lunes, 13 de noviembre de 2017

Los ojos de los pelícanos



Mar entre montañas.

Olas maníacas (mis miedos cuajados por su espuma)

Pies ligeros que corren sobre la arena (porque no pueden dejar de estar en movimiento)

Sueño que reposa el cuerpo (y donde a veces la mente descansa)

Mariposa blanca solitaria.

Encaramada en un muro me pierdo en la Bahía de Cata y siento cómo el gran Caribe descansado hierve dentro de mí. Es que difícilmente el mar me calma. Pienso en Cuyagua, un lugar en el que nunca había estado antes y donde uno de sus árboles no ha podido ocultar la evidencia: “El que robe será coñaceado”. Rememoró su follaje brillante convertido en estrellas que me arropó durante dos noches con su luna creciente. Que me envolvió. Que me besó en un baile de cuerpos que no son tocados por el tiempo.
Y no obstante, entre tanta belleza, aparecieron los fantasmas nocturnos que salen como lágrimas al amanecer y te arañan el corazón. Son los recuerdos de los ojos de los pelícanos, que asombran con su perfección milimétrica para conseguir su alimento, pero que guardan un secreto que encierra su tragedia: de tanto golpear su rostro contra el océano mueren ciegos, perdidos en el horizonte. Es el claroscuro de la vida que no me borra la esperanza.

Vuelvo y me pierdo.

Vuelvo y amanezco (porque “el alba nunca cede”)

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