jueves, 17 de julio de 2014

Ruta #4: Las entrañas del Ávila

Camino de los Españoles - Infiernito -Palmar de Cariaco - Fila del Palmar - Boca de Tigre. Era la ruta. ¿Larga? Sí. Unas muy humildes ocho horas.

Nuevamente el punto de encuentro fue en la estación El Silencio. Nos montamos en un jeep 4x4 y comenzamos el camino. Atravesamos toda La Pastora y ya al final de este sector supe, por primera vez, lo que era Puerta Caracas más allá del grito del fiscal de las camioneticas de la Baralt. Murales de colores y arte nos deleitaron durante el camino. Y a medida que subíamos aparecían las casas metidas en la montaña que siempre vi desde la entrada del filosofado de los jesuitas en La Pastora. Desde el Mirador de Puerta Caracas se veía la ciudad, en la más perfecta maqueta.
Mientras más nos adentrábamos todo se volvía más rural y me pregunté cómo fue que esta gente siguió subiendo hasta plantar su casa en El Ávila. Un cambio total del paisaje y su gente, en tan solo unos minutos de camino.

En el punto de control de la Guardia Nacional, se entregó la lista de participantes, para cumplir con las normas de visita del Parque.
Cuando nos bajamos del jeep la brisa fría nos cobijó. Nos reunimos y escuchamos las indicaciones de Freddy Arévalo, de Venezuela Trekking, grupo con el que decidimos realizar esta nueva ruta.
Ellos están dedicados  al trekking, excursionismo o senderismo en Venezuela, y este año cumplen su 10mo aniversario.
Lo primero que nos preguntó Freddy fue que si habíamos llevado suficiente agua porque la temporada de sequía que atraviesa Venezuela ha afectado sobremanera al Parque Nacional Waraira Repano. Dijo que era muy probable que no encontráramos donde recargar este líquido e informó que las recientes lluvias solo eran esporádicas porque se estimaba que la sequía se extendería hasta mayo del año que viene. Paré los ojos, tenía un poco de ilusión de que la lluvia finalmente perdurara para que se llenaran los embalses.  
También presentó a los guías, en total cuatro, y dijo que tres de ellos estarían distribuidos: adelante, en el medio y al final. Cada excursionista elegía donde estar dependiendo de su ritmo. En total: 34 participantes.
Culminada la parada informativa nos encontramos con un cartel que indicaba El Fortin y Hoyo de la Cumbre, a mano izquierda; y Las aguadas, a mano derecha. Tomamos está última vía.  Aquí empieza parte de lo que es el Camino de los Españoles.

Este camino, como su nombre lo indica,  es la ruta a través de la cual los conquistadores españoles llegaron desde la Guaira al Valle de Santiago de León Caracas y que se utilizó durante siglos como la única vía de comunicación entre el puerto y la ciudad.
Nos desplazamos sobre tierra y piedras con muchos árboles de lado y lado. Sentimos frío. Y a medida que avanzábamos, podíamos apreciar el puerto de la Guaira, del lado izquierdo.
Parados en el borde del sendero también vimos por allá abajo el sector de Hoyo de la Cumbre, unas antenas pegadas en la montaña, y un puntito que probablemente era uno de los fortines construidos en aquel entonces para evitar los ataques de piratas y bandoleros. (Esta es otra de las rutas que tengo pendientes).   
También nos encontramos con sembradores en plena faena que nos recibieron con una sonrisa. Luisanna y yo no deleitamos haciendo fotos a una flor morada cuya hoja era rarísima y a un limonero hermoso pegado a un árbol de eucaliptos.

Escasos metros de camino empedrado (como el del cortafuegos que hemos descrito) y segunda parada para indicaciones. El nivel de dificultad subiría.

El Infiernito (y las abejas)
O el infiernote. Pues bien poco a poco cree mi percepción del porqué de su nombre. Un camino muy estrecho, inmerso en un bosque de pinos sembrados durante el gobierno de Eleazar López Contreras para mejorar el clima.
Si pasando por aquí no nos integrábamos como grupo e interactuábamos, definitivamente no lo haríamos. Tuvimos que darnos la mano, esperar, caminar en fila, descender apoyándonos en piedras o simplemente deslizándonos en la tierra, y ponernos el impermeable un par de veces para protegernos de la llovizna.

