Agosto
inició con una gripe que bajó todas mis defensas y me tendió en una cama
(siempre me enfermo cuando termina el primer semestre del año) Encierro y gripe
me lanzaron nuevamente a Paula, una novela de Isabel Allende (para mí, un
diario).
Cuando
Paula, la hija de Isabel Allende, cae enferma, la autora decide escribirle una
carta: “Estaba segura de que mi hija iba a despertar, pero suponía que tal vez
no recordaría su pasado y yo tendría que contárselo. Me propuse explicarle de
dónde venía, cómo era su familia, quiénes éramos los que la amábamos, empezando
por su marido, Ernesto”.
Me
percaté que había empezado a leer este libro en julio pero lo dejé. Para qué me
voy a poner a mirar algo triste, ya tengo suficiente, me dije.
En
agosto ya estaba sumergida en la historia, leía durante horas.
Cuando
terminé Paula me di cuenta que siempre marqué las páginas con flores, una
especie de marcalibros natural. Ellas me indicaban donde me había quedado para
volver a iniciar. No fue intencional, resulta que cada mañana cuando regreso de
correr en el parque, hay un árbol que derrama las flores rosadas en una de las
veredas que transito, yo las agarro y las meto en el libro que estoy leyendo.
Una manía. También recojo plumas.
Ahora
las flores estaban en este diario y justo cuando llegué a la última página
sentí el impulso de poner muchísimas más. Así lo hice. Aquella mañana regresé
del parque con un puñado de flores, las coloqué con una pequeña distancia entre
ellas y las aplasté con el peso de la historia. Son para ti Paula, y en ese
instante me di cuenta que este libro me había acompañado en mi propio duelo.
Comencé
a preguntarme en la escritura como curación. Luego me enteré que unos psicólogos
han tomado a Paula como ejemplo para estudiar los aspectos del duelo en la
literatura. Qué impresión me llevé.
Escribo
este mensuario desde hace un año. Me inspiró una escritora que admiro mucho Indira
Carpio. Vi que ella utilizaba este recurso y justo ese agosto de 2018 yo estaba
desbordada de palabras: mi abuela murió pero no me dejó sola, comenzó a
dictarme. Entonces el mensuario se convirtió en un ejercicio que hago mes a mes
para sanarme y hacerme consciente de lo que voy sintiendo.
Llevo
meses tratando de ponerle nombre a estas líneas (mensuarios, prosas para
protestar, relatos, apuntes de lo cotidiano, cuaderno de viajes) que poco se
parecen a mis reportajes o a mis crónicas, aunque tal vez estos escritos me han
traído hasta aquí y no me he dado cuenta. En agosto quería comenzar un curso que
quizás me daría pistas, lo suspendieron. Mientras lo espero continúo este viaje,
la abuela sigue dictando y ya desistí de enjaular mis palabras,
quiero que sean y fluyan como río.
Veo
las flores en la última página de Paula y ya no creo que sean solo para ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario