezar. La situación
fue muy extraña y tensa, hizo que nos levantáramos y a medida que rezaba
comenzaba a regañar a la gente que cruzaba los brazos, piernas o lo que fuese. ¿Eso
es rezar? Nos preguntábamos. También en ese instante entró otro señor,
desconocido obviamente, y ahí pensé: Nos robaron. El punto más álgido de la
situación fue cuando rezábamos el Padre Nuestro y uno de los presentes no lo
sabía rezar en español y el señor comenzó a decirle autoritariamente que
levantara la voz, que se debía escuchar, ya aquí tuvo que intervenir mi tío y
acto seguido ambos individuos desaparecieron.
No entiendo las
dinámicas de las personas que visitan funerarias y tienen estas conductas, pero
me atrevería a decir para algunos es parte de su rutina diaria, capaz por
morbo, brujería o azar. Lo cierto es que dentro de todo el dolor que ya uno
tiene, estas situaciones te pueden causar gracia, impotencia pero sobre todas
las cosas temor porque lamentablemente estamos en un contexto donde el premio
de la tranquilidad lo tienen los muertos.
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