El
señor Juan tiene las manos negras de tanto pelar coco. “Cuando es verde mancha
más”. También tiene callos y heridas ya cicatrizadas. Cuenta que con la pulla,
una especie de lanza de metal utilizada para pelar este fruto, han ocurrido
accidentes. “Una vez uno se fue hacia adelante y se clavó la lanza en el
estómago”.
Saca su identificación y dice que
solo aparece su segundo apellido Lugo.
Porque como “no firma” no se dio cuenta que faltaba el Zabala. El
intentó aprender a escribir pero “las letras se le van”.
Su pecho desvestido es color canela
por tanto agarrar sol. Tiene unos pantalones rotos y unas alpargatas en las que
se traslada para buscar una bolsa. De esta saca una cartulina impresa con una
imagen de un grupo de jóvenes rodeados de una cima de cocos. Lucen felices.
Arriba tiene una palabra:
Cocohuellistas.
Porque el señor Juan Zabala Lugo
tuvo ayudantes en 2013, cuando se realizó el I Campamento Misión-Trabajo
Huellas Doradas I.
Luego Marcos, uno de los jóvenes,
contará que cada vez que regresaban de pelar coco lo hacían coreando una
canción: “Me quedo con mi concha e’ coco me quedo con mi concha e’ coco” O que
todavía tiene una cicatriz porque cuando pelaban los cocos las conchas lo
cortaban. También confesará que tuvieron que colocarse toallitas diarias en las
heridas y que remojó un pantalón por
varios días para quitar la mancha que deja el coco. “El pantalón salió
destruido”.
Juan les enseñó todo sobre este
fruto, como a agitarlos junto al oído para saber si tenían agua y estaban
buenos, o que la cocha no debía estar mojada porque esta se enviaba a una
empresa para hacer hilos.
Por aquellos días pelaban 1000 cocos
entre las 4:30am y las 10 am, luego regresaban de 4pm a 6pm, y al finalizar la
jornada cada uno brindaba con el coco más grande.
Marcos recuerda que a Juan no le
gustaba desayunar para que le rindiera el tiempo, y que por eso el grupo
comenzó a decirle “se sienta a comer carajito”. Y si Juan no comía nadie comía.
Cuando llegó el último día del
campamento los muchachos invitaron a Juan
a la playa pero él debía trabajar. Así que entre todos le dieron los 200
bolívares diarios, monto que pagan a los peladores de coco. El señor Juan se
quedó vigilándolos desde la orilla. Aquel día lloraron todos.
Por eso cuando ese agosto de 2014
Juan sacó la foto para mostrarla, una sonrisa se dibujó en su rostro: “Me
hicieron falta”. Los muchachos del Grupo Juvenil Huellas habían regresado a
Boca de Tocuyo a un nuevo campamento, pero algunas cosas habían cambiado.
Por ejemplo el lugar donde Juan
solía trabajar fue cerrado porque ahora van a hacer una fábrica de conservas de
coco. Sacaron a la gente y levantaron unos muros, y el “trabajo” está
completamente paralizado.
“En este pueblo prometen muchas
cosas y no las cumplen”, dijo una de las niñas de Huellas blancas que nos
acompañó hasta la casa de Juan.
***
Juan
dice que para preparar el aceite de coco debe estar solo. No debe haber mujeres
con la menstruación ni gente con mala intención porque no sale nada.
Este maestro del coco también tiene otras habilidades.
Prepara unos brebajes para ayudar a las mujeres a quedar embarazadas. “Juan es
el hombre que las empreña”, suelen decir algunos habitantes del pueblo. La otra
vez lo llamó una muchacha de Coro. Estaba muy agradecida: “Juan por aquí tienes
un hijo”, comparte Juan orgulloso, mientras muestra una de las raíces con las
que prepara su pócima para la fertilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario