martes, 5 de mayo de 2015

Ruta #16: La ruta paraguanera (hacia el Monumento Natural Cerro de Santa Ana)


Del 1 al 3 de mayo estuvimos en la Península de Paraguaná un lugar mágico ubicado en el estado Falcón. Ahí conocimos Los Médanos de Coro, la playa Adícora, las salinas de Las Cumaraguas, el Cabo de San Román, el casco histórico de Coro y una montaña que nos retó, especialmente por unos tramos que tuvimos que escalar con cuerdas: el Cerro de Santa Ana (830 msnm). Aquí les cuento sobre este pedacito de Venezuela que nos reconcilia con el país. Una ruta que pueden hacer en tres días y de la que van a regresar un poco cansados pero renovados.

Antes de la ruta
Cuando el Centro Excursionista Caracas (CEC) informó sobre esta ruta inmediatamente los contacté. Confieso que no tenía muchas esperanzas porque, pesé a que les estaba escribiendo con casi dos meses de anticipación, el 19 de marzo; los miembros de este club tenían la prioridad; así que me anotaron en una lista de espera. Cuando llegó la buena noticia que me confirmaba los cupos para la excursión, no vi el correo en mi bandeja de entrada; y no fue sino hasta el 23 de abril, una semana antes del paseo, que me percaté y puede sentirme afortunada.
El CEC es una asociación fundada en 1929, cuyo objetivo es “practicar y fomentar de la forma más amplia posible el deporte del excursionismo y del montañismo bajo todos sus aspectos y modalidades, en beneficio de la salud y el crecimiento espiritual de niños,  jóvenes, adultos y personas de la tercera edad”. Esta era la segunda ruta que haría con el CEC, la primera fue el ascenso al Pico Naiguatá en el Parque Nacional Waraira Repano.
Alberto se animó a acompañarme y el 30 de abril nos encontramos 26 personas a las 10pm en un punto de Altamira. Nuestro capitán de la ruta, Manuel Fraga, nos recibió, y partimos a Falcón, una de las 24 entidades federales de Venezuela, ubicada al noroeste del país.
Durante el camino hicimos una parada donde nos encontramos una cola mundial para los baños. Del resto fue lo típico de un viaje: dormir, despertar por algún brinco del autobús y acurrucarse por el frío.

Brisas de arena
A las 5:30am un resplandor de luz atravesó las cortinas que cubrían las ventanas del autobús. Corrí el pedazo de tela y quedé hipnotizada: una montaña de arena parecía venir hacia nosotros. Estábamos atravesando el Istmo de los Médanos o Istmo de Paraguaná, una extensión de tierra, como especie de cuello, que conecta la península de Paraguaná, esa cabecita que vemos en el mapa, con el estado Falcón y el norte de Venezuela. El istmo tiene un promedio de 30 km de largo por 5 km de ancho y posee una altura media de 20 msnm.
Cuando bajamos del bus una ráfaga de viento nos recibió y ya varios se tomaban fotos con el pequeño desierto. Para Alberto esta era la segunda vez que visitaba Los Médanos de Coro, para mí la primera vez y lo que quería era salir corriendo a abrazar toda esa arena. Con zapatos y cámara en mano comencé a ascender la primera colina. Aquello parecía una pared, la arena aún estaba fresca y con cada paso mis pies se hundían. La sensación era maravillosa. Llegué al primer plano y otra ráfaga de viento con arena me recibió. Alguien me advirtió que las partículas de arena eran tan diminutas que podían entrar en el lente de mi cámara y dañarlo, así que debía ir con cuidado. Llegó un punto en que solo quería correr, le dejé mis cosas a Alberto y, como diría alguien a quien aprecio mucho, me entregué. No me cansaba. Solo tatareaba la única estrofa que recordaba de la canción “Sombra en los médanos”, “los cujíes lloran de dolor…”, añoraba aquella escena de El Principito en el desierto y agradecía a Dios. Todo al mismo tiempo.
El sol estaba ahí despertándose detrás de dunas que sobrepasaban los 8 y 20 msnm. De vez en vez sus rayos naranjas besaban la arena, mientras la brisa hacía líneas onduladas sobre el terreno. Nunca supe la temperatura exacta pero estaba bastante fresco. Puedo decirles que la media oscila entre 27 y 30ºC; las máximas oscilan alrededor de los 40º y las mínimas en los 16ºC.
