Cuando
leí la sinopsis de Itekaton muruntö
yukpa, tanon toron quedé enganchada: “Es una obra ambientada en la selva de
Imataca, original del pueblo pemón. Se presentará con un escenario muy básico:
un teatrino hecho de lona y unos títeres representando a Sabino, al morrocoy y
al águila harpía, donde ellos dialogarán con el público presente sobre el tema
de la depredación y la destrucción de la selva y sus seres vivos y como todos
podemos colaborar para impedir tal destrucción de la naturaleza y de las etnias
que habitan en nuestro territorio”. Sin
embargo lo que vimos esa noche del sábado 19 de abril no se parecía para nada
al teatro habitual.
Ya
estaba incómoda porque entrando uno de los jóvenes de logística nos dijo que los
puestos eran por orden de llegada y no el que estaba asignado en el boleto. Respiré
profundo. De pronto comenzamos a escuchar: “Tomen los puestos reservados, tomen
los puestos reservados”, y otra tanda de cosas que no alcancé a entender.
Corrimos hacia esas butacas, justo donde debíamos estar sentados de acuerdo a
la numeración de nuestras entradas.
Resultó
que la persona que gritaba era uno de los personajes de la obra, un hombre con
una bata blanca y una máscara. No sé si era parte del espectáculo o no pero ya
estábamos ahí. Y empezó la obra: Un títere del águila harpía explicaba que era
el ave más grande del Hemisferio Occidental y del Hemisferio Austral, solo sus
alas extendidas podían medir dos metros. Pero también contaba cómo la
depredación de su hábitat la ha dejado sin alimentos. Luego apareció el
morrocoy, un animal muy utilizado para elaborar un plato gastronómico en Semana
Santa, para también hacer sus demandas. Después una pareja de ancianos pemones
cantaron en su lengua y se desplazaron por toda la sala.
Admito
que no podía quitar de mi mente lo que sabía de montaje de una obra y
constantemente detallaba algunas falencias técnicas como la imprecisión con la
que entrada la luz a escena, los murmullos de alguno de los personajes que no
estaba actuando, repotenciados porque tenía un micrófono, o la administración
del espacio.
En
ese momento el personaje principal llamó a un compañero que ese mismo día había
llegado de La Guajira y comenzó a hablar sobre la problemática del carbón en la
Sierra de Perijá y los nuevos proyectos energéticos que estaban realizando en
esa zona.
Paré
mis críticas mentales y entendí que esto no era una obra de teatro sino que era
totalmente real. Aquellos indígenas nos habían venido a contar su realidad.
Luego
entró al escenario un capitán warao junto con los dos ancianos que habían
cantado. Contó que se había desplazado del bajo delta, en Delta Amacuro, a Las Galderas, una comunidad ubicada entre el
kilómetro 55 y 56 de la autopista Puerto Ordaz- Ciudad Bolívar en una de las
riberas del río Orinoco. En este lugar tenían muchos problemas, especialmente
porque no contaban con una embarcación para desplazarse, y denunció que lo estaban
persiguiendo para matarlo: “Miren yo no soy gordo, ni rubio, yo soy indio”. En
cuanto terminó su intervención entró nuevamente el personaje principal de la
obra, está vez vestido de doctor: “Me gradué en Massachusetts y he venido a
decirles cómo se deben alimentar”. Sacó un pedazo de tela y comenzó a leer:
Azúcar refinada, sal, harinas y “Coca-Coooolaaa”. Una burla total al sistema. Ya
al inicio de la obra había criticado la forma de alimentación de los no
indígenas, esa vez vestido con guayuco: “Ustedes comen pollo congelado no saben
que tiene plumas y cómo camina, comen cochino congelado, todo congelado”.
En
otro momento de la obra también apareció un títere del cacique Sabino Romero,
asesinato el 3 de marzo de 2013. Un indígena que saltó a la palestra pública
porque se dedicó a recuperar por la fuerza las tierras que no habían sido
demarcadas en la Sierra de Perijá. Su modo de proceder le trajo gran cantidad
de enemigos y actualmente está abierto un juicio contra uno de los supuestos
implicados en el asesinato.
Minutos
antes de que terminara la obra entró a escena otro personaje que se presentó
como “periodista de CNN”, prendieron todas las luces, comenzó a entrevistar al
público, y lo que ya no era una obra de teatro sino la vida se convirtió en una
gran asamblea.
Esa
noche si alguien no sabía lo que estaba pasando con algunos de los pueblos
indígenas de Venezuela se enteró, aunque muy por encima, de la situación, pero también
es importante conocer por qué estructuralmente nuestros indígenas están así, si
precisamente tienen un Capitulo VIII de la Constitución dedicados a ellos, si
en total tienen 52 leyes que reivindican indirectamente sus derechos y 6
instrumentos que los benefician directamente.
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