miércoles, 29 de noviembre de 2017

Mis 31 en el Camino de Santiago


Me gusta celebrar la vida caminando. Este año mi cumpleaños transcurrió mientras hacía el Camino de Santiago. Ya teníamos 19 días andando un promedio de 9 horas diarias: los primeros 10 días los habíamos hecho por la ruta del Camino del Norte, y un buen consejo de Fabián y Marta, milagro peregrino, nos lanzó a la senda del primer camino conocido, la que tomó Alfonzo II El Casto, en el siglo IX, para visitar la recién descubierta tumba del apóstol Santiago: la ruta del Camino Primitivo, que va desde Oviedo a Santiago de Compostela. Ese 29 de agosto caminamos 30 km desde O´Cádavo hasta Lugo, ambos lugares ubicados en Galicia, España. (Todavía nos faltaban 99 kilómetros para llegar a Santiago de Compostela)

Todo era oscuridad. Hacía frío y el rocío caía sobre nuestros cuerpos. El reloj marcaba las 7:03am y era la primera vez en todo el Camino de Santiago que salíamos tan temprano. Lo primero que encontramos fue una ligera subida de asfalto. Nos adentramos en un bosque silencioso y encendí la linterna. Todo estaba dormido. No había vacas en las parcelas de tierra, no había pájaros saltando sobre los arbustos de moras, no había otra alma despierta, más que las nuestras. En aquel camino de tierra y piedra suelta lo único que sonaba era la energía que iba por el cableado de unas antenas altísimas. Un zumbido eléctrico. El resto era silencio.
            Teníamos que estar con los sentidos atentos para no caernos. Si sentí miedo fue porque apareciera algún animal trasnochado en esa masa uniforme de oscuridad. Así, lentamente entramos en el túnel vegetal donde solo distinguías los árboles, guardianes del camino.
            Transitamos así durante una hora aproximadamente hasta que el mismo camino nos lanzó a otro sendero que iba paralelo a la carretera. Fue en ese instante, cuando salimos del bosque, que ya estaba un poco claro. Un haz de luz solar penetraba el cielo gris y poco a poco coloreaba ese 29 de agosto de 2017, el día en que cumplía 31 años. La escena ocurría detrás de nosotros, así que cada minuto volteábamos y un nuevo color aparecía en el cielo. El sendero era plano y pedregoso. De repente llegamos a una bifurcación, ambos caminos te llevaban a Lugo, el punto de llegada para este día, aproximadamente 30,69 kilómetros de distancia. Elegimos el que decía “camino complementario” motivados por una iglesia que estaba en esta ruta, Murga la había visto el día antes en una foto en el albergue de O´Cádavo, y quería conocerla.
Resultó que ese camino complementario sería la ruta oficial.
Caminamos por un lugar que parecía un parque y pronto toda la sabana se abrió ante nosotros, en este punto siempre íbamos por la carretera, hasta que llegamos al pueblo de Vilabade que estaba sumergido en la neblina. Lo primero que encontramos fue un puesto de venta de comida en un carro tipo van y al lado estaba la iglesia de estilo gótico dedicada a Santa María, mejor conocida como la catedral de Castroverde, que fue declarada Monumento Nacional en 1979.

María Conchita y a su esposo José Antonio, los dueños de este pequeño negocio de comida, habían colocado las sillas y las mesitas en la entrada de la iglesia para proteger a los futuros comensales de la lluvia. Apenas entramos a la iglesia, María nos dijo que nos podía hacer una visita guiada en la iglesia. Ahí nos enteramos que es ella quien regenta el lugar. De la iglesia me impresionaron los frescos pintados en las paredes, más bien los restos desconchados. Los descubrieron cuando quitaron la cal.
Cada tanto, María Conchita se quejaba porque decía que habían nombrado a este camino como complementario cuando es la ruta oficial, entonces los peregrinos tomaban la otra vía y no veían la iglesia.
Esta mujer estuvo hace 40 años en Venezuela y nos dijo que aún tenía familia en nuestro país.
Cuando salimos de la iglesia la pareja nos dijo que si comprábamos algo en su cafecito nos darían un pequeño obsequio. Ya teníamos hambre y como llevábamos nuestra comida decidimos comprar un café casero que hacía Conchita. Protegidos bajo el techo de la iglesia, desayunamos pan tostado con queso azul, la adicción de aquellos días, y el café estuvo divino.

La neblina seguía activa y la llovizna golpeaba el pavimento. Llegaron tres peregrinos más. Les hicieron la visita guiada y pudieron comprarle más cositas a la pareja.
Cuando nos íbamos el esposo de la señora trajo el obsequio: un lapicero que dice “Camino Primitivo”. El regalo perfecto para una periodista.

Un cumpleaños de silencio
Continuamos hasta Castro Verde y nos encontramos a un grupo de peregrinos amigos. Ellos habían tomado la “ruta oficial” y no vieron la iglesia. Más de una vez me sentí tentada a decir que era mi cumpleaños pero no lo hice, así que aquel día en ese punto geográfico del planeta solo Dios y Murga sabían. Recordé que en Oviedo había un cartel promocionando un libro: “El peregrino ruso”, en este explicaba que el camino se divide en el exterior, que es el que tocas con tus botas; y el interior. Quizás por eso mi silencio.
            Casas tomadas por la vegetación, senderos de tierra y asfalto, llovizna, puentes sobre aguas para agradecer por los deseos cumplidos, paradas con dosis de chocolate, muchísimas moras, compañía, silencio. Así, poco a poco, en el camino fueron apareciendo mis regalos de cumpleaños.

Almorzamos lo mismo del desayuno pero esta vez metidos en un bosque encantando que parecía un cuadro impresionista, y sentados sobre unas rocas talladas por el viento, la lluvia, y el sol. Y en ese instante, nuevamente aparecieron nuestros compañeros peregrinos (David, Dave, María, Adri, Fran, Lia, y Viola), con ellos compartimos un chocolate y nos deleitamos con tanta belleza.
Continuamos juntos, cada uno en su soledad, y llegamos a Lugo. Lo primero que atravesamos fue su gran muralla, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000. Esta tiene una longitud de 2266 metros y se encuentra coronada por 85 poderosas torres. El muro delimita el casco histórico de esta urbe ubicada en la provincia autónoma de Galicia.  

Seguimos al albergue municipal de Lugo. Había cupo. Una buena noticia. Ya en este punto Murga tenía el pie muy lastimado. Sin embargo, luego de bañarnos insistió en que fuésemos a buscar un pulpo a la gallega para que lo probara. Yo lo único que quería era una pasta con atún, así de simple, pero me convenció. En una panadería le preguntamos a una trabajadora, que resultó ser latinoamericana, ella nos indicó el restaurante donde podíamos encontrar buen pulpo.
Caminamos bastante.
Y como lugar que nos había recomendado estaba cerrado, fuimos al otro local de los mismos dueños del restaurant. Eran como las seis y el cocinero no había llegado (aquí cenan bien tarde), así que el pulpo nos lo preparó una señora de la barra. Previamente habíamos comprado nuestra respectiva canilla para acompañar el pulpo. Unos minutos después llegó una cazuela pequeña con pedazos de pulpo espolvoreados con un condimento rojo.  Lo comí y sentí un sabor muy fuerte dentro de mi boca, la textura, todo… Mi cara me delató. Lo bueno fue que Murga lo disfrutó, así que mi regalo se convirtió en el regalo de él.

Al regreso compramos la botella de vino más barata del supermercado y un dulce frío. Cantamos mi cumple en la plaza de Lugo. Agradecí por un día más de vida. Ahí sentados en un banquito, disfrutando juntos el aquí y el ahora. Tomando conciencia de que el camino no te da el horizonte sino muchos puntos de vista, precisamente ese viaje interior de la mente al corazón.

En silencio.

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