Las dunas se forman a partir de la capacidad de retención de arena que poseen algunas plantas como el cují. Estas especies vegetales poseen sistemas de raíces muy desarrollados que atrapan gran cantidad de arena, obstruyendo su paso, provocando la formación de médanos[i].
Los Médanos de Coro fueron declarados Parque Nacional el 6 de febrero de 1974 bajo decreto Nº 1.592, abarca una superficie de 91.280 hectáreas, de las cuales 42.160 son tierras continentales y 49.120 son superficie marina. Están situados al norte de la ciudad de Coro.
En este parque nacional ocurren varios elementos curiosos. La arena va ahogando a los pocos árboles que pudiesen salir, de hecho vi un par de troncos secos; y la brisa va moviendo la arena así que nunca permanece igual.
Mientras estuvimos ahí vimos a algunas personas haciendo paseos en cuatrimotos o vehículos acondicionados para ir sobre las arenas. Pero lo que más me encantó fueron unos ciclistas que pasaron por la carretera y un par de señores que vendían raspados de todos los sabores que quisieran. Uno de ellos muy amable posó para una foto mientras indagaba de dónde veníamos.
Caminamos nuevamente hacia el bus y agradecí nuevamente a Dios por tan maravilloso regalo.

Adícora
Continuamos avanzando hacia el norte y llegamos Adícora, ubicada a 65km de la ciudad de Coro. Adícora es un pueblo que se encuentra en la costa noreste de la península de Paraguaná, en Venezuela, específicamente en el municipio Falcón y a 24 kilómetros al sur de la isla de Aruba. En este lugar está una de las tres playas más conocidas y visitadas de la costa oriental de la península de Paraguaná.
Hicimos una parada para desayunar en “Pasapalos Elsa”. Súper recomendadas las empanadas de pescado y el cafecito mañanero.
Luego del desayuno fuimos a la posada “Rosmar” a cambiarnos. Ahí nos distribuimos en 3 habitaciones para 6 personas, una habitación para 5 personas y una triple. El dueño de la posada nos prestó su nevera para guardar algunas de nuestras provisiones.
Salimos nuevamente hacía el pueblo de Adícora. Lo primero que nos encontramos fue la playa, pero antes de sentarnos a la orilla del mar varios decidimos recorrer los alrededores. Las casas del lugar son todo un espectáculo por el color de sus fachadas, ventanas y puertas. Vimos un pequeño faro, la plaza Ángel Zambrano, y una Iglesia con una virgen de Nuestra Señora de Lourdes en una gruta.
En una de las calles nos encontramos con un pescador que tejía una red, que completa podía medir 90 metros. Nos contó que el kilo de pargo estaba en 450 bolívares.  Podía pescar hasta cien kilos que serían 45 mil bolívares, de eso la mitad debía dividirse entre tres pescadores. En una cuenta rápida este señor ganaba 7 mil 500 bolívares, y con eso soltó su inconformidad: “Estoy cansado de trabajar para otros”. Joao, uno de nuestros compañeros, lo animó a tener su proyecto propio, pero comprar la lancha y el motor es costoso. Nos despedimos y seguimos caminando.
Llegamos a una casa hecha de materiales reciclables: cartón, botellas de agua, palmas, y todo lo que puedan imaginar. Algunas de sus paredes eran de madera y en una de estas estaba pintado el rostro de Alí Primera, y del otro lado una especie de extraterrestre.
Antes de indagar sobre el origen de la edificación decidimos explorar en la playa que estaba justo al frente. Corales y algas formaban un piso natural debajo del mar y comenzamos a caminar sobre las aguas en un acto mágico y muy fangoso. Los pelícanos descansaban a lo lejos y hacia la derecha podíamos ver algunas velas. Resulta que los fuertes vientos de Adícora la han convertido en una de las playas de fama mundial para los amantes de deportes acuáticos como el windsurf y el kitesurf.
De vuelta a la orilla Alberto estaba instalado conversando con Rafa, una joven francesa que tiene 3 años en Venezuela y 1 de ellos viviendo en Adícora. Ella junto a su pareja, un venezolano, están haciendo la casa porque quieren convertirla en una galería y un centro cultural donde puedan hacer talleres y presentaciones para el pueblo: “Queremos que el turista tenga otras opciones”, nos dijo en un perfecto español. Le compramos algunas artesanías hechas con semillas, caracoles y corales, debo confesar que a muy buen precio, solo dos collares nos costaron 200 bolívares. También nos dijo que regresáramos al día siguiente para mostrarnos el lugar, “quería ordenarlo”, pero lamentablemente no nos dio tiempo. Quedó la promesa y seguro cuando vuelva a Adícora podré ver la “Galería Popular Err Puño” a orilla del mar.
Como debíamos estar de vuelta en la posada a las tres de la tarde decidimos pasar el resto del día en la playa. En ese momento no me di cuenta pero luego investigando encontré que Adícora tiene dos playas: Playa Sur, en la entrada del pueblo, es una playa extensa protegida por un rompeolas natural. Allí están situadas las escuelas de windsurf y kitesurf, y algunas posadas; y Playa Norte que es de aguas más tranquilas y ofrece servicios básicos los fines de semana (restaurantes, alquiler de toldos, sillas)[ii].
Creo que nos ubicamos en Playa Norte. La playa es poco profunda y sus aguas son turbias por el fondo arenoso y el fuerte oleaje producto de los vientos alisios que soplan desde el noreste[iii]. Ahí nos atendió el señor José Luis. Alquilamos un toldo (350 bolívares) y luego almorzamos pescado con tostones y ensalada (700 bolívares) y sopa (200 bolívares). Al principio me pareció costoso, pero  de verdad que el pescado estaba delicioso, bastante fresco y era grande, con un plato  de estos podían comer dos personas. Además José Luis nos atendió de maravilla.
Noté que en ese lugar son muy comunes las artesanías con caracoles, así que le compré un pollito hecho de estas conchas a un señor que andaba con su cesta de figuritas. Elegí una pequeña, muy linda, que me costó 100 bolívares.
En Adícora puedes encontrar licorerías, bodegas, panaderías y algunos restaurantes para comer. Los precios están como en el resto del país, una empanada te puede costar 30 bolívares y una pizza mediana alrededor de 500 bolívares. El descubrimiento mundial fue una lata de Pirulin en 280 bolívares.
Otro dato que encontré y me encantó es que la palabra Adícora quiere decir jajatal, hierba halófila de terrenos salobres. Esta voz indígena primitivamente era “jadícuar”, ha venido pasando por “jatícora”, por “jadícora”, por “aríkula”, hasta llegar hoy a “Adícora”. Interesante, ¿no?
Luego de comer, caminamos por la playa y regresamos a la posada a cambiarnos.

El lagrimear de Las Cumaraguas
Luego de un buen baño para sacarnos el agua mar, nos pusimos bellos para continuar con el resto de la ruta. Nos montamos en el bus y recorrimos aproximadamente 21km desde Adícora hasta el pueblo de Las Cumaraguas. Cuando llegamos me pareció un lugar muy desolado salvo por unas casas lejanas y porque vimos una gran extensión de terreno blanquísimo, las salinas. Aquello parecía una pista de hielo y daba temor resbalarse. No vi el color rosado por el que son famosas, quizás porque  no caminé más allá, quizás porque es en el atardecer cuando se puede visualizar esta tonalidad, porque el tanino, una sustancia ácida y astringente emanada de algunos árboles, corre a través de sus aguas, tornándolas de un color rojizo, y produciendo una espuma que tiene la consistencia de un gel, pero la textura es granulosa y su color, rosado[iv]. De todos modos me conformé con el reflejo del sol en los cristales de sal ya que provocaba un resplandor muy mágico, era como un gran espejo de sal. Infinitos diamantes.
Investigando más sobre Las Cumaraguas llegué a la “Canción mansa para un bravo pueblo” de Alí Primera que comienza:
El lagrimear de Las Cumaraguas
está cubriendo toda mi tierra,
piden la vida y le dan un siglo
pero con tal que no pase ná
en mi tierra mansa,
mi mansa tierra.