Observamos en vivo y en directo la sequía, materializada en cauces donde anteriormente pasaban quebradas y ahora ni un hilo de agua. Lamentablemente también vimos basura.  
En algún momento del camino un compañero sacó una barra energética, súper calórica, que compartió con alguno de nosotros, un pedacito de algo que nos reactivó.
Estábamos en las entrañas del Ávila, bien abajo, porque es que lo que estaba a nuestro alrededor era puro monte. Nunca había visto esta parte de mi montaña. Era sentirse en la selva y a cientos de kilómetros de la ciudad. Estaba en su vientre.
Pero también conocí, de una muy mala manera, a los habitantes de esta montaña.
—¡Me picó!— una muchacha gritó, mientras otra de las compañeras trataba de sacarle, con un palo, algo que se había quedado pegado a sus cabellos.
—No griten, cálmense— dijo uno de los guías.
Luisanna y yo estábamos paralizadas viendo la escena, en parte por miedo, en parte por solidaridad. “Vayan caminando poco a poco”, dijo nuevamente el guía. Y cuando lo hice… ¡Zas! ¡Ay! ¡Tengo una luisanna, tengo una! Justo en mi antebrazo izquierdo y no podía hacer nada. Estaba paralizada por el miedo. “Quítatela”, me gritó Luisanna. Si me la quito, la mato y si la mato vienen otras. Y así poco a poco sentí como el veneno iba entrando en el único y último pichazo del suicidio, porque una vez que terminó la abeja murió. Luisanna agarró un palo y me quitó el aguijón.
Nunca me había picado una abeja así que no sabía si era alérgica. Pero yo fui afortunada. A la otra muchacha la picaron como cinco veces, a una más atrás lo mismo y se terminaron de desquitar con una señora. “Avispas africanas”, dijo uno. No lo dudo.
Los guías se comunicaban por radio. “¿Cuántos tienes picados por abejas?” Ángel levantó el walkie-talkie y todos, al mismo tiempo entre risas, respondimos a Freddy que estaba del otro lado del aparato.
Pero lo peor que pude hacer fue tomarme una loratadina, que una de las muchachas picada gentilmente me dio. Eso me provocó un bajón de otro nivel y ahora entre dolor, ardor y comezón iba flotando por todo el camino. Me reía de cualquier estupidez, porque el sueño me pone así.

La escuela abandonada
Ya en el sector Palmar de Cariaco comenzamos la búsqueda de la escuela abandonada. Lo primero que encontramos fue un carro volcado. Y es que antes por este camino selvático pasaban los vehículos hasta la Guaira para llevar la carga. Parece metiera viendo lo estrecho y súper tupido del área. También el deslave de Vargas en 1999 ha modificado la zona enormemente haciéndola más inhóspita.
Mi segunda herida de excursionista: un golpe en la pierna con un tronco.
Nos detuvimos a almorzar y en seguida la llovizna se hizo más fuerte, así que paradas y mojadas nos cominos nuestros sándwiches.
Luego conseguimos la escuelita y desde ahí vimos la Cruz del Picacho, colocada en conmemoración a las víctimas de aquel deslave. Unos se treparon en las paredes para tener las mejores tomas. Y los que nos quedamos abajo exploramos el pequeño rectángulo. Los muros tenían mensajes con fechas de gente que estuvo ahí antes. La más vieja que vi: “Jesús 11-10-84”. Hicimos un montón de fotos y retomamos la ruta.
Escalamos una subida, que yo llamo Pica e’ la mona reload o más bien del gorila, casi acostadas y arrastrándonos, que parecía interminable. Pero que a medida que ascendíamos nos sentíamos más libres y despegadas del vientre del Ávila.
Vimos de nuevo el mar, al lado izquierdo, y la montaña, al lado derecho. Era como caminar en una línea limítrofe.
Cuando llegamos fue la gloria y una antena rebotadora nos recibió. Con alguna dificultad la subimos para ver mejor el mar e hicimos la foto de grupo.

Tan cerca pero tan lejos
Aun la Cruz del Picacho se veía lejana. Caminamos por una fila ascendente, tratando de esquivar los sutiles pero inevitables latigazos del monte sobre nuestra piel, amarrándonos mil veces las trenzas de los zapatos y deteniendo al grupo, apartando una de las ramas para que el otro pasara, haciendo una que otra foto, fatigados, recuperados y así… Me acordé de la película Querida encogí a los niños, solo que sin la galleta de Oreo gigante, porque lo que si había era bastantes bachacos. “Bachaco, bachaco, apúrense”, gritaba alguna.
Luego llegamos a un bosque que parecía encantado. La brisa al chocar con los árboles hacía un sonido profundo y el canto de algunas aves le hacían coro. Era como si tomarás una botella vacía y comenzaras a silbar dentro de ella.
Me detuve, respiré y agradecí.
Para cuando llegamos a la entrada del Picacho ya era muy tarde y no pudimos subirlo. Nos conformamos haciéndonos fotos con el camino, un pedacito de la montaña, al Humboldt o la vista hermosa del pueblo de Galipán.
Desde ese punto hasta Boca de Tigre, punto de llegada, todavía faltaban 40 minutos así que debíamos acelerar el paso. Aunque nosotras nos relajamos, nos echamos cuentos y terminamos siendo las últimas del primer grupo.
Al atravesar una reja ya estábamos de nuevo en el cortafuegos, está vez el que va hasta La Guaira. Subimos unos minutos o más bien segundos y ya estábamos en Boca de Tigre. Fuimos al quiosquito de siempre y esta vez probamos con una cachapa generosamente rellena con queso de mano y compramos nuestras fresas.
Casi 30 minutos después llegó el grupo que venía detrás de nosotros. Estábamos preocupados y más por la señora que recibió el montón de picadas. Pero lo lograron y llegaron bien.
Cuando nos montamos en el jeep. Sentí un cansancio tremendo. El carro comenzó a andar rumbo al Silencio, donde comenzó todo casi 9 horas atrás, y no sé en qué momento apoyé mi quijada en el pecho y dormí.






1 comentario:

BAM dijo...

Hola amiga. Que viaje!. Yo pensaba que del picacho uno iba directo a infiernito, no es así?