domingo, 22 de marzo de 2020

#Diario2020


Caracas, martes 22 de marzo de 2020
(Sub-diario de una cuarentena por la pandemia de Coronavirus en Venezuela, día 7, #diariosdeencierro)

Anoche soñé con mi abuela. Su casa estaba llena de gente y por las escaleras bajaban más y más personas. Vi a mi abuela sentada en una de las sillas del comedor y me dijo algo que no recordé cuando desperté. Lloré casi toda la mañana. Hoy es día de agua.

Creo que todos los ancianos muertos por la pandemia de coronavirus y este recogimiento han hecho que el duelo se despierte de nuevo. Un año, seis meses y veintiséis días no son suficientes. Creo que cuando escuché a Ángela Merkel, diciendo en su discurso, que por prevención los abuelos debían estar separados de los nietos algo se rompió dentro de mí. Mi abuela me crio, solo me vi separada de ella cuando entré a la universidad. Todavía no sé qué sería de mí sino recordara todos los saberes que me transmitió. Esa sal de la tierra que ella esparció en mí.

Contemplo cómo parte de la memoria muere en los cuerpos ancianos. Reflexiono sobre la necesidad de recordar cómo la crisis de un sistema se está llevando la vida de miles de personas. Estamos en una guerra. Hoy quedarse en casa es el nuevo privilegio. Afuera en la pandemia están los médicos, las enfermeras, los trabajadores de los servicios que deben seguir funcionando, la personas en situación de calle. También están los que mataron anoche a tres hombres que jugaban dominó en el 23 de enero y los que se llevaron preso al periodista (los padres del joven escucharon que el FAES le pedía que revelara la fuente de las estadísticas de casos de covid-19 en el estado Miranda)

En la noche tampoco hay calma. Pasan las patrullas de la policía por la avenida, un chillido de un parlante, los relámpagos rojos y azules chocando contra los árboles. “No salgan de sus casas”, dice la voz. La gente se incorpora, corre las ventanas y se asoma por los balcones. En ese instante la luz sale como luciérnaga hacia la noche, estira su cuello, murmura, señala.

No quiero creer que hoy el único horizonte que tenemos es mirar desde el balcón. Quiero mirar hacia dentro de la casa.

Que estos días de recogimiento no los gastemos todos en entretenimiento para pasar el encierro. Que para tener una existencia libre debemos cambiar. Que toda la fuerza no se nos vaya exigiéndole a un poder sordo. Que tomemos al toro por los cuernos, que seamos verdaderos seres de relaciones respetuosas y solidarias con todo lo que habita. Que la pandemia llegó desde hace muchos años.
No me repitas que a nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra y a nosotros nos dijeron que nos quedemos en casa. Solo quiero que la memoria no muera con ellos. Que la luz que nace en casa como luciérnaga permanezca.





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