Investigando mucho más encontré que el hecho de que este lugar me haya transmitido felicidad pero a la vez desolación no era en vano: “Hoy en día, estas familias cumaragueras mueren de mengua, el 90 % de los padres de familias no tienen empleo, la sal está allí cristalizada, esperando su extracción o cosecha como lo llaman sus nativos, y a pesar de estar organizados (…) la gobernadora del estado e inclusive los diputados (…) ven para otro lado cuando les hablan de las Salinas de las Cumaraguas[v]

El Cabo de San Román
Arribamos al Cabo de San Román, en pleno atardecer. Caminamos por un terreno cubierto por una especie de corales negros, muy filoso en algunos puntos, y mientras avanzábamos nos deleitábamos con la puesta de sol. Más adelante todo era arena y a escasos metros del mar, estaba ahí, imponente, el gran faro, cuya luz intermitente guía a los marinos en noches de bruma. Lo único que arruinaba la escena era un grupo de personas que en sus camionetas tenían una música a todo volumen.
El Cabo San Román es el punto más septentrional del país y se encuentra a 112 kilómetros al norte de la ciudad de Coro. Fue descubierto el 9 de agosto de 1499, por Alonso de Ojeda, acompañado por Juan de La Cosa y Américo Vespucio[vi]. Desde ese punto se pueden ver las luces de Aruba y Curazao en la noche (yo no las vi).
Estuvimos algunos minutos y solo alumbrados por la luz de la luna llena regresamos al autobús para volver a nuestra posada en Adícora. Esa noche algunos cenamos en la Casa Rosada, un restaurante que está al frente de la playa. Ya comenzaba a sentir el cansancio. Así que llegué, me bañé y me acosté. Nuestro primer día de ruta comenzó a las 5:30am y ya habíamos conocido tres lugares de nuestra ruta paraguanera.

Monumento Natural Cerro Santa Ana
El sábado en la mañana salimos de Adícora rumbo al principal motivo por el que elegí esta ruta: el Monumento Natural Cerro de Santa Ana, ubicado en el centro de la península de Paraguaná, en jurisdicción de los municipios Falcón y Carirubana, entre las poblaciones de Santa Ana y Buena Vista.
Tomamos la carretera hacia Pueblo Nuevo- Buena Vista- Moruy. Un cartel dando la bienvenida al monumento, una bodega y un espacio con mesas y hamacas, Bienvenidos a cujíes de Leonardo, fue lo encontramos cuando bajamos del bus.
Caminamos por un sendero bordeado de cactus altos y otros más pequeños de forma redonda que estaban florecidos y pegados al suelo. Una brisa fuerte y constante acompañaba nuestro andar. El Cerro de Santa Ana se veía lejos y estaba tapado por una gran nube. En escasos minutos ya estábamos en el puesto de guardaparques. En este lugar nos estaba esperando Marcelino Tovar, guardaparques, para darnos algunas instrucciones antes de subir a la montaña. Eran las 8am.
Marcelino tiene seis años en el Instituto Nacional de Parques (Inparques) y tres años cuidando el Cerro de Santa Ana. “Han pasado muchas cosas por el tema de la inseguridad, le estamos recomendando a las personas que permanezcan todo el tiempo unidos (…) Ya saben que se recomiendan dos litros de agua por personas porque el sol que está haciendo últimamente está deshidratando mucho a las personas. Si alguien le pega mareo o se le acaba el agua es recomendable que regrese porque nosotros estamos solos aquí y no tenemos un grupo de rescate. Si sucede algo tengo que llamar a Punto Fijo”.
Nos advirtió que tuviéramos cuidado con el terreno porque había una parte que era muy fangosa. “Cuando alguien se lesiona se necesitan entre 25 y 30 personas para bajarla. La última vez que pasó nos avisaron a las 12:40pm, llamamos a un grupo de rescate, llegaron a las 2pm, mientras nos organizábamos comenzamos a subir a las 3pm, y terminamos bajando a las 11pm porque es súper complicado, bueno los que han subido han visto”.  
Detrás de Marcelino había algunas fotos con la descripción de la fauna y la flora que podíamos encontrar en el lugar. Joao preguntó por los animales rastreros y Marcelino nos tranquilizó diciendo que los pasos humanos ahuyentaban a las serpientes. Nos dijo también que uno de los animales que podíamos encontrar era la araña azul, que no hacía nada, o a un roedor de monte. Quedaba claro que a lo que había que temerle era a la inseguridad, por eso debíamos estar siempre con el grupo. Y la hora de regreso estaba establecida para las 12pm.
