sábado, 23 de junio de 2018

Historias de diablos, memorias de Chuao



“Sí: ante la divina impermanencia, lucho para conservar el instinto, para fijarlo como una escultura fluorescente. Lo ilumino con mi consciencia, y retengo hasta que estalle en una nueva obra divina el universo infinito, laberinto inconmensurable que se desliza entre mis garras, presa que se me escapa entre los dientes, huellas que se desvanecen como un perfume sutil...”. (Arcano XV: El Diablo)

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Un vacío de olas me lanzó hacia el mar. Montada en la lancha sentí el vértigo de todos los tiempos, necesario para llegar hasta Chuao. En la orilla fue preciso agarrar una camionetica con salsa trancada, atravesar un bosque de cacao, para bajarnos en el pueblo que da la bienvenida con un mural, que muestra uno de sus mayores tesoros: los Diablos Danzantes de Chuao.
Afuera de la casa de la señora Tomasa Bolívar varios diablos danzaban al son de la caja, sacudiendo sus maracas, y meneando sus cencerros espanta espíritus. “Baila diablo, baila diablo”, gritaban las mujeres. Otro diablo lloraba mientras le limpiaba los zapatos a la gente, que le daba algo de dinero.

Dentro de la casa había máscaras colgadas. Y en el patio de atrás algunos diablos, con el pecho descubierto, jugaban fútbol en un terreno, con una arquería hecha de dos botellas.
En ese momento apareció Crisdarly, de ocho años, y se convirtió en nuestra guía. Nos atravesó por un camino donde un toro tomaba agua en la orilla del río y nos encontramos con el segundo capitán de los diablos danzantes, Ángel Rojas. Nos contó que habían salido a danzar desde el miércoles a las 10:30am, que cuando lanzan el cohete se le “paran los pelos”, que siente una presión tan grande que hasta le dan “ganas de ir al baño.


Habló de las tres caídas, de la disciplina y comportamiento del capitán, que la máscara del diablo mayor lleva barba, que el personaje de la sayona es un hombre que se viste de mujer. Contó su breve historia: tiene 55 años y comenzó a los 10. Su abuelo era el primer capitán, Jesús Franco, que murió a los 86 años y danzó por 72. “Esto es lo más grande para mí, aunque yo le tengo miedo. Si tú te metes debes cumplir. Tienes que tener devoción, no meterte por mujeres. El día que yo falte tendría que estar inválido”, nos dijo Ángel como buen diablo.

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Calmamos el calor con un baño en el río, unas cervezas, y un refresco para Crisdarly. Honramos la tierra del cacao comprando una barra. Sonaron las campanas y la misa comenzó. No nos dejaron entrar porque llevábamos pantalones y vestidos cortos. Me molesté, respiré, busqué mentalmente en qué parte de la biblia dice eso, y nuevamente no encontré respuestas.


Me alegré porque los diablos si entraron, en casi ninguna cofradía esto sucede. Todos se sentaron en la parte de atrás de la Iglesia. Yo escuché la misa desde afuera hasta que el calor me golpeó, nuevamente, y terminé tirada en el patio fuera de la Iglesia. No pudimos quedarnos hasta el final porque el vacío de las olas tenía hora de llegada. Un año después de ese 15 de junio de 2017 estoy aquí “intentando unir todos los segundos unos con otros, deteniendo el flujo del tiempo. Eso es el infierno: el amor total hacia la obra divina que se desvanece”.





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