Me gusta
celebrar la vida caminando. Este año mi cumpleaños transcurrió mientras hacía
el Camino de Santiago. Ya teníamos 19 días andando un promedio de 9 horas
diarias: los primeros 10 días los habíamos hecho por la ruta del Camino del
Norte, y un buen consejo de Fabián y Marta, milagro peregrino, nos lanzó a la
senda del primer camino conocido, la que tomó Alfonzo II El Casto, en el siglo
IX, para visitar la recién descubierta tumba del apóstol Santiago: la ruta del
Camino Primitivo, que va desde Oviedo a Santiago de Compostela. Ese 29 de
agosto caminamos 30 km desde O´Cádavo hasta Lugo, ambos lugares ubicados en
Galicia, España. (Todavía
nos faltaban 99 kilómetros para llegar a Santiago de Compostela)
Todo era oscuridad. Hacía frío y
el rocío caía sobre nuestros cuerpos. El reloj marcaba las 7:03am y era la
primera vez en todo el Camino de Santiago que salíamos tan temprano. Lo primero
que encontramos fue una ligera subida de asfalto. Nos adentramos en un bosque
silencioso y encendí la linterna. Todo estaba dormido. No había vacas en las
parcelas de tierra, no había pájaros saltando sobre los arbustos de moras, no
había otra alma despierta, más que las nuestras. En aquel camino de tierra y
piedra suelta lo único que sonaba era la energía que iba por el cableado de
unas antenas altísimas. Un zumbido eléctrico. El resto era silencio.
Teníamos
que estar con los sentidos atentos para no caernos. Si sentí miedo fue porque
apareciera algún animal trasnochado en esa masa uniforme de oscuridad. Así,
lentamente entramos en el túnel vegetal donde solo distinguías los árboles,
guardianes del camino.
Transitamos
así durante una hora aproximadamente hasta que el mismo camino nos lanzó a otro
sendero que iba paralelo a la carretera. Fue en ese instante, cuando salimos
del bosque, que ya estaba un poco claro. Un haz de luz solar penetraba el cielo
gris y poco a poco coloreaba ese 29 de agosto de 2017, el día en que cumplía 31
años. La escena ocurría detrás de nosotros, así que cada minuto volteábamos y
un nuevo color aparecía en el cielo. El sendero era plano y pedregoso. De
repente llegamos a una bifurcación, ambos caminos te llevaban a Lugo, el punto
de llegada para este día, aproximadamente 30,69 kilómetros de distancia. Elegimos
el que decía “camino complementario” motivados por una iglesia que estaba en
esta ruta, Murga la había visto el día antes en una foto en el albergue de
O´Cádavo, y quería conocerla.
Resultó
que ese camino complementario sería la ruta oficial.
Caminamos
por un lugar que parecía un parque y pronto toda la sabana se abrió ante
nosotros, en este punto siempre íbamos por la carretera, hasta que llegamos al
pueblo de Vilabade que estaba sumergido en la neblina. Lo primero que
encontramos fue un puesto de venta de comida en un carro tipo van y al lado
estaba la iglesia de estilo gótico dedicada a Santa María, mejor conocida como
la catedral de Castroverde, que fue declarada Monumento Nacional en 1979.
María Conchita
y a su esposo José Antonio, los dueños de este pequeño negocio de comida,
habían colocado las sillas y las mesitas en la entrada de la iglesia para
proteger a los futuros comensales de la lluvia. Apenas entramos a la iglesia, María
nos dijo que nos podía hacer una visita guiada en la iglesia. Ahí nos enteramos
que es ella quien regenta el lugar. De la iglesia me impresionaron los frescos
pintados en las paredes, más bien los restos desconchados. Los descubrieron
cuando quitaron la cal.
Cada
tanto, María Conchita se quejaba porque decía que habían nombrado a este camino
como complementario cuando es la ruta oficial, entonces los peregrinos tomaban
la otra vía y no veían la iglesia.
Esta
mujer estuvo hace 40 años en Venezuela y nos dijo que aún tenía familia en
nuestro país.