Manuel, nuestro capitán de ruta, nos hizo la foto en la base del cerro, atravesamos un arco hecho en piedra y comenzamos el ascenso. El camino era pedregoso y la vegetación de este tramo predominantemente xerófita: de lado lado más cactus, yaques y cujíes.  Este primer sendero estaba bordeado por unos muros de piedra, tenía algunos tanques hechos de cemento y algunas cabañas para hacer picnic. Un hilo de agua se filtraba en la tierra y corría sigiloso y zigzagueante por el terreno de escaso verdor.
Nos adentramos en la montaña y el sendero se hizo más angosto, así que prácticamente íbamos en fila india, y algunos nos dividimos, no premeditadamente, en grupos. Nos acompañaba un bosque espinoso y gris, así que debíamos ir con cuidado porque fácilmente podíamos quedar enganchados. Poco a poco el camino se convirtió en una subida con piedras grandes en las que había que hacer un mínimo de escalada para poder treparlas. Si volteabas podías ver enterita la ciudad.
En esa parte del recorrido apareció un hombre ligero de equipaje y a toda velocidad. Eva, una compañera de la ruta, nos explicó que se trataba del señor que había obtenido el cuarto lugar en la carrera de Los Médanos. Todo un atleta.
La pendiente nos llevó hasta una explanada denominada “campamento gringo”, ahí recargamos baterías y nos sacamos algunas fotos con lo que Costanza llamó el árbol de los zapatos. Esto me hizo recordar que durante todo el camino habíamos encontrado, suelas de zapatos, pantalones y camisas rasgadas, botellas plásticas y de vidrio, cartón. Muy desagradable y alarmante por el grado de inconsciencia de algunos visitantes.
A partir de ahí nos adentramos en un túnel vegetal y comenzó el clima de selva nublada. Había árboles de 10 y 15 metros de altura, helechos gigantes y muchísima humedad, tanta que una parte del camino era puro barro. También comenzaron a aparecer las bromelias, el musgo y los hongos oreja de palo. Me encantó una especie de cueva en medio del camino.
Al final del sendero apareció, imponente, una pared altísima de roca rojiza. De ella caían gotas de agua. Giancarlo bromeó y dijo que era el muro de las lágrimas. Me pareció un nombre perfecto. Me coloqué debajo y deje que las gotas rosaran mi cabeza, mi rostro, mis hombros, mis brazos. Le pedí a Carlos que me sacara una foto. Lo que venía a continuación iba a ser una de las experiencias que recordaré por el resto de mi vida.
Debíamos subir por una grieta de esa roca, solo ayudados por una cuerda. La superficie era resbalosa por el agua que caía. Teníamos que impulsarnos con los brazos y ascender porque en ciertos puntos no había ni una hendidura donde meter el pie. Muchos de nuestro grupo ya iban bastante adelante, entre esos Alberto, pero yo agradecí infinitamente haberme quedado atrás con Eva, Greysi, Costanza, Carlos y Giancarlos. Sin ellos no hubiese podido subir. Giancarlos me dio unos consejos rápidos para el manejo de la cuerda mientras me alentaba, y Carlos me ayudó con el bolso. Mientras subía mi corazón se aceleraba y sentía mucho miedo y ganas de llorar. “Confía en ti y en la cuerda”, gritó Giancarlos, y así lo hice. Cuando subí no lo podía creer.
Atravesamos otro túnel vegetal que hizo que recordara uno de los senderos de la ruta a la Laguna La Coromoto, en el Parque Nacional Sierra Nevada (Mérida). Humedad, rocas y a encaramarse. Salimos de esta parte y cambió la vegetación completamente. Ahora eran palmeras enanas y árboles que si acaso llegaban a nuestra cintura. Al frente teníamos una roca y sobre ella reposaba la segunda cuerda. Me ericé.
Para mis compañeros resultó sencillo, para mi no tanto. Nuevamente Giacarlos me animó y subí.
Parecía que estábamos más cerca de la cumbre, sin embargo faltaban dos tramos de cuerdas más. En el primero decidí trepar un árbol, así me ahorraba un pedazo de cuerda; la piedra estaba húmeda pero igual tuve que subirla con la cuerda. Y la última cuerda no la pude evitar y la hice íntegra. Seguían los arbustos muy pequeños y una vegetación del tipo enana pseudoparamera.
Finalmente llegamos a la cumbre y creo que es primera vez que no saltaba de felicidad. Tenía un montón de sentimientos encontrados, quizás por las cuerdas. Una viento demasiado fuerte golpeaba nuestros cuerpos y en ese tambaleo recordé lo mucho que quería hacer esta ruta. Estaba a  830 msnm y no había cabida para el desánimo.
Muchos de nuestros compañeros tenían rato arriba y también había otros grupos, entre estos el del Colegio San Ignacio de Loyola. Desde este punto se podía observar la Sierra de Falcón, aunque no la identifiqué.
Caminamos hacia el final, donde había unas rocas y hacía menos viento. La vista estaba cubierta por las nubes, pero por momentos la brisa dispersaba la bruma y podíamos apreciar parte de la ciudad. Hasta en este punto de la montaña encontramos basura. Me prometí hacer de nuevo esta cumbre pero con bolsas para bajar los desperdicios.
Estaba en el Cerro Santa Ana que fue declarado Monumento Natural el 14 de junio de 1972 según decreto Nº 1.005. Toda su inmensidad tiene una superficie de 1900 hectáreas.
De regreso no hacía más que pensar en las cuerdas. Cuando llegamos a la gran roca rojiza debimos esperar porque el paso estaba congestionado. Unos jóvenes, asumo que de la zona, estaban muy apurados y descendieron sin cuerdas, una gran imprudencia. El resto de nosotros fue bajando poco a poco mientras nuestros compañeros aguardaban abajo para hacernos una foto y darnos la mano. También estaba un perro que lo apodé "el montañista" porque lo vimos durante casi toda la ruta, estoy segura que si hubiese podido trepar la roca hubiese llegado hasta la cumbre.
A medida que íbamos descendiendo nos fuimos dispersando y quedaron grupos muy pequeños. Nos dimos cuenta de que la advertencia del guardaparques no había sido en vano. En un punto de la montaña, ya entrando a la zona xerófita, unos jóvenes estaban sentados. Afortunadamente los divisamos y nos quedamos unos metros atrás. Uno de ellos estaba montado en un árbol y al vernos comenzó a decir en voz alta: “Saca la bicha que tenemos que hacer el dinero rápido”, etcétera, etcétera. Nos asustamos y decidimos esperar a varios compañeros que venían más atrás para no atravesar ese trayecto solos. Ya otro grupo de nosotros estaba bien adelantado. Los jóvenes se cansaron y se fueron. Unidos los dos grupos, continuamos caminando.
Ya en la base del cerro hicimos las últimas fotografías y cuando llegamos al puesto de guardaparques denunciamos la situación. Al parecer los jóvenes no eran delincuentes sino que estaban “echando broma”, muy pesada, por cierto. Mi recomendación es que siempre tengan espíritu de equipo, entendiendo que no todos tienen el mismo ritmo. Es mejor estar unidos que pasar este tipo de sustos.  
Finalmente llegamos a la bodeguita que habíamos visto al principio y me tomé la cerveza más rica de mi vida.
Caminamos hacia unas mesas que estaban en un patio de tierra y nos sentamos. Yo no aguanté la tentación y me fui a descansar en una de las hamacas bajo la sombra de un árbol de cují. Pensaba en la ruta y en lo dichosa que era por conocer esta parte de Venezuela. Pensaba que la montaña me ha dado muchas cosas y en ella sigo encontrando las respuestas a tantas incertidumbres.
Comparto las recomendaciones que nos dio el CEC para hacer esta ruta es: llevar desayuno, almuerzo y un mínimo de 2 litros de agua, protector solar, gorro, lentes, guantes, el bastón puede ser innecesario o algo fastidioso para los tramos con cuerdas. Aunque agrego que es muy útil para la bajada, igual siempre se puede improvisar con un buen palo que la naturaleza seguramente proveerá.

Casco histórico de Coro
El domingo era el último día de la excursión y estaba destinado para visitar el Centro Histórico de Santa Ana de Coro, declarado Patrimonio Cultural Mundial, el 9 de diciembre de 1993 por la Unesco, por ser la ciudad de barro más antigua de Suramérica.