Cuando
salimos de la iglesia la pareja nos dijo que si comprábamos algo en su cafecito
nos darían un pequeño obsequio. Ya teníamos hambre y como llevábamos nuestra
comida decidimos comprar un café casero que hacía Conchita. Protegidos bajo el
techo de la iglesia, desayunamos pan tostado con queso azul, la adicción de
aquellos días, y el café estuvo divino.
La
neblina seguía activa y la llovizna golpeaba el pavimento. Llegaron tres
peregrinos más. Les hicieron la visita guiada y pudieron comprarle más cositas
a la pareja.
Cuando
nos íbamos el esposo de la señora trajo el obsequio: un lapicero que dice
“Camino Primitivo”. El regalo perfecto para una periodista.
Un
cumpleaños de silencio
Continuamos hasta Castro Verde y
nos encontramos a un grupo de peregrinos amigos. Ellos habían tomado la “ruta
oficial” y no vieron la iglesia. Más de una vez me sentí tentada a decir que
era mi cumpleaños pero no lo hice, así que aquel día en ese punto geográfico
del planeta solo Dios y Murga sabían. Recordé que en Oviedo había un cartel
promocionando un libro: “El peregrino ruso”, en este explicaba que el camino se
divide en el exterior, que es el que tocas con tus botas; y el interior. Quizás
por eso mi silencio.
Casas
tomadas por la vegetación, senderos de tierra y asfalto, llovizna, puentes
sobre aguas para agradecer por los deseos cumplidos, paradas con dosis de
chocolate, muchísimas moras, compañía, silencio. Así, poco a poco, en el camino fueron
apareciendo mis regalos de cumpleaños.
Almorzamos
lo mismo del desayuno pero esta vez metidos en un bosque encantando que parecía
un cuadro impresionista, y sentados sobre unas rocas talladas por el viento, la
lluvia, y el sol. Y en ese instante, nuevamente aparecieron nuestros compañeros
peregrinos (David, Dave, María, Adri, Fran, Lia, y Viola), con ellos
compartimos un chocolate y nos deleitamos con tanta belleza.
Continuamos
juntos, cada uno en su soledad, y llegamos a Lugo. Lo primero que atravesamos
fue su gran muralla, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el
año 2000. Esta tiene una longitud de 2266 metros y se encuentra coronada por 85
poderosas torres. El muro delimita el casco histórico de esta urbe ubicada en la
provincia autónoma de Galicia.
Seguimos
al albergue municipal de Lugo. Había cupo. Una buena noticia. Ya en este punto
Murga tenía el pie muy lastimado. Sin embargo, luego de bañarnos insistió en
que fuésemos a buscar un pulpo a la gallega para que lo probara. Yo lo único
que quería era una pasta con atún, así de simple, pero me convenció. En una
panadería le preguntamos a una trabajadora, que resultó ser latinoamericana,
ella nos indicó el restaurante donde podíamos encontrar buen pulpo.
Caminamos
bastante.
Y como
lugar que nos había recomendado estaba cerrado, fuimos al otro local de los
mismos dueños del restaurant. Eran como las seis y el cocinero no había llegado
(aquí cenan bien tarde), así que el pulpo nos lo preparó una señora de la
barra. Previamente habíamos comprado nuestra respectiva canilla para acompañar
el pulpo. Unos minutos después llegó una cazuela pequeña con pedazos de pulpo
espolvoreados con un condimento rojo. Lo
comí y sentí un sabor muy fuerte dentro de mi boca, la textura, todo… Mi cara
me delató. Lo bueno fue que Murga lo disfrutó, así que mi regalo se convirtió
en el regalo de él.
Al
regreso compramos la botella de vino más barata del supermercado y un dulce
frío. Cantamos mi cumple en la plaza de Lugo. Agradecí por un día más de vida.
Ahí sentados en un banquito, disfrutando juntos el aquí y el ahora. Tomando
conciencia de que el camino no te da el horizonte sino muchos puntos de vista,
precisamente ese viaje interior de la mente al corazón.
En
silencio.
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