Llegamos a las 10:30am y solo teníamos 30 minutos para conocerlo así que teníamos que aprovechar cada minuto. Afortunadamente en el puesto de información turística nos encontramos a Yaudimar Bermúdez, una morena flaquita y súper enérgica, que resultó ser la mejor guía turística. Nos preguntó sobre el tiempo que disponíamos y armó la ruta.
Lo primero que nos mostró fue La Cruz de San Clemente, elaborada con madera del cují, ubicada en el lugar donde se dio la primera misa en tierra firme en el siglo XVI. Justo al lado estaba la Iglesia de San Clemente con un bello retablo dorado, pasamos rápidamente porque había gente orando.
Al salir nos encontramos con El Balcón de los Arcayas, una hermosa casona del siglo XVIII. Dentro de esa casa pudimos apreciar un caparazón de una tortuga gigante. Yaudimar nos explicó que este espécimen era familia directa del morrocoy y que habían encontrado otros fósiles como el del perezoso gigante. También nos mostró una parte del techo de la casa que estaba hecho de barro y troncos.  En el patio había un árbol de cují muy antiguo, prácticamente desde que se construyó la casa, Yaudimar nos invitó a tocarlo y a pedir un deseo.

Salimos rápidamente y seguimos por las calles empedradas, que originalmente eran de tierra. Nos paramos al frente de la Casa de las Ventanas de Hierro, construida también en el siglo XVI, con un portal de estilo barroco y con las primeras ventanas de hierro traídas a Venezuela. Al lado estaba la Casa del Tesoro (Casa del Obispo Talavera), donde pese a las excavaciones no han encontrado todavía el tesoro escondido.
En esta parte a Alberto le llamó la atención una casa azul cuyas ventanas estaban como torcidas. Yaudimar nos explicó que era una de las más viejas y su estructura se iba moviendo con el paso del tiempo.
Seguimos caminando y encontramos basura a nuestro paso, Yaudimar se disculpó. “Esto no debería ser parte del recorrido”. El día anterior había habido una tormenta de arena que según Yaudimar revolvió todo. También nos mostró algunas grietas en las paredes de las casas, producto de las vibraciones que genera una discoteca que “no debería estar cerca de este lugar”.
Llegamos a la Plaza Bolívar y me llamó la atención que este prócer no estaba montado en su caballo. Yaudimar nos dijo que fue porque Bolívar entró a Coro caminando. Justo al lado estaba la Catedral de Santa Ana de Coro y más allá una casa que tenía 100 ventanas. Fue un recorrido fugaz y nos faltaron muchas cosas por ver y otras historias por conocer (otro motivo para volver). Una última foto con Yaudimar, con el Te amo Coro, y nos montamos en el bus rumbo a Caracas.
No nos detuvimos en La Vela y durante el regreso escuchamos los cuentos de las grandiosas rutas que ha hecho nuestro compañero Giancarlo, un argentino de unos sesenta años, que tiene casi toda su vida en Venezuela; o sobre las tres veces que nuestra compañera Eva hizo el Camino de Santiago.
Definitivamente durante estos tres días además de conocer nuevos lugares compartimos con gente muy valiosa e inspiradora, nuestros compañeros de ruta, que hace que no vea como una locura seguir haciendo mis travesías incluso cuando mis cabellos se tiñan de blanco, porque para ser viajero y montañista no hay edad, simplemente es necesario estar.
Si leíste hasta aquí te mando un abrazo porque sé que escribo largo. Solo te tengo una petición (aparte de que agarres tu bolso y salgas a conocer Venezuela): Por el amor a Dios, a la naturaleza, a tu prójimo o a eso en que crees, cuando hagas cualquier ruta llévate tu basura.





[i] http://www.venezuelatuya.com/natura/medanos.htm
[ii] http://www.explorandorutas.com/adicora_el_supi.html
[iii] Ídem.
[iv] http://www.venelogia.com/archivos/8241/
[v] http://www.eljoropo.com/site/el-lagrimear-de-las-cumaraguas-estado-falcon/
[vi] http://www.tuplaya.com/paginasfalcon/cabosanroman360/cabosanroman360.htm

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